Las Tragedias de William Shakespeare. William Shakespeare

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Las Tragedias de William Shakespeare - William Shakespeare

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¡Silencio, eh!

      ANTONIO. — Os lega además todos sus paseos, sus quintas particulares y sus jardines recién plantados a este lado del Tíber. Los deja a perpetuidad a vosotros y a vuestros herederos como parques públicos para que os paseéis y recreéis. ¡Éste era un César! ¿Cuándo tendréis otro semejante?

      CIUDADANO PRIMERO. — ¡Nunca, nunca! ¡Venid! ¡Salgamos! ¡Salgamos! ¡Queremos su cuerpo en el sitio sagrado e incendiaremos con teas las casas de los traidores! ¡Recoged el cadáver!

      CIUDADANO SEGUNDO. — ¡Id en busca de fuego!

      CIUDADANO TERCERO. — ¡Destrozad los bancos!

      CIUDADANO CUARTO. — ¡Haced pedazos los asientos, las ventanas, todo!

      (Salen los CIUDADANOS con el Cuerpo.)

      ANTONIO. — ¡Ahora, prosiga la obra! ¡Maldad, ya estás en pie! ¡Toma el curso que quieras!

      (Entra un CRIADO.)

      ¿Qué ocurre, mozo?

      CRIADO. — Octavio ha llegado a Roma.

      ANTONIO. — ¿Dónde está?

      CRIADO. — Él y Lépido se hallan en casa de César.

      ANTONIO. — Voy inmediatamente a verle. Viene a medida del deseo. La fortuna está de buen humor y, en su capricho, nos lo concederá todo.

      CRIADO. — Le he oído decir que Bruto y Casio han escapado como locos por las puertas de Roma.

      ANTONIO'. — Es posible que tuvieran alguna información sobre los sentimientos del pueblo y la manera como lo he sublevado. Llévame ante Octavio.

      (Salen.)

      SCENA TERTIA

       Una calle

      Entra CINA el poeta

      CINA. — Esta noche he soñado que estaba en un festín con César, y siniestros presagios atormentan mi imaginación. No tengo deseo de salir de casa, y, sin embargo, un algo desconocido me impulsa.

      (Entran CIUDADANOS.)

      CIUDADANO PRIMERO. — ¿Cuál es vuestro nombre?

      CIUDADANO SEGUNDO. — ¿Adonde vais?

      CIUDADANO TERCERO. — ¿Dónde vivís?

      CIUDADANO CUARTO. — ¿Sois casado, o soltero?

      CIUDADANO SEGUNDO. — Responded a cada uno inmediatamente.

      CIUDADANO PRIMERO. — Y brevemente.

      CIUDADANO CUARTO. — Y sensatamente.

      CIUDADANO TERCERO. — Y francamente, os trae cuenta.

      CINA. — ¿Cuál es mi nombre? ¿Adonde voy? ¿Dónde vivo? ¿Si soy casado o soltero? ¿Y luego responder a cada uno inmediatamente y brevemente, sensatamente y francamente? Pues, sensatamente, digo que soy soltero.

      CIUDADANO SEGUNDO. - ¡Eso es tanto como decir que los que se casan son imbéciles Temo que eso os va a costar un golpe. Prosigue, inmediatamente.

      CINA. — Inmediatamente, voy a los funerales de César.

      CIUDADANO PRIMERO. — ¿Como amigo, o como enemigo?

      CINA. — Como amigo.

      CIUDADANO SEGUNDO. — Ese punto está contestado inmediatamente.

      CIUDADANO CUARTO. — Ahora, vuestra residencia, Brevemente.

      CINA. — Brevemente, resido cerca del Capitolio.

      CIUDADANO TERCERO. — Vuestro nombre, señor, francamente.

      CINA. — Francamente, mi nombre es Cina.

      CIUDADANO PRIMERO. — ¡Desgarradle en pedazos! ¡Es un conspirador!

      CINA. — ¡Soy Cina el poeta! ¡Soy Cina el poeta!

      CIUDADANO CUARTO. — ¡Desgarradle por sus malos versos! ¡Desgarradle por sus malos versos!

      CINA. — ¡No soy Cina el conspirador!

      CIUDADANO CUARTO. — ¡No importa, se llama Cina! ¡Arrancadle solamente su nombre del corazón y dejadle marchar!

      CIUDADANO TERCERO. — ¡Desgarradle! ¡Desgarradle! ¡Vengan teas! ¡Eh! ¡Teas encendidas! ¡A casa de Bruto! ¡A casa de Casio! ¡Arda todo! ¡Vayan algunos a casa de Decio, y otros a la de Casca, y otros a la de Ligario! ¡En marcha! ¡Vamos!

      (Salen.)

      Acto IV

       Índice

      SCENA PRIMA

       Roma. — Habitación en casa de Antonio

      ANTONIO, OCTAVIO y LÉPIDO, sentados alrededor de una mesa.

      ANTONIO. — Todos éstos, entonces, tienen que morir. Quedan sus nombres anotados.

      OCTAVIO. — Es preciso que vuestro hermano muera bien. ¿Consentís, Lépido?

      LÉPIDO. — Consiento.

      OCTAVIO. — Anotadlo, Antonio. .

      LÉPIDO. — Pero a condición de que no vivirá Publio, el hijo de vuestra hermana, Marco Antonio.

      ANTONIO. — No vivirá. Mirad. Con esta señal le condeno. Mas id, Lépido, a casa de César, traed el testamento, y veremos el modo de suprimir algunas mandas de los legados.

      LÉPIDO. — ¿Qué, os encontraré luego aquí?

      OCTAVIO. — Aquí o en el Capitolio.

      (Salé LÉPIDO.)

      ANTONIO. — Éste es un majadero, que sólo sirve para hacer recados. ¿Conviene que, dividido el mundo en tres partes, venga él a ser uno de los tres que ha de tener parte?

      OCTAVIO. — Así lo juzgasteis, y pedisteis su voto sobre quiénes debían ser anotados para morir, en nuestra negra lista de proscripción.

      ANTONIO. — He vivido más que vos, Octavio, y aunque confiáramos tales honores a este hombre, a fin de aliviarnos de varias cargas calumniosas, él no los llevará sino como lleva el asno el oro, jadeando y sin aliento bajo la faena, guiado o arreado, según le señalemos el camino. Y cuando haya conducido nuestro tesoro adonde nos convenga,

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