La narración de Arthur Gordon Pym . Edgard Allan Poe
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Para escribir la narración, Poe se documentó de manera concienzuda, sirviéndose de una cantidad ingente de fuentes bibliográficas, principalmente crónicas marítimas y literatura de viajes, tanto reales como ficticios. De la larga lista utilizada, los títulos imprescindibles son Symzonia: A Voyage of Discovery by Captain Adam Seaborn, posiblemente escrito por John Cleves Symmes, Jr. (1820-1822); A Narrative of Four Voyages to the South Sea, North and South Pacific Ocean, Chinese Sea, Ethiopic and Southern Atlantic Ocean, Indian and Antartic Ocean. From the Year 1812 to 1832, de Benjamin Morrell, acaso reescrito por Samuel Woodworth (1832); Astoria, de Washington Irving (1835); y Address, on the Subject of a Surveying and Exploring Expedition to the Pacific Ocean and the South Seas, de Jeremiah N. Reynolds (1836), también autor de «Leaves from an Unpublished Journal», publicado tres meses antes de Pym en el New York Mirror (el 21 de abril de 1838). Algunas de estas obras habían sido reseñadas por Poe, seducido desde la infancia por el tema de la navegación, en diferentes revistas. De todas ellas, Symzonia es acaso la fuente esencial en lo que respecta al contexto científico de Pym y su aplicación a los aspectos más sugerentes de la narración, centrados en los acontecimientos de sesgo extraordinario y las descripciones del paisaje antártico al final del relato.
La relación del periplo por el Polo Sur se basa en la teoría de la tierra hueca, propuesta por John Cleves Symmes (1780?-1829), según la cual nuestro planeta estaría compuesto de diversas esferas concéntricas alrededor de un centro hueco al que se podría acceder por los Polos (por aquel entonces, todavía no alcanzados). Las corrientes marinas circularían hacia ambos extremos de la tierra, y se precipitarían en su interior, fluyendo hacia el Polo opuesto. Dentro del hueco terrestre, precedido por territorios de clima cálido bañados por un mar en mitad de los hielos, se hallarían civilizaciones y poblaciones humanas. Aunque la teoría suscitó no solo el escepticismo, sino también la mofa de la mayoría de los científicos del momento, también tuvo sus partidarios, entre los que se contó el oficial naval estadounidense Jeremiah N. Reynolds, que solicitó una ayuda económica del Congreso para sufragar una expedición al Polo Sur que permitiera encontrar el supuesto agujero imaginado por Symmes. Poe, que reseñó el informe de Reynolds[14], apoyó con entusiasmo el patrocinio de la citada empresa. La teoría de la tierra hueca, que Poe ya había utilizado en «Manuscrito hallado en una botella» (1831), aparece reflejada, de manera directa o indirecta, en obras literarias como Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne (1864), cuya novela La esfinge de los hielos (1897) es una excelente continuación de Pym. Y, de alguna manera, dejó una huella implícita en ficciones literarias sobre lugares cálidos ubicados en el centro de los Polos, como es el caso de El mundo perdido de Arthur Conan Doyle (1912), y en exponentes de la cultura popular, como los cómics publicados por Marvel en los que aparece el personaje de Ka-zar, habitante de un mundo prehistórico y selvático ubicado en mitad de los hielos antárticos.
En lo que respecta a las influencias literarias, entre las principales que cabe mencionar se encuentra «La rima del anciano marinero» («The Rime of the Ancient Mariner», 1797), de Samuel Taylor Coleridge, que pudo servir de inspiración para el navío «tripulado» por cadáveres ‒motivo que también recuerda la célebre leyenda del Holandés Errante‒, y las evocadoras y misteriosas descripciones del paisaje antártico, sobrevoladas por los albatros, el ave cuya muerte, atravesado por una saeta, desencadena la tragedia del memorable poema de Coleridge, cuyo «Kubla Khan» (1797), con el río sagrado que se desborda y se precipita a través de las cavernas en un mar sin sol, la «sima romántica», y el «océano sin vida», todo ello enmarcado en un paisaje sublime y maravilloso, también se me antoja una fuente plausible para Pym. Por otro lado, aunque ha habido algunas aproximaciones comparativas de escaso valor académico entre Frankenstein de Mary Shelley (1818) ‒obra influida a su vez por «La rima del anciano marinero»‒ y Pym, creo que no se ha puesto suficiente énfasis en rasgos comunes que comparten ambas narraciones, como el elemento náutico vinculado al deseo de descubrimiento y exploración de nuevos territorios, la importancia del enclave de los Polos (Norte en la obra de la escritora británica, Sur en la del autor norteamericano), el entramado científico subyacente, y la proyección simbólica de la alteridad y la alienación originada por el paisaje helado. Finalmente, Robinson Crusoe (1719), de Daniel Defoe, también aportó ideas a Poe, especialmente en lo referente al episodio en el que Pym y Dirk Peters se esconden en una cueva con el fin de ocultarse de los agresivos nativos de Tsalal. La vasta cultura y la enorme curiosidad de Poe se ponen de manifiesto en su fantástica narración, al igual que en el conjunto de su obra.
Sea como fuere, la recepción de Pym por parte de los críticos coetáneos no fue precisamente halagüeña; la reseña de Lewis Gaylord Clark ‒contrario a Poe‒ en The Knickerbocker marcó el camino al señalar que la narración estaba repleta de circunstancias desagradables, cruentas y violentas. Así, la obra se percibió como excesiva e hiperbólica en la citada línea, al tiempo que se hizo hincapié en el hecho de que la trama presentaba errores mayúsculos desde un punto de vista náutico y geográfico, elementos narrativos inverosímiles y, en su pretensión de veracidad, se entendió que constituía un inaceptable intento de engaño al público lector, objetivo que, curiosamente, se logró sobre todo en tierras británicas, donde no fueron pocos los que leyeron Pym como una historia auténtica, aunque exagerada. El fracaso de la obra supuso un serio revés económico para Poe, que tampoco la tuvo en alta estima (se referiría a ella como «un libro muy tonto»), y que abandonaría el género novelístico para acometer otras empresas literarias y dedicarse principalmente a la escritura de ensayos y relatos, como evidencia el hecho de que el siguiente libro que publicó fue sus Cuentos de lo grotesco y lo arabesco (1840). No obstante lo dicho, con el tiempo, Pym se convirtió en una obra de enorme fama, influyendo, como ya se ha apuntado, en numerosos autores posteriores, entre los que se cuentan, además de los ya mencionados, Herman Melville (Moby Dick, publicada en 1851, debe mucho a la narración de Poe), Charles Baudelaire (que la tradujo al francés en 1857), Henry James (que en La copa dorada, 1904, alude a la novela), H. P. Lovecraft (sobre todo, En las montañas de la locura, 1936), Dominique André (que escribió una secuela de la novela, La conquista de lo eterno, 1947), Paul Theroux (The Old Patagonian Express, 1979), Paul Auster (en Ciudad de Cristal, 1985, el personaje de Quinn fabula sobre los criptogramas que aparecen al final de la obra), y Mat Johnson (que en Pym, publicada en 2011, lleva a cabo una reescritura posmoderna de la novela de Poe centrada en cuestiones de raza).
Desde el punto de vista narrativo, Pym muestra la suprema maestría e ironía de su autor, que introduce en el prólogo la incertidumbre acerca de la veracidad de la obra, y ‒en una nueva y suprema vuelta de tuerca de alteridad‒ a su propio doble en calidad de editor[15]. Poe construye una trama en primera persona narrada por Arthur Gordon Pym, editada y continuada ‒no sabemos hasta qué punto‒ por el doble del escritor, que finalmente se ve interrumpida, para ser clausurada por una nota en la que se le hace partícipe al lector ‒que nada sabe‒ del destino de Pym, de la imposibilidad de comunicarse con el personaje de Peters, y de la pérdida de los «dos o tres» capítulos finales de la novela. Todo ello rompe sistemáticamente