Tirso de Molina. Tirso de Molina

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Tirso de Molina - Tirso de  Molina

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belleza me asombra:

      calle el tapete y berberisca alfombra.

      Pues con estos regalos,

      con aquestos contentos y alegrías,

      ¡bendito seas mil veces,

      inmenso Dios, que tanto bien me ofreces!

      Aquí pienso seguirte,

      ya que el mundo dejé para bien mío;

      aquí pienso servirte,

      sin que jamás humano desvarío,

      por más que abra la puerta

      el mundo a sus engaños, me divierta.

      Quiero, Señor divino,

      pediros de rodillas húmilmente

      que en aqueste camino

      siempre me conservéis piadosamente.

      Ved que el hombre se hizo

      de barro vil, de barro quebradizo.

      ESCENA II

      (Sale Pedrisco con un haz de hierba. Pónese Paulo de rodillas, y elévase.)

      Pedrisco.

      Como si fuera borrico

      vengo de hierba cargado,

      de quien el monte está rico:

      si esto como, ¡desdichado!,

      triste fin me pronostico.

      ···············

      De mi tierra me sacó

      Paulo, diez años habrá,

      y a aqueste monte apartó;

      él en una cueva está,

      y en otra cueva estoy yo.

      Aquí penitencia hacemos,

      y sólo hierbas comemos,

      y a veces nos acordamos

      de lo mucho que dejamos

      por lo poco que tenemos.

      Aquí al sonoro raudal

      de un despeñado cristal,

      digo a estos olmos sombríos:

      “¿Dónde estáis, jamones míos,

      que no os doléis de mi mal?

      Cuando yo solía cursar

      la ciudad y no las peñas

      (¡memorias me hacen llorar!),

      de las hambres más pequeñas

      gran pesar solíais tomar.

      Erais, jamones, leales:

      bien os puedo así llamar,

      pues merecéis nombres tales,

      aunque ya de las mortales

      no tengáis ningún pesar.”

      ···············

      ESCENA III

      [Paulo sueña que la muerte le hiere en el corazón, y al quedar su cuerpo “como despojo de la madre tierra”, el alma libertada se presenta ante el Tribunal de Dios, donde ve con espanto que sus culpas pesan más que sus buenas obras en la balanza del Justicia mayor del Cielo; el Juez santo le condena al Infierno.]

      Paulo.

      Con aquella fatiga y aquel miedo

      desperté, aunque temblando, y no vi nada

      si no es mi culpa, y tan confuso quedo,

      que si no es a mi suerte desdichada,

      o traza del contrario, ardid o enredo,

      que vibra contra mí su ardiente espada,

      no sé a qué lo atribuya. Vos, Dios santo,

      me declarad la causa de este espanto.

      ¿Heme de condenar, mi Dios divino,

      como este sueño dice, o he de verme

      en el sagrado alcázar cristalino?

      Aqueste bien, Señor, habéis de hacerme.

      ¿Qué fin he de tener? Pues un camino

      sigo tan bueno, no queráis tenerme

      en esta confusión, Señor eterno.

      ¿He de ir a vuestro Cielo, o al Infierno?

      Treinta años de edad tengo, Señor mío,

      y los diez he gastado en el desierto,

      y si viviera un siglo, un siglo fío

      que lo mismo ha de ser: esto os advierto.

      Si esto cumplo, Señor, con fuerza y brío,

      ¿qué fin he de tener? Lágrimas vierto.

      Respondedme, Señor; Señor eterno,

      ¿he de ir a vuestro Cielo, o al Infierno?

      ESCENA IV

      (Aparece el Demonio en lo alto de una peña.)

      Demonio.

      Diez años ha que persigo

      a este monje en el desierto,

      recordándole memorias

      y pasados pensamientos;

      siempre le he hallado firme,

      como un gran peñasco opuesto.

      Hoy duda en su fe, que es duda

      de la fe lo que hoy ha hecho,

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