No quiero ser sacerdote. María Cristina Inogés Sanz

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No quiero ser sacerdote - María Cristina Inogés Sanz Fuera de Colección

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tenido por la mayoría de sus conciudadanos por una «personalidad estable», y rápidamente otra pregunta me asaltó: ¿tomaríamos, con lo que sabemos y si apareciera hoy de nuevo por el mundo, a Jesús por un varón con «personalidad estable» o definitivamente reaccionaríamos tal y como cuenta la «Leyenda del Gran Inquisidor»? 27 Todas ellas preguntas sin respuesta... Más bien creo que son preguntas a las que nadie quiere contestar en voz alta, pero que es bueno formularse y, al menos, poder responder desde el solitario y fructífero silencio que clarifica y serena el ánimo y el pensamiento. Respirar hondo y bucear en nuestro interior, en la calma del fondo, hasta acallar las voces, hasta hacer espacio al silencio para buscar respuestas que nos indiquen el camino, aun siendo conscientes de que en muchas situaciones «terminan por escoger el camino los que arrinconan la imaginación» 28.

      Brindemos por las locas, por las inadaptadas,

      por las rebeldes, por las alborotadoras,

      por las que no encajan,

      por las que ven las cosas de una manera diferente.

      No les gustan las reglas y no respetan el statu quo.

      Las puedes citar, no estar de acuerdo con ellas,

      glorificarlas o vilipendiarlas.

      Pero lo que no puedes hacer es ignorarlas.

      Porque cambian las cosas.

      Empujan adelante la raza humana.

      Porque las mujeres que se creen tan locas

      como para pensar que pueden cambiar el mundo

      son las que lo hacen 29.

      Sí. Brindemos por nosotras, porque estar al borde de la Iglesia es estar en «un» sitio, no estar en «el» sitio, que parece tener connotaciones de lugar asignado e inamovible. Estar al borde de la Iglesia en sí no es ni malo ni bueno, porque, en definitiva, malo o bueno un sitio lo hacemos nosotras mismas con nuestra actitud y siendo conscientes de que lo realmente importante es cómo nos estamos viviendo a nosotras mismas –como mujeres y teólogas– en ese lugar y situación. Y, bien mirado, estar al borde, donde aparentemente nadie nos hace mucho caso, nos permite estar donde él se mueve con soltura, el mismo que nunca fue tenido por una «personalidad estable». En el borde de la Iglesia hay poco margen para estancarse, porque sopla la brisa limpia –la misma que susurró al profeta Elías (1 Re 19,12)–, alejada de la quietud –impasibilidad– clerical.

      Sí. Brindemos sin caer en la tentación del abandono o de la prepotencia, nos digan lo que nos digan o nos ignoren lo que nos ignoren. Unas nos precedieron en momentos de la historia de la Iglesia con obstáculos, aparentemente insalvables, y los superaron; otras nos seguirán y salvarán los suyos. Estamos en camino con quien es el Camino (Jn 14,6), de eso no hay duda. ¿Y nos vamos a quedar esperando sin esperanza?

      No es lo mismo esperar que tener esperanza. La esperanza está del lado del futuro; la espera está atrapada en el instante. Uno tiene esperanza, uno confía en que ocurra esto o aquello, quizá no de inmediato, pero muy pronto. Cuando uno espera, en cambio, uno permanece en un estado de continua presencia, espera que algo que sucede en aquel momento pase, aunque quizá no pase nunca 30.

      En esta espera preñada de esperanza confieso que nada de lo que he relatado hasta ahora ha condicionado mi decisión de no querer ser sacerdote, sin embargo...

      1

      La bufanda y la estola.

      El caso de los hilos entretejidos

      Le he tejido a la luna una bufanda,

      unos guantes y un gorro bien modernos,

      para hacerle más dulces los inviernos.

      Son de un suave color lavanda 1.

      Parece el título de una fábula, pero no es así, y aclaro que el color de la bufanda fue una opción de la autora del poema 2.

      Recuerdo, con un sentimiento mezcla de pena –por quienes lo decían– y risa –por la misma razón–, cuando en mi diócesis algunos me comentaban: «No entrenes poniéndote la bufanda a modo de estola, porque nunca llevarás una». Recuerdo esta anécdota porque sigo con la costumbre de llevar la bufanda de esa misma manera y sin pensar para nada en la estola.

      Curiosamente, la estola y la bufanda comparten su origen. La bufanda sirve para proteger del frío, y la estola cumplía esa misma misión en las personas distinguidas de Roma 3. Con el tiempo, la estola y otras muchas prendas de la vestimenta griega y romana pasaron a formar parte de las vestiduras litúrgicas con absoluta normalidad.

      La bufanda de tela y la estola están fabricadas con tejido que es la consecuencia final de un proceso. El entramado de un tejido es el resultado de entrelazar hilos, más o menos gruesos, que nos permite poder tocarlo y verlo. La urdimbre son los hilos que van en sentido del largo de la tela; la trama es el hilo transversal que se teje en la urdimbre para dar forma a la tela. Para evitar que el hilo se deshilache está el orillo, que es el remate natural de la pieza de tela. El orillo es el borde de la tela, y es frecuente que en él haya alguna inscripción informando del tipo de hilo, marca, color...

      En las prendas prêt-à-porter es fácil ver que en muchas costuras han aprovechado el orillo para evitar tener que rematar la tela, lo que abarata costes; en las prendas hechas a medida o de «alta costura», esto no sucede, porque el orillo, con el paso del tiempo, tiende a ondularse.

      En todo caso, se utilice o no para rematar la prenda final, el orillo tiene su importancia al estar en el borde de la tela. ¡Qué casualidad! Como muchas de nosotras en la Iglesia, que formamos parte de su tejido y estamos orilladas, en el borde. Sin embargo, ¡estamos!, que es lo importante. Somos parte del tejido eclesial, como lo hemos sido siempre, como lo seguiremos siendo.

      Terminaba la introducción haciendo referencia a este espacio que ocupamos muchas mujeres –el borde de la Iglesia– como ni bueno ni malo, y me mantengo en ello, porque lo importante es ser tejido, independientemente de que lleguemos a ser prêt-à-porter, que es lo que vestimos la mayoría, o «alta costura», que es lo que visten unos pocos.

      Ser prêt-à-porter nos permite tener un tipo de relación más horizontal, más de «tú a tú», no hace falta que nos movamos mucho para ampliar la mirada fuera de la Iglesia, por ejemplo, ya que estamos en el borde. De hecho, estamos a un paso de estar o, al menos, sentirnos fuera. Por eso no me llama nada la atención lo de llevar estola, pese a que, en verdad, hay que reconocer que ha ganado la estola en importancia frente a la bufanda –aunque proteger del frío tampoco está mal–, ya que es insignia litúrgica y, por tanto, «alta costura». Sospecho que esta última aísla un poco, bien es verdad que todo depende de quien la lleve –pues ya se sabe que la percha hace mucho–, pero ciertamente aísla –salvo entre iguales–, aunque solo sea por el aire de clase superior que da.

      A mí me gusta el prêt-à-porter de la bufanda tejida con tela que conserva el orillo, porque me hace pensar en las mujeres del libro de Éxodo, que participaron dando forma a los materiales para el Templo: «Todas las mujeres expertas en el oficio hilaron con sus propias manos y trajeron todas las labores en púrpura violácea, roja, escarlata y en lino» (Ex 35,25); también pienso en la mujer del libro de los Proverbios, que es capaz de hacer varias cosas a la vez: «Aplica sus manos al huso, con sus dedos sostiene la rueca. Abre sus manos al necesitado

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