El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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emocionaron hasta casi quedarse sin aliento y perder la razón. Y ardía cada cual en deseos de abrazar a aquel joven maravilloso, y traerle a su regazo, permaneciendo unidos un año, o un mes, o siquiera una hora, solamente el tiempo preciso para que la asaltase una vez y sentirlo dentro de ella.

      Y en un momento dado, todas estas mujeres, no pudiendo resistir por más tiempo, se descubrieron el rostro, levantando el velillo. ¡Y se mostraron sin pudor, olvidando la presencia del jorobado! Y todas se acercaron a Hassan Badreddin para admirarle más de cerca y decirle palabras de amor, o siquiera guiñarle un ojo para que pudiese comprender cuánto le deseaban.

      Y además las danzarinas y las cantoras ponderaban la generosidad de Hassan, alentando a las damas a que le sirviesen lo mejor posible. Y las damas decían: "¡Por Alah! ¡He aquí un hermoso joven! ¡Este sí que puede dormir con Sett ElHosn! ¡Nacieron el uno para el otro! ¡Confunda, pues, Alah a ese maldito jorobado!

      Y mientras las damas seguían alabando a Hassan y lanzando imprecaciones contra el jorobado, las tañedoras de instrumentos rompieron a tocar, se abrió la puerta de la cámara nupcial y la novia Sett ElHosn entró en la sala de festejos rodeada de eunucos y doncellas.

      Sett ElHosn, hija del visir Chamseddin, apareció en medio de su servidumbre, y brillaba como una hurí.

      Las otras, comparadas con ella, no eran más que unos astros que formaron su cortejo, como estrellas que rodean a la luna al salir de una nube. Se había perfumado con ámbar, almizcle y rosa, y su peinada cabellera brillaba bajo la seda que la cubría. Sus hombros admirables marcábanse a través de su traje suntuoso. Iba de un modo regio: entre otras galas, llevaba un vestido bordado de oro rojo, con dibujos de pájaros y flores. Y esto era el traje exterior, pues los interiores sólo Alah sería capaz de conocerlos y estimarlos en su verdadero mérito. En la garganta lucía un collar que suponía incalculables millares de dinares. Y cada una de sus piedras era de tal valor, que ningún mortal, ni el rey en persona, las había visto iguales.

      En una palabra, Sett ElHosn aparecía tan hermosa como la luna llena en la décimacuarta noche.

      Y Hassan Badreddin seguía sentado entre el grupo de damas, causando la admiración de todas. Y la novia avanzó con un gracioso movimiento, dirigiéndose hacia el estrado.

      Entonces el jorobado se levantó y quiso besarla. Pero ella, horrorizada, lo rechazó y fué a colocarse rápidamente al lado del hermoso Hassan. ¡Y pensar que era su primo, y ella no lo sabía, lo mismo que él!

      Y todas las damas se echaron, a reír, principalmente cuando la novia se detuvo ante el hermoso Hassan, por el cual se sintió al instante abrasada en deseos, y exclamó, levantando al cielo las manos:

      "¡Alahumma! ¡Haz que este hermoso joven sea mi marido, y líbrame de ese palafrenero jorobado!"

      Entonces Hassan Badreddin, siguiendo las instrucciones del efrit, metió la mano en su bolsillo y la sacó llena de oro, echándoselo a puñados a las servidoras de Sett ElHosn y a las cantoras y danzarinas, que exclamaron:

      "¡Ojalá poseas a la novia!" Y Badreddin correspondió con una gentil sonrisa a este deseo y a estas felicitaciones.

      Y el jorobado se veía, durante esta escena, abandonado de todos, y hallábase solo, más feo que un mico. Y todas las personas que por casualidad se le acercaban, al pasar junto a él apagaban la vela en señal de burla. Y así permaneció algún tiempo, aburriéndose y poniéndose cada vez de peor humor. Y todas las damas se reían al mirarle, y le dirigían bromas escandalosas. Una le decía: "¡Mico, ya podrás masturbarte en seco y copular en el aire!" Otra le increpaba: "¡Mira! ¡Apenas abultas lo que el zib de nuestro buen amo! ¡Y tus dos jorobas son la medida exacta de sus compañones!" Y decía una tercera: "Si te diese un golpe con su zib, irías a caer de trasero en la cuadra".

      Y todo el mundo se reía.

      La novia dió la vuelta al salón siete veces consecutivas, vestida cada una de diferente modo, y seguida por todas las damas, y se paraba a cada vuelta delante de Hassan Badreddin ElBassrauí. Y cada traje nuevo era mucho más hermoso que el anterior, y cada aderezo infinitamente superior a los otros aderezos.

      Y

      mientras avanzaba lentamente la novia, las tañedoras hacían maravillas, y las cantoras decían las canciones más apasionadamente amorosas y excitantes, y las danzarinas, acompañándose con las panderetas, saltaban como pájaros. Y Hassan Badreddin ElBassrauí no dejaba de lanzar puñados de oro, esparciéndolo por todo el salón, y las mujeres se precipitaban a recogerlo para tocar algo que hubiera pasado por la mano del Joven Y hasta hubo algunas que, aprovechándose de la hilaridad y la excitación generales, del sonar de los instrumentos y de la embriaguez de las canciones, se tumbaron en tierra, una encima de otra, para simular una copulación, contemplando a Hassan, que desde su asiento sonreía. Y el jorobado presenciaba todo esto muy desolado. Y su desolación aumentaba cada vez que veía a una de las mujeres volverse hacia Hassan, y con la mano tendida y bajada bruscamente, ofrecerle, por señas, la vulva; o a otra agitar el dedo del corazón, guiñando el ojo; o a otra menear las caderas retorciéndose, y dando con la mano derecha abierta en la izquierda cerrada; o a otra, con ademán más lúbrico,golpearse las nalgas, y decirle al jorobado: "¡Lo catarás en tiempo de los albaricoques!"

      Y todo el mundo se reía.

      Terminada la séptima vuelta, se acabó la boda, que había durado gran parte de la noche. Y las tañedoras dejaron de pulsar los instrumentos, la danzarinas y las cantoras se detuvieron, pasando con todas las damas por delante de Hassan, besándole la mano o tocándole la orla del traje. Y todo el mundo le miraba al salir, haciéndole entender que no se moviera de aquel sitio. Y en efecto, sólo quedaron en el salón el joven Hassan, el jorobado y la novia con su servidumbre.

      Entonces las doncellas se llevaron a Sett El Hosn a la estancia destinada a desnudarse, quitándole uno por uno los vestidos, diciendo al caer cada prenda: "¡En nombre de Alah!" para librarla del mal de ojo. Y después se fueron, dejándola sola con su vieja nodriza, que antes de conducirla a la cámara nupcial tenía que aguardar que entrase primero el novio jorobado.

      Y el jorobado se levantó entonces de la tarima, y advirtiendo que Hassan no se movía de su asiento, le dijo secamente: "En verdad, señor, que nos honraste mucho con tu presencia, colmándonos de beneficios esta noche. Peró ahora, para salir, no esperarás que te echen". Entonces el joven, que ignoraba lo que tenía que hacer, contestó:

      "¡En nombre de Alah!" Y levantándose, salió.

      Pero apenas había franqueado los umbrales de la sala, se le apareció el efrit, y le dijo:

      "¿Adónde vas, Badreddin? Detente, y oye mis instrucciones. El jorobado acaba de marchar al retrete. Allí se las entenderá conmigo. Tú encamínate a la cámara nupcial, y cuando veas entrar a la novia, le dices: "Tu verdadero marido soy yo. El sultán, de acuerdo con tu padre, ha empleado esta estratagema por temor al mal de ojo. Y en cuanto al palafrenero, que es el más miserable de los palafreneros, para indemnizarle le están preparando en la caballeriza un buen jarro de leche cuajada para que refresque a tu salud". Luego te acercarás a ella, y quitándole el velo, harás con su persona lo que debes hacer". Y dicho esto, desapareció el efrit.

      El jorobado había ido efectivamente al retrete para descargarse antes de entrar en la cámara dé la novia. Y poniéndose de cuclillas sobre el mármol, comenzó su obra.

      Pero súbitamente el efrit tomó la forma de una rata y salió del agujero del retrete, dando gritos de rata: "¡Sik! ¡sik!" Y el jorobado dió una palmada para que huyese, v le chilló:

      "¡Hesch! ¡hesch!"

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