El mejor periodismo chileno. Premio Periodismo de Excelencia 2020. Varios autores

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El mejor periodismo chileno. Premio Periodismo de Excelencia 2020 - Varios autores

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la jueza a escondidas de su familia. Es así como la magistrada revisó las causas anteriores del menor y las denuncias de Carola Ortiz. Ella asegura que no es primera vez que se entera de que las denuncias realizadas por los programas de protección a los tribunales de familia no son consideradas. Explica que uno de los motivos puede ser la alta carga laboral de cada magistrado, que bordean las 100 y 150 causas diarias cada uno, pero lo que realmente afecta, según ella, es lo rotativo que son los jueces en cada una de esas causas.

      —El problema es que las causas complejas no radican en un solo juez. Un caso como el de Emerson puede pasar en un año de tramitación, fácilmente, entre 15 y 20 jueces. Ahí dependerá del criterio de cada uno si revisa o no los expedientes pasados. ¿Por qué el tribunal no hizo nada y por qué actuó de forma indebida? Es porque el sistema está mal hecho. Los magistrados de medidas cautelares vemos causas que tratan desde el bullying hasta niños que pueden ser usados como soldados de tráfico. Y ese problema ocurre en todos los tribunales de familia de Chile, por lo tanto, es importante reformar íntegramente la ley, y crear un sistema de protección administrativa, que sea previo a lo judicial, con una ley de garantías que reconozca los derechos de todos los niños, niñas y adolescentes del país.

      Además, agrega Villarroel, otra falencia del sistema es la falta de asesoramiento legal que reciben los padres involucrados en vulneración de derechos de sus hijos.

      —Carola Ortiz nunca estuvo asesorada por un abogado que la pudiese defender del sistema, que la guiara en el proceso judicial. Por muy inhabilitada que esté una persona como madre o padre, ellos tienen derecho a tener un abogado que los apoye en el proceso. El sistema debería tener como objetivo no alejar a los niños de sus padres, al contrario, debería ser habilitar o rehabilitar las habilidades de estos padres para que puedan hacerse cargo. Pero, en este caso, el problema estuvo en que el tribunal de familia no verificó que esta vecina ya tenía denuncias previas de los programas.

      Con los antecedentes, la magistrada Villarroel investigó en otros programas y dio con tres nuevos casos de jóvenes reclutados por V. “Ellos me informaron que existe un grupo organizado que va a los tribunales de familia o de garantía y piden la tuición o cuidados de niños vulnerados, los que no tienen un adulto responsable y hábil. Hoy, esos niños estarían siendo usados como soldados”. Además, la jueza asegura que pidió más datos sobre esos menores al Sename y a la OPD de Huechuraba, los que “fueron resistentes a entregar la información. Después, derechamente, ya no me respondieron más”.

      Con la información que alcanzó a recopilar, Villarroel presentó la denuncia de diciembre pasado. “Lo hice como magistrada, con mi nombre, sin escatimar en los peligros que conlleva. No lo hice a nombre del tribunal de familia porque, lo más seguro, es que quedara en el aire”. Semanas después, dice que fue citada a declarar a la fiscalía y asegura que entregó todos los antecedentes a José Morales, fiscal jefe. Nunca más recibió información del caso ni de su denuncia. Sábado se contactó con el fiscal Morales para saber el destino de las tres denuncias —que realizaron los profesionales de programas y tribunales de familia— que involucran, al menos, a 10 menores de edad; y para conocer antecedentes de V., pero prefirió no referirse al tema.

      En diciembre del año pasado J., el hermano menor de Emerson, ingresó al Cread Pudahuel. Lo hizo apoyado por una antigua profesora de su colegio, la que mantiene una estrecha relación con él.

      La profesora confiesa que ella le recomendó pedir ayuda por las golpizas que recibía de sus hermanos, cuando no quería delinquir. Incluso, por solicitud del mismo J., el tribunal de familia prohibió todas las visitas de Carola Ortiz y de su familia. Excepto a la profesora, la que después pudo llevárselo a su casa, los fines de semana. Junto a ella celebró su cumpleaños, Navidad y Año Nuevo.

      En la dinámica del hogar, junto a su marido e hija, relata la docente, notaron las verdaderas carencias del menor. “Ahí me di cuenta de que él solo necesita cariño, que lo ayuden, que le enseñen cosas cómo cortarse las uñas, lavarse el pelo con champú”, agrega. La profesora explica que J. destaca por ser un joven con una sola meta en su vida: terminar el colegio.

      —J. nunca faltó a clases. Es un chico amable, creó vínculo con los profesores, entonces, para él, fue una fortaleza estar en la escuela y rodeado de gente que lo apoyaba. Es muy querible, donde va, la gente le toma cariño. J. tiene unos ojos verdes hermosos y cada vez que lo veo, siento que sus ojos reflejan su alma. Suena raro, pero a él lo ayudó mucho ese tiempo en el Sename. No en rehabilitación ni en enseñanza, lo ayudó a escapar de lo que estaba rodeado. Hasta su cara cambió, era otro niño, uno feliz. Me decía que ahora podía dormir tranquilo. Pero se escapó.

      J. alcanzó a estar siete meses en el Sename antes de volver a vivir con su madre, quien hoy tiene la tuición de todos sus hijos de nuevo, en La Pincoya.

      —A mis hijos los voy a tener siempre conmigo. No quiero que me los vuelvan a quitar, no quiero que los recluten los narcos. Si es necesario, me voy a andar arrancando siempre, pero no voy a volver a pisar un tribunal. Después de lo que pasó, no puedo confiar en la justicia —relata Carola Ortiz.

      La semana pasada, J. se comunicó con la profesora.

      —Me llamó y me dijo que estaba bien. Estaba muy orgulloso porque va a ser el primero de su familia en terminas octavo básico. Y antes de cortar le pidió un último favor.

      —Me dijo: “Tía, ¿me podría ayudar con las tareas del colegio? No me quiero atrasar. Quiero terminarlo luego, quiero salir de acá”.

      TRABAJOS FINALISTAS

      CLAUDIO BERTONI: “YO NO VUELVO A GOOGLEAR UN SÍNTOMA NI AUNQUE ME TORTUREN”

      Daniel Hopenhayn

      2 de mayo

      La Tercera

      En 2017, en el suplemento Babelia del diario español El País, Leila Guerriero comienza así una entrevista con Claudio Bertoni: “La casa del poeta Claudio Bertoni, en Concón, una pequeña ciudad balnearia a 20 minutos de Viña del Mar, Chile, es legendaria por lo austera: un cuadrado con techo de chapa que era el galpón donde se guardaban los trastos de una vivienda que ocupaban sus padres. Tiene dos habitaciones, una cocina y un baño. En la sala hay un desorden bestial que se conecta de mueble en mueble como un sistema de vasos capilares por el que circularan tazas, pedazos de cartón, ropa, libros”. El poeta vive recluido en Concón desde hace 45 años como un fugitivo del mundo, de la sociedad literaria y de la tecnología, y esta entrevista causó por partes iguales asombro, regocijo, alarma e identificación en su legión de lectores. A sus 76 años, Bertoni ha publicado más de 20 libros inclasificables que convirtieron en una rara avis en las letras chilenas. Con delicadeza y un profundo conocimiento de su obra, Daniel Hopenhayn logra llevarlo a lugares donde entrevistas anteriores no lo habían hecho.

      El poeta habla de su relación de amor y odio con el presente y también con un lugar profundo de versos, autores, palabras y emociones que pocos trabajos periodísticos se animan a visitar. El jurado se puso de acuerdo de inmediato en que esta era la entrevista que más posiblemente quedará en la memoria colectiva cuando la pandemia y el encierro sean vistos como una pesadilla del pasado remoto.

      Refugiado en Concón, donde reside hace 45 años, Bertoni enfrenta la pandemia con la paranoia que corresponde a un hipocondríaco sin cura. No le resulta fácil. Carece de habilidades para hacer trámites por internet y carece de resolución para hacer el aseo. Pero sus problemas

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