Delitos Esotéricos. Stefano Vignaroli

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Delitos Esotéricos - Stefano Vignaroli

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segundos más tarde, el verdugo cogió una antorcha de un brasero, en primer lugar la levantó bien alta para mostrar a todos las llamas, luego la acercó a la pila de leña a los pies de Artemisia, que se incendió.

      Artemisia, antes de que las llamas comenzasen a envolver su cuerpo, volvió la mirada a la luna, que en ese momento estaba oculta por el fenómeno del eclipse y sólo era percibida como una esfera rosácea rodeada por un halo, y dejó que se marchase su espíritu. Debía evitar que sus poderes y su sabiduría se transfiriesen a Carrega, enviándolos, en cambio, con la ayuda telepática de sus compañeras, a las cuales su sacrificio había salvado la vida, hacia la niña que había parido hacía unas pocas horas y que se llamaría Aurora, la primera luz de la mañana. En poco tiempo, las llamas se apoderaron del cuerpo de Artemisia y lo envolvieron, la mujer se transformó en una antorcha humana, los cabellos se quemaron, los vestidos se convirtieron en cenizas, dejando al descubierto la carne, que primero se convirtió en roja y luego en negra. La silueta de Artemisia, que ahora se retorcía, ya sólo se podía intuir en medio del muro de fuego, que ardía ruidosamente. Al final, Artemisia, con un último y prolongado grito de dolor, expiró, mientras las llamas continuaban desarrollando su cruel trabajo. Al acabar, en el suelo sólo quedaría un montículo de cenizas.

      Cuando Aurora y Larìs volvieron a la realidad todavía estaban desnudas, tumbadas en el frío pavimento de mármol, con los cuerpos bañados de sudor por la tensión de la experiencia que acababan de vivir. Aurora, todavía aturdida, cogió un quimono de seda, se lo puso, y ofreció uno parecido a la muchacha, que era presa de escalofríos y quedó encantada de colocárselo. Así que Aurora fue a la cocina a preparar una tisana relajante, volviendo después de unos minutos con dos tazas humeantes, que esparcían un aroma de menta en el salón.

      ―¿Por qué hemos tenido esta visión? ¿Cuál es el significado? ―preguntó Larìs, comenzando a recuperarse.

      ―Creo haber comprendido que el maligno, que ha permanecido inactivo durante cuatro siglos, está recuperando sus fuerzas y quiere sacrificar unas víctimas para aumentar su fuerza y su poder. Debemos tener cuidado, porque esas víctimas podríamos ser tú, yo o nuestras otras hermanas, descendientes de aquellas que hace cuatrocientos años escaparon de la muerte entre las llamas.

      ―¿Cómo podemos prepararnos para hacerle frente? ¿Tenemos bastante fuerza para hacerlo?

      ―Mi querida Larìs, tú y yo deberemos enfrentarnos a un largo y peligroso viaje hasta el templo donde vive el Gran Patriarca, que nos ofrecerá el acceso a la sabiduría universal, de la cual él es el guardián. Se nos concederán la fuerza y la sabiduría que necesitemos.

      Paso a paso, sosteniéndose en las cuerdas laterales, habían llegado aproximadamente a mitad del puente que oscilaba con cada uno de sus movimientos, cuando un ráfaga de viento más fuerte hizo helar el corazón de Larìs, que buscó de nuevo los ojos de Aurora para sentirse segura. Con cautela, las dos se sacaron las mochilas de las espaldas, se pusieron los anoraks y continuaron hasta llegar a la una zona herbosa más allá del puente. Desde allí, por lo menos, comenzaban cinco senderos, que se dirigían hacia distintas direcciones. ¿Cuál sería el correcto que debían seguir? Aurora vio dos ramas entrecruzadas con tierra removida alrededor, buscó una rama larga y, poniendo cuidado en no pisotear la tierra removida, destruyó la cruz, luego, con la misma rama, dibujó un círculo de tierra, recitando unas palabras que Larìs reconoció como las de un contra hechizo. Alguien había hecho un sortilegio para crearles dificultades en el camino que debían seguir. Pero Aurora tenía mucha experiencia. Después de completar el círculo y dirigir algunas palabras hacia el cielo, fue evidente que desde el claro sólo había un sendero que era el que había que seguir. Después de atravesar la lengua de un glaciar, el sendero descendía, hasta que las praderías de altura dejaron el puesto a un bosque, cada vez más espeso a medida que se descendía. Con cada cruce, con cada bifurcación del camino, las dos, instintivamente, sabían qué dirección seguir.

      El bosque ofrecía frutos y bayas comestibles y de vez en cuando aparecía una fuente de agua fresca por lo que, aunque los víveres que llevaban de reserva comenzaban a escasear, no era posible padecer hambre ni sed. Incluso la temperatura se había hecho más agradable y ya no necesitaban llevar encima los anoraks. El quinto día de camino, saliendo del espeso bosque, se encontraron con un ameno valle, en el fondo del cual vieron su meta.

      El templo era una construcción muy antigua que se había mantenido intacta durante el curso de los siglos y de los milenios, construido como estaba sobre la sólida roca en un lugar inaccesible a los comunes mortales. Lo que suscitó el estupor de las dos mujeres fue la central hidroeléctrica que se entreveía por la parte de atrás del templo. Una cascada, con la fuerza de un salto de unos cientos de metros, alimentaba las turbinas que suministraban energía eléctrica al antiguo edificio. Al lado de las turbinas, una serie de paneles solares aseguraban el suministro de agua caliente y contribuían también a generar electricidad. Una pionera instalación fotovoltaica, que aún no estaba en funcionamiento, completaba la central, que convertía aquel oasis en autónomo desde el punto de vista energético.

      En cuanto llegaron a la entrada del templo fueron recibidas por dos hombres con un aspecto físico majestuoso.

      ―Sed bienvenidas al templo de la Sabiduría y de la Regeneración. El Gran Patriarca os está esperando y, en cuanto sea posible, os recibirá. Mientras tanto, seremos vuestros guías, os conduciremos a vuestros alojamientos y haremos lo posible por hacer agradable vuestra visita en este lugar encantador. Si necesitáis cualquier cosa, preguntadnos e intentaremos contentaros. Yo soy Ero y mi compañero es Dusai.

      Los dos hombres, vestidos sólo con cortas túnicas de colores, eran altos y fuertes, los músculos parecían esculpidos, recordando antiguas estatuas griegas. Ero tenía los cabellos rubios, rizados, bastante largos, tez clara, aunque ligeramente bronceada y los ojos de color azul cielo. Dusai, moreno, los cabellos negros cortos, los ojos oscuros y la tez del color del ébano. Mientras que Dusai se ocupaba de Aurora, Ero se inclinó delante de Larìs y cogió su equipaje. Los cuatro, después de atravesar un patio cuadrado, se adentraron en el edificio y caminaron por pasillos decorados. Los frescos alternaban escenas de caza y escenas de guerra y de acoplamiento entre animales. Llegaron, finalmente, a un claustro, en el centro del cual había una piscina. Bajo los pórticos se abrían las puertas de las habitaciones de los huéspedes. Aquí las decoraciones representaban acoplamientos entre hombres y mujeres, en todas las posiciones posibles e inimaginables extraídas de los más impensables manuales del Kamasutra. Las dos mujeres fueron invitadas por sus cicerones a entrar cada una en una habitación, donde las ayudaron a desvestirse y a relajarse con un largo y minucioso masaje tonificante. Después de un par de horas las dos mujeres y los dos hombres se volvieron a encontrar en el interior de la piscina para gozar de los placeres de un buen baño en el agua templada de la bañera y del sexo ofrecido de manera espontánea por Ero y Dusai. Exhaustas por los días de camino pero regeneradas en el espíritu, Aurora y Larìs fueron invitadas a refocilarse. La mesa ya puesta ofrecía carnero asado con guarnición de sabrosas verduras y una increíble variedad de suculentos frutos. Al finalizar el banquete se retiraron a sus habitaciones para caer en un merecido sueño restaurador.

      A la mañana siguiente, muy temprano, los cicerones llevaron a cada una de las mujeres una perfumadísima taza de té, acompañada por dulces a base de uva pasa y mosto, diciéndoles que se preparasen para ser recibidas por el Gran Patriarca. Sus compañeros del día anterior las acompañaron hasta los pies de una escalinata que conducía a los pisos superiores. Desde ese momento les acompañaría una guía mucho más anciana y mucho menos atrayente, dado que a Ero y Dusai no estaban autorizados a estar en presencia del Patriarca. Hiamalè, así se llamaba el nuevo guía, era una persona que demostraba por lo menos unos ochenta años, pero se decía que tuviese muchos más. Una larga barba gris adornaba su rostro y los cabellos largos y plateados estaban recogidos detrás de la nuca con una larga trenza. Saludó a las mujeres en la antigua lengua y las invitó a subir. A pesar de la edad, el anciano se enfrentó

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