Lo mejor de Dostoyevski. Fiódor Dostoyevski
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Sin embargo, vio claramente que Sonia, por su educación y su carácter, no podía permanecer indefinidamente en semejante situación. También se preguntaba cómo había podido vivir tanto tiempo sin volverse loca. Desde luego, comprendía que la situación de Sonia era un fenómeno social que estaba fuera de lo común, aunque, por desgracia, no era único ni extraordinario; pero ¿no era esto una razón más, unida a su educación y a su pasado, para que su primer paso en aquel horrible camino la hubiera llevado a la muerte? ¿Qué era lo que la sostenía? No el vicio, pues toda aquella ignominia sólo había manchado su cuerpo: ni la menor sombra de ella había llegado a su corazón. Esto se veía perfectamente; se leía en su rostro.
«Sólo tiene tres soluciones siguió pensando Raskolnikof : arrojarse al canal, terminar en un manicomio o lanzarse al libertinaje que embrutece el espíritu y petrifica el corazón.»
Esta última posibilidad era la que más le repugnaba, pero Raskolnikof era joven, escéptico, de espíritu abstracto y, por lo tanto, cruel, y no podía menos de considerar que esta última eventualidad era la más probable.
«Pero ¿es esto posible? siguió reflexionando . ¿Es posible que esta criatura que ha conservado la pureza de alma termine por hundirse a sabiendas en ese abismo horrible y hediondo? ¿No será que este hundimiento ha empezado ya, que ella ha podido soportar hasta ahora semejante vida porque el vicio ya no le repugna…? No, no; esto es imposible exclamó mentalmente, repitiendo el grito lanzado por Sonia hacía un momento : lo que hasta ahora le ha impedido arrojarse al canal ha sido el temor de cometer un pecado, y también esa familia… Parece que no se ha vuelto loca, pero ¿quién puede asegurar que esto no es simple apariencia? ¿Puede estar en su juicio? ¿Puede una persona hablar como habla ella sin estar loca? ¿Puede una mujer conservar la calma sabiendo que va a su perdición, y asomarse a ese abismo pestilente sin hacer caso cuando se habla del peligro? ¿No esperará un milagro…? Sí, seguramente. Y todo esto, ¿no son pruebas de enajenación mental?»
Se aferró obstinadamente a esta última idea. Esta solución le complacía más que ninguna otra. Empezó a examinar a Sonia atentamente.
¿Rezas mucho, Sonia? le preguntó.
La muchacha guardó silencio. Él, de pie a su lado, esperaba una respuesta.
¿Qué habría sido de mí sin la ayuda de Dios?
Había dicho esto en un rápido susurro. Al mismo tiempo, lo miró con ojos fulgurantes y le apretó la mano.
«No me he equivocado», se dijo Raskolnikof.
Pero ¿qué hace Dios por ti? siguió preguntando el joven.
Sonia permaneció en silencio un buen rato. Parecía incapaz de responder. La emoción henchía su frágil pecho.
¡Calle! No me pregunte. Usted no tiene derecho a hablar de estas cosas exclamó de pronto, mirándole, severa e indignada.
«Es lo que he pensado, es lo que he pensado», se decía Raskolnikof.
Dios todo lo puede dijo Sonia, bajando de nuevo los
«Esto lo explica todo», pensó Raskolnikof. Y siguió observándola con ávida curiosidad.
Experimentaba una sensación extraña, casi enfermiza, mientras contemplaba aquella carita pálida, enjuta, de facciones irregulares y angulosas; aquellos ojos azules capaces de emitir verdaderas llamaradas y de expresar una pasión tan austera y vehemente; aquel cuerpecillo que temblaba de indignación. Todo esto le parecía cada vez más extraño, más ajeno a la realidad.
«Está loca, está loca», se repetía.
Sobre la cómoda había un libro. Raskolnikof le había dirigido una mirada cada vez que pasaba junto a él en sus idas y venidas por la habitación. Al fin cogió el volumen y lo examinó. Era una traducción rusa del Nuevo Testamento, un viejo libro con tapas de tafilete.
¿De dónde has sacado este libro? le preguntó desde el otro extremo de la habitación, cuando ella permanecía inmóvil cerca de la mesa.
Me lo han regalado respondió Sonia de mala gana y sin mirarle.
¿Quién?
Lisbeth.
« ¡Lisbeth! ¡Qué raro! », pensó Raskolnikof.
Todo lo relacionado con Sonia le parecía cada vez más extraño. Acercó el libro a la bujía y empezó a hojearlo.
¿Dónde está el capítulo sobre Lázaro? preguntó de pronto.
Soma no contestó. Tenía la mirada fija en el suelo y se había separado un poco de la mesa.
Dime dónde están las páginas que hablan de la resurrección de Lázaro.
Sonia le miró de reojo.
Están en el cuarto Evangelio repuso Sonia gravemente y sin moverse del sitio.
Toma; busca ese pasaje y léemelo.
Dicho esto, Raskolnikof se sentó a la mesa, apoyó en ella los codos y el mentón en una mano y se dispuso a escuchar, vaga la mirada y sombrío el semblante.
« Dentro de quince días o de tres semanas murmuró para sí habrá que ir a verme a la séptima versta. Allí estaré, sin duda, si no me ocurre nada peor.»
Sonia dio un paso hacia la mesa. Vacilaba. Había recibido con desconfianza la extraña petición de Raskolnikof. Sin embargo, cogió el libro.
¿Es que usted no lo ha leído nunca? preguntó, mirándole de reojo. Su voz era cada vez más fría y dura.
Lo leí hace ya mucho tiempo, cuando era niño… Lee.
¿Y no lo ha leído en la iglesia?
Yo… yo no voy a la iglesia. ¿Y tú?
Pues… no balbuceó Sonia.
Raskolnikof sonrió.
Se comprende. No asistirás mañana a los funerales de tu padre, ¿verdad?
Sí que asistiré. Ya fui la semana pasada a la iglesia para una misa de réquiem.
¿Por quién?
Por Lisbeth. La mataron a hachazos.
La tensión nerviosa de Raskolnikof iba en aumento.