Tiempo pasado. Lee Child

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Tiempo pasado - Lee Child страница 9

Автор:
Серия:
Издательство:
Tiempo pasado - Lee Child Jack Reacher

Скачать книгу

le dijo, primero el año en que su padre tenía dos, y luego el siguiente censo diez años después, cuando su padre tenía doce.

      El tipo preguntó:

      —¿Usted reside en el condado?

      —¿Por qué lo quiere saber?

      —Financiación. Esto no es gratis. Pero los residentes tienen acceso.

      —He estado aquí un buen rato —dijo Reacher—. Al menos tanto como lo que he vivido en cualquier otro lugar recientemente.

      —¿Cuál es el motivo de su búsqueda?

      —¿Es importante?

      —Tenemos que llenar casillas.

      —Historia familiar —dijo Reacher.

      —Ahora necesito su nombre —dijo el tipo.

      —¿Por qué?

      —Tenemos que alcanzar objetivos. Tenemos que registrar los nombres, o piensan que estamos inflando los números.

      —Podrían inventar nombres durante todo el día.

      —Tenemos que ver el documento.

      —¿Por qué? Todo esto no es de dominio público?

      —Bienvenido al mundo real —dijo el tipo.

      Reacher le mostró el pasaporte.

      —Nació en Berlín —dijo el tipo.

      —Correcto —dijo Reacher.

      —No en Berlín, New Hampshire, tampoco.

      —¿Es un problema? Usted cree que soy un espía extranjero al que mandaron aquí para distorsionar lo que ya pasó hace noventa años?

      El tipo escribió Reacher en una casilla en un formulario.

      —Cubículo dos, señor Reacher —dijo, y señaló una puerta en la pared de enfrente.

      Reacher entró a un silencioso espacio cuadrado, con luces bajas, y largas mesas de trabajo de madera de arce divididas en compartimientos separados por particiones verticales. Cada compartimiento tenía una silla de tweed apagado, y un ordenador de pantalla plana en la superficie de trabajo, y un lápiz al que recién le habían sacado punta, y un delgado bloc de hojas con el nombre del condado impreso en la parte alta, como una marca de hotel. Había una alfombra gruesa en el suelo. Tela en las paredes. Todo el trabajo de carpintería era de excelente calidad. Reacher asumió que la sala en conjunto debía haber costado un millón de dólares.

      Se sentó en el cubículo dos, y la pantalla que tenía enfrente cobró vida. Se iluminó en azul, un fondo liso de color, más allá de dos pequeños iconos en el ángulo de arriba a la derecha, como sellos postales en una carta. No era un usuario de ordenadores experimentado, pero lo había intentado una o dos veces, y lo había visto hacer muchas veces más. Ahora incluso los hoteles baratos tenían ordenadores en las recepciones. Muchas veces había esperado mientras el recepcionista cliqueaba y deslizaba y tecleaba. Lejos estaban los días en los que una persona podía poner sobre el mostrador un par de billetes y recibir instantáneamente a cambio una llave grande y de bronce.

      Movió el ratón y envió la flecha hacia arriba a los iconos. Sabía que eran ficheros. O carpetas de ficheros. Había que cliquear encima, y en respuesta se iban a abrir. Nunca estaba seguro de si había que cliquear una o dos veces. Lo había visto hacer de las dos maneras. Su costumbre era cliquear dos veces. En caso de duda, etcétera. Quizás ayudaba, y nunca parecía hacer daño. Como dispararle a alguien en la cabeza. Un doble golpecito no podía estar mal.

      Ubicó el centro de masa de la flecha sobre el icono de la izquierda e hizo doble clic, y la pantalla volvió a un color gris, como la cubierta de un buque de guerra. En el centro había una imagen en blanco y negro de la primera página de un reporte gubernamental, como una fotocopia fresca y brillante, impresa con una letra anticuada y remilgada en una tipografía de estilo gubernamental. Arriba decía: “Departamento de Comercio de los Estados Unidos, R. P. Lamont, Secretario, Oficina de Censos, W. M. Steuart, Director”. En el medio decía: “Decimoquinto Censo de los Estados Unidos, Referencias Extraídas para la Municipalidad de Laconia, New Hampshire”. Abajo decía: “En Venta por el Superintendente de Documentos, Washington, D. C., Precio Un Dólar”.

      Reacher podía ver cómo la parte de arriba de la segunda página se asomaba por la parte de abajo de la pantalla. Iba a tener que deslizarse hacia abajo. Eso estaba claro. La mejor manera de hacerlo, imaginó, era con la ruedecita ubicada en la parte más sobresaliente del ratón. Entre donde estarían más o menos sus omóplatos. Debajo de la yema de su dedo índice. Conveniente. Intuitivo. Leyó por arriba la introducción, que trataba mayormente de las muchas y variadas mejoras que se habían hecho en la metodología desde el decimocuarto censo. Ningún alarde, realmente. Más como un mensaje de un friki a otro, incluso en aquel entonces. Cosas que necesitabas saber, si te gustaba contar gente.

      Después venían las listas, de nombres sin nada más y viejas ocupaciones, y el mundo de casi noventa años atrás parecía alzarse todo alrededor. Había fabricantes de botones, y fabricantes de sombreros, y fabricantes de guantes, y destiladores de trementina, y obreros, e ingenieros de locomotoras, e hilanderos de seda, y trabajadores de un molino para procesar estaño y de una fábrica de hojalata. Había una sección aparte titulada Ocupaciones Inusuales Para Niños. La mayoría estaban de manera optimista clasificados como aprendices. O ayudantes. Había muchachos herreros y albañiles y fogoneros y vertedores y fundidores.

      No había ningún Reacher. No en Laconia, New Hampshire, el año en el que Stan tenía dos.

      Volvió con la ruedecita hasta arriba del todo y empezó otra vez, esta vez prestándole particular atención a la columna de los niños a cargo. Quizás había habido un espantoso accidente, y el huérfano bebé Stan había sido recogido por vecinos amables aunque no parientes. Quizás le habían puesto su apellido como homenaje.

      No había niños a cargo identificados separadamente como Stan Reacher. No en Laconia, New Hampshire, el año en que se suponía tenía dos.

      Reacher encontró el lugar en el ángulo superior izquierdo de la pantalla, con los tres botoncitos, rojo, naranja, verde, como un semáforo en miniatura recostado. Hizo doble clic en el rojo y el documento desapareció. Abrió el icono de la derecha, y encontró el decimosexto censo, otro secretario, otro director, pero las mismas mejoras sustanciales desde la última vez. Después venían las listas, esta vez de hacía ochenta años en vez de noventa, la diferencia ligeramente perceptible, con más trabajos en las fábricas, y menos en los campos.

      Pero tampoco había ningún Reacher.

      No en Laconia, New Hampshire, el año en el que Stan Reacher se suponía tenía doce.

      Hizo doble clic en el botón rojo y el documento desapareció.

      Cinco

      Shorty probó con la llave una vez más, pero otra vez no pasó nada. No se oyó más que un clic suave y mecánico, que era solo la llave física misma, girando dentro del tambor en la columna de dirección. Un pequeño y suave clic que nadie oía nunca, porque normalmente lo ahogaban al instante las explosiones de un coche al encenderse. Lo mismo con el clic de un gatillo, previo a un disparo.

Скачать книгу