El mejor periodismo chileno. Premio Periodismo de Excelencia 2020. Varios autores
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En la madrugada, cuando salía de su casa para ir a trabajar, Carola Ortiz dice que solía encontrarse con la misma escena: su hijo Emerson parado en la esquina de su calle, con un banano negro colgando de un hombro. Allí guardaba la droga que vendía.
—Se amanecía en la calle. Me contó que le pagaban diez lucas por hacer esa pega. A él le gustaba la vida de traficante, tenía todo en bandeja y con eso era feliz —recuerda la madre.
A pesar de que la tuición de Emerson la tenía su vecina, Carola Ortiz seguía participando en programas de protección e intervención a menores. El Programa Especializado en Calle (PEC) de Recoleta fue uno de los primeros en escuchar e informar las denuncias de la madre.
El PEC Recoleta pertenece a la Corporación Asociación Chilena Pro Naciones Unidas (ACHNU), la que busca reducir o interrumpir el tiempo de permanencia de los niños y jóvenes en la calle, junto con la defensa y promoción de los derechos de estos. Además, ACHNU es una institución colaboradora del Sename.
Cuando V. recibió la tuición de Emerson, Gabriel Sáez, trabajador social, era director del PEC Recoleta. Para él, no era el primer caso de jóvenes reclutados por narcotraficantes.
—Ellos conocen así el rubro, tienen acceso a celulares, ropa y zapatillas. No lo connotan como algo negativo, al contrario, lo manifiestan como una manera fácil de obtener dinero todos los días. La mayoría de las familias que se dedican al tráfico reclutan a estos jóvenes, los usan como soldados y estos dejan de asistir al programa —dice Sáez.
Una situación similar vivió Emerson, asegura su madre.
—Mi hijo empezó a vivir otra vida, le regalaban ropa cara, zapatillas, Play Station, lo trasladaban en autos o manejaba moto. Cosas que yo no le podía dar, tengo muchos hijos y hago lo que puedo.
Según documentos, a los que tuvo acceso Sábado, el PEC Recoleta le informó al tribunal de familia —en julio y agosto de 2015— las denuncias de Ortiz. Este último expediente fue enviado a Paulina Roncagliolo, la jueza que autorizó la tuición del menor a V.
El protocolo para las denuncias de narcotráfico e informes realizados por estos programas son entregados al tribunal de familia, el que, a su vez, debería traspasar la información al Ministerio Público para que se investigue. Gabriel Sáez asegura que en denuncias anteriores, con otros casos parecidos, la fiscalía lo citó o le pidió más documentación del hecho. “Pero en este caso nunca me llamaron a declarar; asumo que no pasó nada”.
En diciembre de 2015, Sáez dejó la dirección del PEC Recoleta y en su reemplazo asumió María Carreño, trabajadora social que conocía las denuncias de Carola Ortiz. Ese mismo mes, el PEC Recoleta envió por segunda vez un informe a la jueza Roncagliolo, del tribunal de familia.
En él se detalla que V. no cumplía con lo estipulado por el programa y el tribunal; que Emerson había vuelto a la casa de su madre, después de que ser golpeado por V. y utilizado para robar; y que “la mejor alternativa para los jóvenes (los cuatro hijos de Ortiz) es salir del espacio actual donde se encuentran e irse a uno más protector donde pueden ser restituidos sus derechos vulnerados y cuenten con un adulto responsable”. Ese espacio era internarlos en una residencia del Sename, situación que había ocurrido en el pasado.
En esa ocasión, el PEC Recoleta consultó el ingreso de los niños en cinco residencias: una de ella no tenía vacante, dos tenían disponibilidad para los próximos meses y el resto no respondió la solicitud.
En junio de 2016, el PEC Recoleta volvió a entregar nueva documentación a la jueza Roncagliolo, esta vez solicitando el cese de los cuidados personales que tenía V. y el ingreso de Emerson y sus hermanos “a un hogar residencial de forma urgente”. En los dos años que María Carreño fue directora del programa, ella asegura que, a pesar de sus reiteradas entregas de información, nunca tuvieron audiencia con algún juez para formalizar la denuncia.
—Estábamos aburridos, siempre nos cancelaban las audiencias. Nos daban una fecha, llegábamos al tribunal y nos decían: “El niño está bien”, pero eso no era cierto. Enviamos informe tras informe, sin ninguna respuesta. Era muy frustrante, porque dimos todos los detalles posibles. Prácticamente era resolver en base a los contundentes documentos. Cualquier persona que los lea podría resolver un caso así de grave. En cambio, V. fue al tribunal, le programaron una audiencia, le dieron los cuidados de Emerson y ni siquiera nos preguntaron. No pidieron ningún informe, nada —sentencia.
Sábado procuró contactar, a través de llamadas y correos electrónicos, a la magistrada Roncagliolo, quien no respondió las solicitudes de entrevista.
Sin poder concretar la denuncia de la mamá de Emerson, la directora y el equipo PEC Recoleta comenzaron a investigar otros hechos similares. La idea era presentar un grupo de víctimas, todos menores de edad y usados por una red de narcotráfico. El 26 de julio de 2016, la Corporación Asociación Chilena Pro Naciones Unidas (ACHNU) presentó una denuncia en la Fiscalía Centro Norte detallando que en uno de sus programas se habían comprobado situaciones irregulares, las que involucraban a Emerson y a cuatro adolescentes más.
“En efecto, se ha tomado conocimiento de que al interior del domicilio, ubicado en (…) existe presuntamente tráfico de drogas, actividad que su propia dueña, V., ha confesado a profesionales de nuestra institución. Esta misma persona ha confesado que ha hecho industria de solicitar, a tribunales de familia, el cuidado personal de niños y jóvenes vulnerables de la comuna, a quienes utiliza en el comercio de drogas”, detalla el documento incluido en la investigación.
En esa fecha, los otros cuatro niños denunciados tenían entre siete y 18 años, todos con historial de vulneraciones.
Meses después de la denuncia en la fiscalía, María Carreño asegura que fue citada a un cuartel de la PDI para hablar del caso. Pero le explicaron que aún no se iniciaban las diligencias y, según ella, le pidieron que tomara fotografías del tráfico y que diera una lista con nombres de los involucrados. Se negó a hacerlo.
—Frente a cualquier denuncia corríamos el riesgo de que las personas del sector se enteraran de que fuimos nosotros. Para entrar, de manera segura, hay que ganarse la confianza de la gente de la población. Investigar y tener pruebas era labor de la policía. Nosotros éramos los que seguíamos trabajando allí. Era mi vida la que estaba en riesgo.
Al salir del cuartel, María Carreño recuerda que sintió impotencia y tristeza. “Había usado todas mis herramientas para denunciar y todo el mundo sabía lo que estaba pasando. ¿Qué más podía hacer?”. En noviembre de 2016, la directora renunció al PEC Recoleta. Explica que, a pesar de haber logrado metas con varios jóvenes del programa, el nulo apoyo de las otras entidades relacionadas en el proceso perjudicó el trabajo realizado, situación que terminó por desanimarla.
—Muchas veces logras las intervenciones, pero no son sostenibles en el tiempo, porque no existe una red de apoyo. A los jóvenes podemos reinsertarlos en el colegio, pero que se mantengan es otro cuento. Además, el Sename nos establece un plazo máximo de dos años para trabajar con un adolescente. ¿Qué problemas estructurales puedes cambiar en ese tiempo? Ninguno. No consideran que te demoras, al menos, seis meses en encontrar a un niño. Hay que ir a buscarlos a la calle, a las poblaciones, a los terminales, y cuando los encuentras tienes de intermediario a un traficante.
Sábado se contactó con la Corporación