Delitos Esotéricos. Stefano Vignaroli

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Delitos Esotéricos - Stefano Vignaroli

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en toda su magnificencia. El anciano Hiamalè se arrodilló delante de una puerta de madera, decorada con estupendas incrustaciones, e invitó a las mujeres a que hiciesen lo mismo. Como si alguien hubiese advertido su presencia, aunque no habían sido anunciados, la puerta se abrió de par en par y las dos mujeres se encontraron en presencia del Gran Patriarca.

      ―No es necesario que os postréis ante mí ―dijo, despidiendo al anciano e invitando a las dos mujeres a entrar en su habitación. ―Sois bienvenidas. Hace tiempo que os esperaba, la percepción de vuestra llegada era fuerte en mi interior. Me presento ante vos, fieles adeptas, que aspiráis a la sabiduría universal. Desde que estoy en este lugar me hago llamar Roboamo, aunque éste no es mi verdadero nombre, en honor del hijo del rey Salomón que se llamaba así. Dice la tradición que este templo fue hecho edificar justo por el sabio Rey en este sitio inaccesible, entre éstas que son las montañas más altas de la Tierra, para hacer las veces de caja del tesoro y para la protección del libro de magia más antiguo y más preciso, escrito de su puño y letra, La chiave di Salomone. Las leyendas dicen que ese libro fue encontrado, unos siglos después de la muerte del famoso Rey, en el interior de su tumba, conservado en un contenedor de marfil junto a un anillo que llevaba su sello. Muchos intentaron traducir ese escrito primero al latín, luego al francés, pero nadie lo consiguió totalmente, ya que era sólo una falsificación y el rey Salomón había conseguido convertirlo en incomprensible. El original de La chiave di Salomone, en cambio, está conservado en el Santa Sanctorum de este templo y sólo unas pocas personas sabias, en el transcurso de los milenios, han podido tener acceso a él. Quizás tú, Aurora, podría formar parte de estos pocos elegidos, pero no anticipemos acontecimientos. Vosotras estáis aquí para acceder al saber conservado en este lugar de la misma manera que, antes que vosotras, han llegado personas deseosas de consultar textos importantes, que han sido custodiados aquí desde tiempos inmemoriales. Han llegado sacerdotes de todo tipo de religiones pero también prominentes científicos, gracias a los cuales esta construcción ha sido dotada de comodidades modernas. Vosotras mismas habéis visto la instalación para la producción de electricidad. No es sencillo hacer llegar hasta aquí materias primas para la construcción de tales instalaciones. El único científico que llegó hasta aquí fue un italiano, cuya idea era transformar la energía de los rayos del sol, pero también aquella inherente a la misma luz, en energía eléctrica, por medio de micro celdas, que él llamaba celdas fotovoltaicas, en honor de su conciudadano Alessandro Volta. Pero, mientras que en vosotras veo auras positivas, alrededor de él aleteaba un aura oscura, que tendía al negro, índice de maldad y perfidia de ánimo.

      ―¿Cómo se hacía llamar? ―preguntó Aurora, con curiosidad y un poco de temor ―¿Ha podido acceder al saber, aunque tuvierais dudas de él?

      ―Querida Aurora, tú tienes un aura de color azul intenso, como el límpido cielo, y por lo tanto un corazón puro, pero eres muy sensible a los influjos externos, porque te fías de todos. Y es por esto que estás acompañada por Larìs, que tiene un aura roja como el fuego y que revela su carácter impulsivo, determinado, listo para sacrificar su propia vida para ayudar a quien está a su lado. No puedo revelarte el nombre de esa persona. Cualquiera que llega hasta aquí tiene acceso a los textos y a los manuscritos que aquí se conservan. Luego, concierne a él decidir cómo usar el saber adquirido, si para el bien o para el mal. Mira, cada religión tiende a identificar el bien con Dios y el mal con otra divinidad opuesta. Que luego Dios se llame Jahvé, Vishnu, Odino o Allah y el diablo Satana, Lucifero, Seth o Sehuet, es indiferente. El bien y el mal están dentro de cada uno de nosotros y la eterna lucha entre ellos se consuma en nuestra alma. En algunos prevalece el bien, en otros el mal.

      ―Gran Patriarca, revélanos el camino para acceder a la Sabiduría Universal ―volvió a decir Aurora ―y te estaremos agradecidas y te honraremos durante el resto de nuestra vida mortal.

      ―Veréis, hay dos vías para alcanzar el objetivo, una más rápida y otra más lenta. Larìs, que es más joven, seguirá esta segunda vía, tendrá todo el tiempo para consultar los textos, asimilar cuanto contienen y aprender a usar, con la ayuda de los Maestros, su Tercer Ojo, el de la sabiduría, con el que conseguirá percibir el aura de las personas que están a su alrededor y penetrar en sus pensamientos, entrando en contacto con sus mentes. Es un recorrido largo que yo mismo hace tiempo escogí, y que requiere constancia, concentración y aplicación. Para ti, Aurora, que en cambio tienes prisa por asimilar todo con rapidez y volver a tu patria para combatir las fuerzas del maligno, te tengo reservada una vía más corta.

      Batiendo las manos, llamó a Hiamalè, que condujo a Larìs fuera de la habitación, mientras que por la otra puerta entraron dos jóvenes sirvientas con una tisana humeante para el anciano patriarca. Roboamo bebió con cuidado, luego, de una bandeja que le traía una de las sirvientas, cogió un estuche y de él extrajo una jeringa.

      ―Papaverina. Inoculada en el pene, permite una erección duradera para una relación satisfactoria incluso en una persona anciana como yo. Te transmitiré todo mi saber y mi ciencia por medio de un vínculo carnal, después de lo cual tendrás acceso al Santa Sanctorum.

      Las sirvientas ayudaron a Aurora a desvestirse y a tumbarse sobre los cojines dispuestos a tal fin sobre el pavimento, luego se ocuparon del anciano, lo liberaron de los vestidos, le pusieron la inyección, lo masajearon bien, y cuando entendieron que estaba preparado para consumar la relación con la recién llegada, se retiraron a un ángulo de la habitación. La relación con el anciano procuró a Aurora un inmenso placer. Cerró los ojos y se abandonó a los movimientos de Roboamo. En la cima de la excitación, alcanzado un intenso placer, comprendió que con el flujo líquido estaba penetrando en ella un calor que la invadía desde la punta de los pies hasta el último cabello. Estaba asimilando de un solo golpe toda la sabiduría que el anciano había acumulado en decenios de permanencia en aquel lugar inaccesible. En un momento dado, Aurora se dio cuenta de que Roboamo yacía inmóvil encima de ella. Todavía tenía el miembro turgente, debido al efecto de la papaverina, pero ya no respiraba, había muerto. Con un delicado movimiento, apartó a un lado el cuerpo de Roboamo y con bastante dificultad se desacopló de él. Mientras las sirvientas se hacían cargo del difunto, Aurora se volvió a vestir y fue asaltada por el miedo: ¿cómo llegar al Santa Sanctorum sin la ayuda de Roboamo? Pero luego, concentrándose, comprendió que, además de la sabiduría, había asimilado todo lo que había conservado en su memoria y, por lo tanto, ya conocía el camino que debía seguir para alcanzar la meta. Pero había más, la relación acabada de consumar la había transformado, tenía la piel más lisa, los senos más duros, las piernas más esbeltas, los cabellos menos sutiles, en definitiva, se sentía rejuvenecida. Buscó un espejo, que le devolvió la imagen de una veinteañera, la imagen de ella misma pero con cuarenta años menos. Con las manos se tocó el rostro, como para cerciorarse de que lo que veía fuese real y no una visión. Las arrugas habían desaparecido, sus ojos verdes brillaban, no había ni sombra de la opacidad del cristalino, los cabellos habían vuelto a su color castaño natural. Pero no tenía tiempo para pararse en elementos fútiles. Debía llegar hasta La Chiave di Salomone.

      Intentando seguir los recuerdos impresos en la mente por Roboamo, volvió a descender las escaleras hasta la planta baja. En un salón con las paredes decoradas buscó una estatua dorada que representaba un gato. Colgando del cuello de éste último observó un medallón con forma de pentáculo. Lo giró y vio abrirse un pasaje en la pared de fondo, la única en la que no había ventanas. Entró en un largo pasillo semi oscuro, iluminado de vez en cuando por la débil luz de antiguas lámpara de aceite. Al final del pasillo, una escalera de caracol descendía hacia los subterráneos hasta otro salón ricamente decorado. Fue derecha hacia una maciza puerta dorada, enriquecida con bajorrelieves de oro puro, que representaban episodios de la vida del Rey Salomón. No había una cerradura para abrir la puerta ni otros artilugios. Para acceder al Santa Sanctorum se necesitaba una orden vocal, distinto según los días de la semana y de las horas del día. Aurora, calculando que en aquel momento debería invocar a la luna, pronunció en voz alta:

      ―¡Levanah!

      La

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