"Por una merced en estos reinos". Carolina Abadía Quintero
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Mi interés por el estudio de los cabildos catedrales y las promociones eclesiásticas nació en una clase impartida por el doctor Óscar Mazín en el Seminario de Historia de España a cargo de la doctora Nelly Sigaut. A ellos dos les debo el descubrimiento de los temas y problemas históricos en los que actualmente me encuentro investigando, pero también les debo el aprendizaje de lo riguroso que debe ser el estudio de la historia y lo apasionante que deben ser los estudios históricos. Gracias, sobre todo, a la doctora Nelly, por ser mi guía, mi compañera, mi amiga y en parte arquitecta de esta propuesta; mi idolatría y cariño por ella son inmensos por todos estos años de trabajo a su lado. Gracias también al doctor Luis Alberto Arrioja, caro maestro y uno de los amigos invaluables que me ha dejado El Colegio de Michoacán, sus lecciones sobre la historia comparada y conectada me dejaron una importante impronta.
Fueron importantes las asesorías recibidas de parte del doctor Rodolfo Aguirre, del Instituto de Estudios sobre la Universidad y la Educación (IISUE-UNAM); del doctor Manuel Rivero de la Universidad Autónoma de Madrid; de la doctora María José Rodríguez, de la London School of Economics; del doctor Pedro Cardim, de la Universidad Nova de Lisboa; del doctor Rafael Valladares de la EEHAR; de los doctores Armando Alberola y Cayetano Mas de la Universidad de Alicante, quienes de manera diligente me hicieron sugerencias y observaciones que aportaron por mucho a la redacción de este texto. Fueron determinantes también los espacios brindados por los dos grupos de investigación a los que pertenezco tanto en Colombia (Religiones, Creencias y Utopías) como en México (Grupo de Estudios sobre Religión y Cultura), porque en ellos pude muchas veces socializar avances de este trabajo y recibir puntuales e importantes observaciones para mejorar la propuesta de parte de las y los investigadores que los conforman.
Considero que todo libro de investigación tiene una suma de afectos y agradecimientos, y este no es la excepción. Gracias a los archiveros y bibliotecarios que apoyaron con su labor la búsqueda y consulta de material histórico, entre ellos en especial a los del Archivo Central del Cauca, el Archivo Histórico de Quito, el Archivo Nacional del Ecuador, la Sala Cervantes de la Biblioteca Nacional de España y el Archivo General de Indias. A Alejandro Sánchez Tovar, geógrafo de profesión, quien me ayudó en la realización de los mapas. A la Editorial Universidad del Rosario y a todo su equipo, por permitir que las/los investigadores tengamos la posibilidad de publicar nuestros trabajos en tan prestigioso sello. A la profesora Adriana Álzate, por su entusiasmo e interés en que este trabajo viera la luz. A mi querido maestro Antonio Echeverry, quien siempre ha estado ahí guiándome en la carrera profesional y en la vida; su amistad y apoyo para mí son invaluables. A mis queridos amigos y amigas colombo-mexicanos (Julieta, Lolita, Andrea, Pipe y Ale, Michael, Pedrito, Jorge, Miguel, Carito, Mariana), los que han vivido mis periplos por el mundo, gracias siempre por sus cariños. Al amor, ese que siempre encuentro en mi compañero de vida, en mi madre y mi abuela, en mis tíos y en Clío.
En el periodo virreinal, para clérigos y religiosos, la posibilidad de una promoción en la estructura eclesiástica fue un asunto de vital importancia, en la medida en que con esto se acrecentaba su honor y prestigio dentro de la sociedad, y se fortalecía su cursus honorum. El paso por una parroquia, los estudios realizados en una universidad y la posesión de una prebenda en un cabildo catedral fueron solo unas cuantas opciones que permitieron a los eclesiásticos edificar una carrera en la Iglesia católica y, por ende, transitar en distintas posiciones en las catedrales, las universidades, los tribunales y las parroquias del mundo hispánico. Circulación, movilidad y ascenso dan cuenta, por tanto, de una práctica de poder en la que participaban los grupos clericales y civiles, ya que la promoción eclesiástica involucraba al Consejo de Indias y al rey, y en el intermedio hacían presencia variadas voces que podían llegar a oídos del monarca. Entre estas es posible encontrar a aquellos a quienes se consultaba oficialmente por un candidato como el valido, o autoridades y personajes de otra intensidad como la reina, los integrantes de otros consejos o cortesanos cercanos. Por último, pero no menos importante, se destacan gestores, agentes, procuradores y familiares del candidato que podían incidir en un nombramiento.
Así, el estudio de los procesos de promoción eclesiástica permite comprender la lógica y tendencia de la circulación presente en los obispados y arzobispados del mundo hispánico, y, a la vez, acercarse al análisis del movimiento de los individuos, de las ideas, de las devociones y de los objetos que estos llevaban consigo, y de quienes participaban e influenciaban la selección y elección de candidatos para estos cargos. Como señala Gänger, si bien el término circulación proviene de los estudios relacionados con la biología humana, desde hace unas décadas es utilizado por los historiadores dedicados al estudio de la historia global y de la globalización para dar cuenta de múltiples significados referidos a la diseminación, transmisión y extensión en tiempos y espacios históricos de ideas, artefactos o personas.1 La circulación, por tanto, habla de una historia en permanente movimiento que es evidencia de los vínculos existentes entre los individuos y territorios que constituían la monarquía de los Austria,2 de modo que, como plantea Serge Gruzinski, es labor del historiador develar el universo de conexiones históricas que entrecruzan historias múltiples.3 En este sentido, el interés está en el estudio de la circulación a partir del movimiento y paso de capitulares y obispos de Popayán en un entorno inmediato como el obispado de Popayán; este movimiento podía ser regional, es decir, por las catedrales y los episcopados indianos, o global, espacio que comprendía las áreas de control e influencia de la monarquía hispánica.
Como plantea Mark Burkholder, el ascenso en las corporaciones de poder hispánico imperó tanto para las audiencias como para aquellas corporaciones eclesiásticas como las universidades y los cabildos catedrales,4 a partir de un proceso que apelaba a servicios y méritos,5 y a la vez a recomendaciones y validaciones de cualidades, actitudes y calidades, recomendaciones que son una muestra a pequeña escala de las clientelas, relaciones o redes a que pertenecían aquellos que buscaban una promoción. Esta movilidad eclesiástica estuvo regida por la figura del patronato regio concedido por el papado al rey Fernando el Católico, el 28 de julio de 1508, y consignada en la Recopilación de las leyes de Indias; así, el soberano obtenía el deber de patrono y vicario de la Iglesia católica en los territorios de la monarquía, con el poder para erigir o perpetuar beneficios eclesiásticos, ordenar la recolección y distribución decimal, establecer los límites de las diócesis y elegir prelados y prebendados para Indias.6
Pensar, por tanto, en el problema de la presentación obliga a examinar el patronato regio como marco jurídico que reguló los nombramientos eclesiásticos de la monarquía hispánica por tres siglos, y que es, además, elemento clave de interpretación y entendimiento de los enfrentamientos entre corporaciones eclesiásticas y civiles, y factor detonante de buena parte de las tensiones jurisdiccionales indianas, como se enfatizará. Hay que destacar que su espacio de aplicación no fue exclusivo de Indias, sino, en general, de la monarquía portuguesa, algunas ciudades italianas y los reinos que conformaron el Imperio hispánico, diferenciándose sus facultades según los usos y las costumbres de cada territorio. Ejemplo de esto es el Padroado portugués o el patronato siciliano ambos parecidos y cercanos al patronato indiano, o el patronato de los reinos de Castilla o Cerdeña en que se limitaba el derecho de presentación y elección de prelados determinado por el rey.7
De acuerdo con Alberto de la Hera, abordar el patronato hispánico, es hacerlo desde dos frentes: uno que se encarga del análisis del sustento legislativo y otro que se centre en la praxis.8 Respecto de este último, es necesario pensar que el patronazgo del rey sirvió como mecanismo de vinculación entre las élites indianas y la monarquía, con lo cual se reguló el acceso a cargos y la posibilidad de recibir una merced de parte del rey. Ya John H. Elliot ha demostrado cómo las relaciones de España e Indias en los siglos XVI y XVII se caracterizaron por el equilibrio y la tensión expresados tanto