La sociedad de castas. Agustín Pániker Vilaplana

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La sociedad de castas - Agustín Pániker Vilaplana Ensayo

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y amparo escaparon a la mirada colonial, que entendió la dote como una carga privada asumida exclusivamente por el padre de la novia.

      Hasta finales del siglo XIX, en toda la zona noroccidental de la India la tierra era comunitaria, controlada y compartida por una serie de familias patriarcales. En estas aldeas, denominadas bhāīcharas (“relaciones fraternales”), la noción de “derecho individual” sobre la tierra como propiedad privada era inconcebible. Nadie poseía “su” campo. La acción colonial rompió con este modelo tradicional y se decretó que toda propiedad tenía que pasar a una mano masculina. Los amos coloniales querían recolectar impuestos directamente de los “propietarios” con un canon fijo. Esa acción político-económica acabó por producir un nuevo tipo de campesino, que ahora era propietario individual de un minifundio. Ello catapultó su vulnerabilidad. En los primeros años de la reforma agraria, un 40% de los agricultores perdió sus tierras o recurrió a las joyas y dinero de las mujeres para rescatarlas.51 El campo indio se inundó de usureros y especuladores de grano. Algunos oficiales coloniales admitieron que el nuevo sistema fiscal era «demasiado rígido»,52 sordo al calendario estacional y falto de elasticidad. Una sequía podía llegar a arruinar incluso a un gran terrateniente. De donde la necesidad de asegurarse un porvenir en un mundo inestable con muchos hijos y buenas dotes y alianzas matrimoniales.

      Al hacer del varón indio el sujeto legal principal, las mujeres perdieron sus derechos consuetudinarios y quedaron a merced de sus padres, esposos o hijos. Los derechos de propiedad femenina contemplados en los Dharma-śāstras o la sharī’a fueron relegados a los márgenes. En cierto sentido, los británicos proyectaron la propia posición de la mujer occidental en lo que concernía a los derechos de propiedad (que entonces eran nulos) sobre la colonia. La construcción de canales, líneas ferroviarias y carreteras no hizo más que masculinizar la economía agraria, favoreciendo la preferencia por el hijo varón. Los hijos (y no las hijas) pasaron a ser la clave de la supervivencia y la prosperidad. Y desde entonces, los hermanos se consideraron los propietarios individuales de las tierras, sin necesidad de repartir la “legítima” de un cuarto que podría corresponder a su hermana no casada. Como ha expuesto Veena Talwar Oldenburg, a quien hemos seguido de cerca, los efectos colaterales de la acción colonial para las mujeres fueron desastrosos: las mujeres se quedaron sin recursos legales y seguramente sin su dote.53

      La necesidad de una familia repleta de varones se incrementó a lo largo del siglo XIX y la mayor parte del XX. De ahí, el infanticidio de niñas [véase más adelante]. El problema de la mirada colonial es que explicaba el fenómeno del infanticidio de forma estrictamente culturalista. Se adujeron motivos religiosos o culturales y se “olvidaron” del propio efecto que la política colonial estaba operando en amplias zonas de la India.

      La manía (¿o fantasía sexual?) de que el hombre blanco ha de ir al rescate de la mujer morena y liberarla de las bárbaras costumbres de los hombres morenos,54 tropo todavía muy presente en la mente occidental, acabó por ignorar la autoridad de las mujeres; cuando lo cierto es que su agencia era patente en el asunto de las dotes, los gastos de bodas o en el escabroso tema del infanticidio de niñas. De hecho, la mujer india apenas aparece en el retrato colonial. Y cuando lo hace, es pintada como una analfabeta tan sumisa que precisa del socorro del hombre blanco en su mission civilisatrice.55

      No es la dote la causante de la preferencia por los hijos varones. Ni siquiera los recuentos coloniales la mencionan como causa de endeudamiento de las familias indias. Dado que siempre había sido un bien susceptible de ser empeñado en tiempos de penuria, sucedió que las dotes fueron absorbidas en una tremebunda espiral inflacionaria. En el nuevo contexto de inestabilidad, sirviendo a su viejo acometido de recurso en caso de extrema necesidad, las dotes «tuvieron que elevarse en su valor para ajustarse al aumento de los precios de la tierra», como ha señalado Oldenburg.56 A medida que el dinero en efectivo fue entrando en las dotes, estas se convirtieron en activos circulantes capaces de comprar bienes inmuebles, y por tanto, definitivamente, bajo control masculino.

      Los derechos consuetudinarios de las mujeres fueron los grandes perjudicados por la transformación de una economía agraria no monetizada en una economía capitalista moderna y tasada de forma rígida. La nueva élite de intermediarios, banqueros, joyeros, usureros y profesionales urbanos (hasta entonces en posición de subordinación a la casta dominante de la región) logró adaptarse a las nuevas reglas del juego capitalista. Los nuevos ricos pasaron a ofrecer dotes mucho mayores, organizar bodas mucho más pomposas y mostrar públicamente su nuevo poder.

      Muertes por dote

      La pregunta clave es: ¿por qué en el mismo período en que las dotes iban desapareciendo en Europa se multiplicaban por diez en el Punjab y otras partes de la India? Para Marion Kaplan, «sólo cuando las mujeres empezaron a reincorporarse a gran escala en la economía en forma de trabajadoras asalariadas en las sociedades capitalistas avanzadas, declinaron las dotes».57 Y ese no fue el caso de la India, donde hasta hace muy pocas décadas no estaba bien visto que la mujer trabajara.

      En 1961, el Estado indio prohibió la práctica de la dote (ley enmendada por la Ley de Prohibición de la Dote de 1984). Desde entonces, todo se mantiene en secreto y ha dejado de haber control social. Hoy, aquellos bienes y regalos simbólicos se han convertido en inmensas dotes, que forman una parte ya “obligatoria” del matrimonio. La dote no constituye ningún presente, sino una demanda. No es ningún legado “tradicional”, sino un crimen de la economía moderna; un paradigma anclado en ideas como el consumo, la competitividad, la productividad… que no sólo feminiza la pobreza, sino que hace de la mujer un ser más vulnerable.

      De ahí el creciente número de atrocidades y asesinatos contra esposas que no habrían podido aportar el plus que por sorpresa se añadió en el transcurso del primer año de matrimonio. En el 2011, la cifra “oficial” alcanzó a la friolera de 8.618 muertes al año según el National Crime Record Bureau.e (En Pakistán la proporción es incluso peor.) Es cierto que bajo la cabecera “muerte por dote” o “violencia de dote” muchas veces se esconde otro tipo de violencia. Pero aún más que bajo la cabecera “suicidio” o “accidente doméstico” se esconde una atroz “quema de novia” o muerte por dote [FIG. 10]. Estimaciones más realistas proponen alrededor de 23.000 muertes al año.58 El asesinato se lleva a cabo en la cocina, prendiendo la típica estufa de queroseno que rápidamente inflama el sari de la víctima. En numerosas ocasiones es la suegra quien comete el crimen (exculpando así a su hijo, que podrá volver a casarse como desdichado viudo), y todo queda camuflado como un desafortunado accidente. Estas cifras tampoco muestran algo más extendido que el asesinato por dote: la presión y el sufrimiento al que están sometidas a diario cantidad de mujeres en la India. Muchas de las muertes por dote que actualmente se registran son suicidios genuinos; es decir, mujeres que no quisieron seguir soportando la violencia psicológica y física y optaron por quitarse la vida. La violencia de género representa uno de los principales problemas sociales de la India de hoy. Y uno que atraviesa barreras de clase, casta, religión o lengua. Estamos ante un verdadero “ginocidio”.

      Pero ¡ojo!, como Madhu Kishwar ha visto, al colgar a este tipo de agresión el rótulo de “muerte por dote”, la violencia doméstica de la India se nos presenta como un fenómeno local, tercermundista y exótico. Como si los hombres indios fueran los únicos en el mundo que recurren a la violencia. Ana García-Arroyo nos advierte de que a finales de los 1970s, cuando se produjeron las primeras manifestaciones contra la dote, el término “dote” era un simple eufemismo para aludir al abuso y maltrato de la novia.59 Tras 30 años de experiencia en afrontar la violencia doméstica en la India, Madhu Kishwar no ha encontrado un sólo caso que se debiera únicamente a que se hubieran incumplido las demandas de dote adicionales.60 La muerte por dote es el síntoma de una enfermedad más profunda: la violencia de género.

      Y otra cosa queda clara: una muerte de este estilo sería impensable para el marido. Porque él –y no ella– permanece en su hogar, en su aldea, rodeado de los suyos. La patrifocalidad crea

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