La sociedad de castas. Agustín Pániker Vilaplana
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La realización femenina
Para muchas mujeres, la autorrealización no tiene que ver con el trabajo o su emancipación personal. En el mundo tradicional está mal visto que una mujer trabaje (excepto en el caso de familias pobres, donde no hay más remedio; o en familias urbanas “modernas”, donde rigen otros ejes). Como expresa Rosa Maria Perez, «cuanto mayor es la capacidad que tiene la familia en liberar a la mujer de actividades domésticas extras, más aguda es la reclusión».88 Es decir, cuanto más alto es el nivel social de una familia, mayores son los tabúes en este sentido.
En el momento en que la mujer india es madre y dirige su hogar, se considera a sí misma realizada y siente que su labor en el hogar complementa el rol del marido, que es básicamente económico. Ahora sus visitas al hogar materno se espacian más (aunque nunca pierde el contacto con este, con el que posee profundos lazos afectivos) porque ya forma parte del corazón doméstico de la familia extensa. Un núcleo que la nueva etnografía feminista ya no califica tanto de patriarcal cuando tiene en cuenta los deseos reales de las mujeres.
Su ascenso en la jerarquía doméstica tiene su correlato en las normas de comensalía. Cuando es una joven recién casada come después de las demás mujeres. Luego, ya come con ellas (pero sin mirarlas). Más adelante, ya se sentará frente a las otras mujeres, o junto a ellas. Y hasta puede que llegue un día en que coma del mismo plato que su anciana suegra.
Ella es ahora la piedra angular de la felicidad de su hogar. Y en la India es la familia, y no el individuo, el verdadero cimiento de lo social. Una mujer que mantiene un hogar “puro”, es decir, donde se cocinan los alimentos prescritos, que acude frecuentemente al templo y realiza ayunos ocasionales, que vigila la castidad de sus hijas, que interactúa poco con individuos “impuros”, etcétera, es la base del éxito y del reconocimiento social.
Si bien de puertas afuera es el pater familias la cabeza visible del sistema, dentro del hogar (desde la alimentación, la educación de los niños, el presupuesto doméstico), quien tiene el control es casi siempre una mater familias. Cuando el primogénito sucede a su padre y asume el rol de cabeza del hogar y la familia extensa, su esposa se convierte gradualmente en la matriarca. Los ancianos suegros se van retirando de los asuntos mundanales, pasan cada vez más tiempo yendo a templos, realizando votos y ayunos religiosos, o visitando a hijas en lugares distantes. Los ancianos pasan a la “periferia” del hogar, ocupándose de los nietos (aunque también se espera que sus hijos cuiden de ellos). Desde su propia perspectiva, pues, la mujer india no está tan oprimida como lo parece si la miramos bajo un prisma euroamericano. Werner Menski opina que las mujeres hindúes no han estado tan subyugadas como algunos textos (indios u occidentales) nos han querido hacer ver.89 Aunque –a mi juicio– al precio del sufrimiento y la resignación, valores plenamente integrados por muchas madres y esposas indias.
Esto es todavía más verdad en el caso de las familias pobres. Como dice Susan Seymour, si una es pobre, es difícil cumplir con ciertos ideales de la patriarquía.90 Una mujer de clase baja está preocupada por la supervivencia. Las demás cuestiones son secundarias. La mayoría de las mujeres de clases bajas tiene que trabajar (¡y mucho!) y contribuir en los ingresos familiares. Por tanto, no pueden recluirse; ergo, su honor y comportamiento sexual pueden ser puestos en duda. Tampoco en una vivienda de escasos metros cuadrados tiene sentido hablar de segregación por género. La ironía del asunto es que la igualdad que hoy muchas mujeres “modernas” buscan a través de la educación y el trabajo es algo que las mujeres de bajo rango –en cierto sentido– siempre han tenido.91
Nada de ello ha de ocultar los graves problemas de género que azotan a la sociedad surasiática. Prosigamos.
EL HOLOCAUSTO DE NIÑAS
La violencia doméstica es un problema tan extendido en India que un análisis del 2009 la reportó en un 37% de los hogares.92 Está tan “integrado” que otro estudio del 2002 destapaba que el 56% de las mujeres indias llegaba incluso a aprobarla.93 Las muertes por “honor” (por transgresión de las normas de exogamia o endogamia) es otra de esas lacras. Como las “muertes por dote”, que ya hemos tocado. O el descuido intencionado de la salud y bienestar de niñas y mujeres; o el tráfico sexual de mujeres; y un largo y triste etcétera.
Aunque valiosos, los esfuerzos legales por proteger a las mujeres son sólo explotados a medias (reflejando, en parte, el valor que la sociedad percibe que posee una mujer.) Si bien, tras las oleadas de protestas del 2012 y el 2013 a propósito de una espantosa violación en Delhi (un suceso, por otra parte, que no puede leerse únicamente en clave de género), las penas por violencia doméstica o acoso sexual se han endurecido y la sociedad exige una acción más contundente por parte de la policía, el Estado indio es todavía reacio a entrometerse en los intríngulis familiares. Y es ahí, en la intimidad del hogar, donde pueden darse las formas más duras –e invisibles– de violencia. De todas las deficiencias sociales, quizá ninguna sea tan triste como la sangría de niñas que el entramado económico y patriarcal de la sociedad está generando. Ahondemos en ello para acabar de ilustrar el actual problema de género en la India.
Ya sea por el viejo método del infanticidio de la niña recién nacida o por el más sofisticado –y demoledor– del aborto selectivo de fetos de niñas, que es el hegemónico desde los 1980s, el caso es que hoy la India posee un gravísimo déficit de mujeres. Este problema tampoco conoce barreras de clase social, casta o religión.
Como hemos visto, las mujeres son educadas para creer que su valor va ligado al de los hombres presentes en sus vidas (padre, hermanos, marido, suegro, hijos, etcétera). De hecho, en determinadas zonas de la India, la idea de que la esposa se adquiere, ya sea como regalo (con dāj), o por pago (tras mul), es la que hace que los tomadores-de-esposas se sientan superiores a los dadores-de-esposas y devalúa considerablemente la apreciación que se tiene de la mujer. Sólo cuando ella ha interiorizado de forma profunda este sesgo de género puede entenderse que permita matar a su hija recién nacida. (Normalmente, el infanticidio recaía en manos de la comadrona o la suegra.) Por esto, la nueva legislación india trata de no criminalizar a la madre (y acusarla de homicidio) y, en cambio, empieza a verla también como una víctima de la patriarquía.
Por lo general, en el mundo nacen más niños que niñas. La proporción “promedio” mundial en la franja de 0-6 años es de 950 niñas por cada 1.000 niños (950‰). En la franja de los 15-64 años, las ratios se igualan dada la mayor mortalidad de varones. Y pasados los 65, la proporción es de 1.210 mujeres por cada 1.000 varones (1.210‰). Dado que el promedio mundial en el 2011 era de 983‰, los expertos consideran que se da una merma antinatural de mujeres. Casi todas las mujeres que “faltan” en el mundo pertenecen a países asiáticos, con China e India a la cabeza, tanto en números absolutos como en proporcionales.
En el censo de 1901, la India tenía una ratio de 972‰. Las estadísticas fueron cayendo hasta la alarmante cifra de 927‰ en el censo de 1991. Desde entonces ha habido una cierta mejoría (933‰ en el 2001 y 940‰ en el 2011), pero dado el imponente peso demográfico de la India, eso significa que aún hay un déficit de unos 30M o 35M de mujeres. Y lo peor del caso es que si bien en cifras absolutas la tendencia ha mejorado levemente, si nos mantenemos en la franja 0-6 años, el cuadro ha empeorado. Se ha pasado de 927‰ niñas en el 2001 a 914‰ en el 2011. Es decir, aunque más mujeres se mantienen vivas (gracias a la mejora general de la salud), nacen menos niñas (debido a los abortos selectivos). Existen distritos de la India donde las cifras toman el cariz de un holocausto [véase Cuadro 1]; en el mundo únicamente comparables a los de alguna provincia de China.