Tiempo pasado. Lee Child

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Tiempo pasado - Lee Child Jack Reacher

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años, animada, competente, probablemente a cargo de alguna sección importante. Les dijo “hola” y “qué tal” a un par de clientes, cortesías de rutina con compañeros de trabajo, y tiró su bolso en un asiento vacío, no el que estaba frente a Reacher, y después se dirigió al mostrador para pedir lo que fuese que quisiera. Reacher miró la acera. A la distancia vio que un tipo salía de la municipalidad, y empezaba a caminar hacia allí. Incluso de lejos quedaba claro que era alto e iba bien vestido. Su traje estaba bien, y su camisa era blanca, y su corbata elegante. Tenía cabello rubio, corto, pero un poco rebelde. Como si hiciera lo mejor que pudiese. Estaba bronceado y parecía en forma y fuerte y lleno de vigor y energía. Tenía presencia. Contra el ladrillo viejo parecía una estrella de cine en un set de rodaje.

      Salvo que caminaba con una cojera. Muy leve, pierna izquierda.

      La mujer que había ido al mostrador volvió con una taza y un plato, y se sentó donde había reservado su lugar, lo que dejaba solo dos sitios vacíos, uno de los cuales fue inmediatamente ocupado por otra mujer, probablemente otra jefa de sección, porque les dijo “hola” y “qué tal” a otro montón de gente distinta. Lo que dejó la única silla libre del patio justo enfrente de Reacher.

      Entonces entró el tipo estrella de cine. De cerca era todo lo que Reacher había visto a la distancia, y además atractivo, de un modo más bien recio. Como un vaquero que fue a la universidad. Alto, largo, capaz. Quizás treinta y cinco años. Reacher apostó algo consigo mismo a que el tipo era exmilitar. Todo lo indicaba. En un segundo le armó al tipo una biografía totalmente imaginaria, del Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales Reservistas en una universidad del oeste a una herida en Iraq o Afganistán, y un tiempo en el Centro Médico Militar Walter Reed, y después la desvinculación y un trabajo nuevo en New Hampshire, quizás un puesto ejecutivo, quizás algo que lo requiriera para litigar con la ciudad. Estaba sosteniendo un café en vaso para llevar y una bolsa de papel apenas transparente de mantequilla. Examinó el patio y localizó el único sitio vacío. Caminó hacia allí.

      Las dos jefas de sección dijeron: “Hola, Carter”.

      El tipo les devolvió el hola, con una sonrisa que probablemente las mató, y después siguió su camino. Se sentó enfrente de Reacher.

      Que dijo:

      —¿Su nombre es Carter?

      —Sí, así es —dijo el tipo.

      —¿Carter Carrington?

      —Encantado. ¿Y usted es?

      Sonó más curioso que molesto. Hablaba como un hombre culto.

      —Una mujer que se llama Elizabeth Castle me sugirió que hablara con usted —dijo Reacher—. Del departamento de registros de la ciudad. Mi nombre es Jack Reacher. Tengo una pregunta acerca de un viejo censo.

      —¿Es un problema legal?

      —Es algo personal.

      —¿Está seguro?

      —El único problema es si me voy a subir al autobús hoy o mañana.

      —Soy el abogado de la ciudad —dijo Carrington—. También soy un friki de los censos. Por cuestiones éticas tengo que estar completamente seguro de con cuál de los dos usted cree que está hablando.

      —El friki —dijo Reacher—. Lo único que quiero es información de contexto.

      —¿De hace cuánto?

      Reacher le dijo, primero el año en el que su padre tenía dos, y después el año en el que tenía doce.

      —¿Cuál es la pregunta? —dijo Carrington.

      Entonces Reacher le contó la historia, los papeles familiares, la pantalla del ordenador del cubículo dos, la llamativa ausencia de personas de apellido Reacher.

      —Interesante —dijo Carrington.

      —¿En qué sentido?

      Carrington hizo una pausa.

      Dijo:

      —¿Usted también fue marine?

      —Ejército —dijo Reacher.

      —Eso no es común, ¿no? Que el hijo de un marine decida formar parte del Ejército, quiero decir.

      —Fue común en mi familia. Mi hermano también lo hizo.

      —Es una respuesta en tres partes —dijo Carrington—. La primera parte es que hubo errores aleatorios de todas clases. Pero dos veces seguidas es estadísticamente improbable. ¿Cuántas posibilidades hay? Por lo que, sigamos. Y ni la parte dos ni la parte tres reflejan con toda exactitud a los ancestros teóricos de una persona teórica. Por lo que tiene que aceptar que estoy hablando teóricamente. En general, como en la mayor parte de la gente la mayor parte del tiempo, la vasta mayoría, nada personal, muchas excepciones, ese tipo de cosas, ¿vale? Así que no se ofenda.

      —Vale —dijo Reacher—. No lo haré.

      —Concéntrese en el recuento de cuando su padre tenía doce. Ignore el anterior. El último es mejor. Para entonces habían pasado siete años de la Depresión y el New Deal. Contar era realmente importante. Porque más gente equivalía a más dólares federales. Puede estar seguro de que los gobiernos estatales y municipales intentaron como locos no perderse a nadie ese año. Pero les pasó igual, incluso así. La segunda parte de la respuesta es que los porcentajes perdidos más altos fueron entre inquilinos, desempleados, gente de bajos niveles de ingresos y educación, gente que recibía asistencia pública. Gente en los márgenes, en otras palabras.

      —¿Cree que a la gente no le gusta escuchar eso sobre sus abuelos?

      —Le gusta más que escuchar la parte tres de la respuesta.

      —¿Que es?

      —Sus abuelos se estaban escondiendo de la ley.

      —Interesante —dijo Reacher.

      —Sucedía —dijo Carrington—. Obviamente nadie con una orden de captura federal iba a completar el formulario de un censo. Otros creían que mantener un perfil bajo los podía ayudar en el futuro.

      Reacher no dijo nada.

      Carrington dijo:

      —¿Qué hacía en el Ejército?

      —Policía Militar —dijo Reacher—. ¿Usted?

      —¿Qué le hace pensar que estuve en el Ejército?

      —Su edad, su porte, sus modales, su aspecto, su aire de persona capaz y decidida, y su cojera.

      —Lo notó.

      —Fui entrenado para eso. Fui policía. Mi suposición es que tiene una pierna artificial en la parte baja. Apenas detectable, por lo tanto, una muy buena. Y el Ejército tiene las mejores, hoy en día.

      —Nunca estuve en el Ejército —dijo Carrington—. No pude.

      —¿Por qué no?

      —Nací

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