No quiero ser sacerdote. María Cristina Inogés Sanz

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No quiero ser sacerdote - María Cristina Inogés Sanz Fuera de Colección

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a miembros del clero o que mostrara que la autoridad de la mujer –que no poder– pudiera ser mayor y hasta mejor? Es complicada la situación para todos y, por tanto, para la Iglesia. Para la jerárquica, porque muchas cuestiones que proclama abiertamente no se las acaba de creer –el mismo Vaticano II se pone en tela de juicio por una parte de esa Iglesia, cuando no se condena abiertamente–, y para la Iglesia laical, porque no ve que su compromiso tenga, ya no el respaldo, sino la aceptación necesaria por parte de la jerarquía. Sí, es verdad que se habla mucho del laicado, pero a la hora de la verdad se concreta muy poco. Así pierde siempre el pueblo de Dios, que somos todos, porque no podemos perder de vista que del papa –actualmente Francisco– al último bautizado, todos somos pueblo de Dios.

      No repartir el espacio ni permitir ocupar el lugar que les corresponde a las mujeres evidencia que el poder mal entendido –clericalismo al fin– por una buena parte del clero –parte de la jerarquía incluida– del que no andan alejados los miedos y hasta alguna dosis de celos, es el gran obstáculo con el que nos topamos las mujeres para poder, libremente, desarrollar la vocación y la misión a la que somos llamadas –por nuestro bautismo– dentro de la Iglesia.

      Las mujeres –que somos mayoría frente al clero– formamos parte de esa Iglesia laical de la que tan poco se fía la jerárquica, y así no es nada fácil sentirse Iglesia –aunque tenemos conciencia de serlo– en este ambiente que ya se cuida mucho esa jerarquía de manifestar abiertamente hostil, pero en el que no disimulan la indiferencia y, llegado el caso, negar credibilidad a muchas palabras de mujer. Y si alguna pequeña porción de esa jerarquía manifiesta, espero que por convicción, un trato igualitario con las mujeres, lo suele hacer desde una esfera tan privada que, prácticamente, no queda constancia pública de ello.

      Habrá quien se pregunte: ¿por qué este libro ahora? Porque a veces hay que decir lo que se piensa para seguir siendo fiel a una misma –y donde, por supuesto, está la fidelidad a la forma y fondo de vida que se ha decidido vivir–; porque es su momento y el mío. Tras pensarlo durante mucho tiempo, tras hacer silencio, tras dejar espacio al silencio –que necesita mucho– y con tranquilidad, porque al silencio no le gustan las prisas ni los agobios, y dispuesta a escuchar lo que el silencio –Silencio– me dijera. Así, desde la realidad de la escucha nace este libro. Ni desde el dolor que paraliza ni desde la decepción que retrotrae, que ya llevamos muchos años de camino como para frenar por algunas menudencias, y hay mucho por hacer. Desde la simple realidad, que es la que es, desde ahí arranca esta reflexión.

      Para quien todavía no lo sepa, soy una teóloga católica que estudió en la Facultad de Teología Protestante de Madrid, SEUT 3. Digo esto para que nadie tenga duda de mi confesionalidad católica –por decisión propia– ni de mi procedencia académica –por decisión del Espíritu, que siempre anda enderezando renglones torcidos por los hombres–. Es, sencillamente, una presentación que puede suscitar algún interrogante, comentario o gesto de extrañeza, incluso rechazo, aunque cada vez menos. Comprendo que esto pudiera suceder y nunca le he dado la más mínima importancia.

      Mi llegada a SEUT no fue una opción en el sentido de haber decidido ir allí a estudiar, sino el resultado de la imposibilidad, por ser mujer y laica, de estudiar en mi ciudad, hace ya algunos años, y dentro de mi confesión católica, lo que quería estudiar. Quería estudiar teología cuando llegó una orden de Roma que impedía a los seglares acceder a los seminarios, que es lo que había en Zaragoza en ese momento 4. Es verdad que el documento que contenía esa orden también ofrecía la posibilidad de que el obispo de la diócesis autorizase a algún seglar a estudiar en un centro de esas características. Nunca supe si el obispo de entonces 5, por sí mismo –aunque no nos conocíamos de nada, ni habíamos cruzado una palabra, ni la cruzamos nunca– o aconsejado por otros, no firmó la autorización que me hubiera permitido estudiar en el seminario de mi diócesis. Me sorprendió y no me sorprendió; mas me dolió, porque era la primera vez que, por ser mujer, me veía rechazada por mi Iglesia, bien es verdad que personificada en unos pocos. Aquella situación me mostró, por si tenía alguna duda, los obstáculos a los que me tendría que ir enfrentando y a no fiarme en exceso de las buenas maneras de algunas personas ni de los silencios de aquellos de quienes esperaba, al menos, una palabra de ánimo. En definitiva, nada que no le haya podido pasar a cualquier persona en la vida y en cualquier actividad, porque «nada hay nuevo bajo el sol» (Ecle 1,9). No mucho más tarde entendí que salí ganando.

      Con la ayuda de mi buen amigo Javier Calvo, a quien dedico este libro, fui viendo posibilidades de seguir estudiando en otros sitios y, al final, de forma inesperada, apareció SEUT. Debo reconocer que al poco de estar allí descubrí que era –y sigue siendo– la experiencia académica más gratificante de mi vida y, a nivel personal, un lugar que me enriqueció con la amistad de personas que me acogieron sin reservas y cuyo aprecio y amistad, a día de hoy, conservo como un tesoro. La vida –realmente el Espíritu– te sorprende cuando las circunstancias se vuelven adversas por decisión de quienes, por una parte, te juzgan como no válida en sus coordenadas y, por otra, porque, cuando alguien pone mucho empeño en cerrar puertas, llega el Espíritu y abre portones. Al Espíritu –por su acción resolutiva– y a algunos –por su miedo religioso–, gracias. Porque esa situación que apuntaba al fracaso se tornó un gran regalo. Con el tiempo y, al apreciarlo de ese modo, pensé en Angelus Silesius cuando decía: «Ve allí donde no puedes, mira donde no ves; escucha donde nada susurra, estás entonces donde Dios habla» 6.

      En todo caso, esta maravillosa experiencia en la que, como digo, doy por hecho que el Espíritu desplegó la fuerza esencial, me abrió un horizonte teológico amplio; me enseñó a sacudirme el polvo de la visión unidireccional y a disfrutar plenamente; a descubrir algunas teologías maravillosas y a ser de verdad, como teóloga, feliz. Y ahí sigo, construyéndome con la ayuda de la Rúaj mi felicidad cotidiana, la cual no sería completa si no tuviera alguna pequeña alteración cromática que permitiera contrastar y resaltar la tónica general de esa felicidad que, para mí, tiene mucho que ver con ser teóloga.

      No tengo nada de competitiva. Sinceramente, creo que el mundo y la vida son lo bastante amplios como para que todos tengamos cabida, todos podamos aportar para el bien común y cada uno lo haga desde el campo en el que se encuentre más a gusto y pueda contribuir más y mejor. Por eso no entiendo que la presencia de las teólogas cause, todavía, un cierto recelo entre una parte considerable del clero. Bien es verdad que, al principio, cuando las mujeres llegaron a la teología, se pudo crear esa situación porque los varones ordenados intuyeron, tal vez con motivo, que el siguiente paso sería reclamar el sacerdocio ministerial para nosotras 7. Sin embargo, fueron incapaces de ver más allá y perdieron –y todavía se pierden algunos de ellos en buena medida– lo positivo que el acceso de la mujer a esta formación podía conllevar.

      La gran ventaja de la buena teología, su gran atractivo, es que te permite ver la vida con una mirada diferente y bucear en muchos aspectos de ella con mirada incisiva y misericordiosa al mismo tiempo. La teología abre la mirada, y así como he dicho que mi competitividad es nula, debo admitir que mi curiosidad es total y me lleva a leer, analizar, pensar y tomar notas muy a menudo, no siempre sobre temas teológicos, aunque es verdad que siempre, sea el tema que sea, con una mirada donde la teología anda prestándome la lupa o el catalejo, que no toda realidad tiene el mismo tamaño ni está a la misma distancia.

      La Conferencia Episcopal Española aprobó en su 113ª Asamblea Plenaria el plan de formación de los seminarios mayores de España; con curiosidad siempre renovada me volví a acercar al documento base sobre el que se ha elaborado ese plan, Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis 8 (2016), donde siempre intento averiguar qué lugar nos darán a las mujeres los obispos en la futura formación de los seminaristas 9. Veremos en qué queda el plan aprobado. De momento dice que habrá más presencia de mujeres impartiendo clase en los seminarios. Bien, pero teniendo en cuenta que la mayoría de seminaristas vienen ya de colegios mixtos en alumnado y profesorado, tampoco es un gran avance. Pero vamos a quedarnos con el buen propósito, que siempre es un avance. También se contempla

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