El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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en un perro enorme, que se puso a ladrar: "¡Guau! ¡guau!" Entonces el jorobado comenzó a asustarse, y le dijo: "¡Marcha de ahí, monstruo!" Pero el perro, creciendo siempre, se convirtió en un borrico, que se puso a rebuznar en la misma cara del jorobado y a ventosear con un estrépito terrible.

      Y el jorobado, lleno de terror, sintió que todo su vientre se deshacía en diarrea, y apenas si pudo gritar: "¡Socorro! ¡socorro!" Y en seguida el borrico creció aún más y se transformó en un búfalo monstruoso, que obstruyó por completo la puerta del retrete para que no se le escapase, y el búfalo, esta vez, habló con voz de hombre, y dijo: "¡Caiga la desgracia sobre ti, jorobeta de mi trasero! ¡Eres el palafrenero más inmundo!"

      Al oír estas palabras, sintió el jorobado que le invadía el frío de la muerte, y resbaló a medio vestir hasta el pavimento, y las mandíbulas se le entrechocaron, acabando el espanto por soldárselas. Entonces el búfalo gritó: "¡Jorobado de betún! ¿No has podido buscar otra mujer más que a mi querida para atacarla con tu innoble herramienta?" Y el palafrenero, lleno de terror, no pudo articular palabra. Y el efrit le dijo: "¡Responde, o te haré morder tus excrementos!" Entonces el jorobado, todo tembloroso por esta terrible amenaza, pudo decir: "¡Por Alah! ¡Yo no tengo la culpa, pues sabe que me han obligado! Y además, ¡oh poderoso soberano de los búfalos! yo no iba a adivinar que la joven tuviese un búfalo por amante. Pero juro que me arrepiento y que pido perdón a Alah y a ti".

      Entonces el efrit le dijo: "Vas a jurar por Allah que obedecerás mis órdenes". Y el jorobado se apresuró a jurar, y el efrit le dijo:

      "Pasarás aquí la noche, hasta que salga el sol, y no te marcharás hasta esa hora. Pero sobre todo, no digas una palabra de esto, si no quieres que te rompa la cabeza en mil pedazos. Y no vuelvas a poner los pies en esta parte del palacio, ni a acercarte al harén, porque te repito que he de aplastarte la cabeza y hundirte en el pozo negro". Y luego añadió: "Ahora voy a ponerte en una postura, y no te moverás hasta el amanecer".

      Entonces el búfalo agarró con los dientes al palafrenero y lo metió de cabeza en el agujero del retrete, sin dejarle fuera más que los pies. Y le repitió: "¡Mucho cuidado con hacer ni un movimiento!" Y desapareció en seguida.

      Y esto es todo lo que le acaeció al jorobado.

      Por su parte, Hassan Badreddin El Bassrauí, dejando que se las entendiesen el efrit y el jorobado, atravesó los aposentos particulares y entró en la cámara nupcial, yendo a sentarse en el testero. Y apenas había llegado, apareció la recién casada apoyada en su nodriza, que se detuvo a la puerta, dejando entrar sólo a Sett ElHosn. Y sin ver bien al que estaba en el testero, y creyendo hablar con el jorobado, le dijo:

      "¡Levántate, héroe valiente, coge a tu esposa y pórtate de una manera brillante! ¡Y ahora, hijos míos, Alah sea con vosotros!" Y la vieja se retiró.

      Entonces entró muy desesperada Sett El Hosn, y se decía: "¡Es preferible la muerte, antes que este jorobado inmundo!"

      Pero apenas hubo reconocido al maravilloso Badreddin, dió un grito de felicidad, y dijo: "¡Oh querido mío! ¡Qué amable fuiste aguardándome tanto tiempo!

      Pero ¿estás solo? ¡Oh, qué dicha tan grande!

      Te confieso que al verte en la sala junto a ese odioso jorobado, creí que os habíais asociado los dos para poseerme".

      Y Badreddin contestó: "¡Oh mi señora! ¡qué pensaste! ¿Es posible que te toque ese maldito jorobado? Y ¿cómo íbamos a asociarnos para tal cosa?"

      Entonces Sett ElHosn preguntó: "Pero en fin, ¿quién de los dos es mi marido: él o tú?"

      Y Badreddin repuso: "¡Soy yo, querida mía! Se ha inventado esta farsa del jorobado para hacernos reír, y también para librarnos del mal de ojo; pues todas las damas han oído hablar de tu hermosura sin igual, y tu padre alquiló a ese palafrenero para qué conjurase el mal de ojo, gratificándole con diez dinares. Y ahora está en la caballeriza a punto de tragarse a nuestra salud un jarro de leche fresca bien cuajada".

      Al oír a Badreddin, Sétt ElHosn llegó al colmo de la alegría, y sonrió gentilmente, y rompió a reír más gentilmente aún.

      Y luego, sin poder contenerse más, exclamó: "¡Por Alah, querido mío! ¡Poséeme! ¡Apriétame bien! ¡Ven en seguida a mi regazo!" Y como Sett El Hosn se había despojado de las ropas interiores y estaba toda desnuda, sólo cubierta por una falda, cuando dijo:" ¡Ven enseguida a mi regazo"!, la levantó rápidamente hasta la altura de la vulva, mostrando en toda su magnificencia sus muslos y sus nalgas de jazmín. Y a la vista de los encantos de aquella carne de hurí, Badreddin sintió que el deseo recorría todo su cuerpo y despertaba al niño dormido, y levantándose presuradamente se desnudó, despojándose del calzón de innumerables pliegues y de la bolsa que contenía los mil dinares que le había dado el judío de Bassra, y la colocó en el diván, junto a los calzones, y luego se quitó el hermoso turbante y lo puso en una silla, cubriéndose con otro ligero de dormir que habían dejado allí para el jorobado y sólo se quedó con la fina camisa de muselina de seda bordada de oro, y con el ancho calzoncillo de seda azul, sujeto a la cintura por un cordones con borlas de oro.

      Y soltando estos cordones, abrazó a Sett ElHosn, que le ofrecía todo su cuerpo. La levantó en alto, la tendió en la cama, y se echó sobre ella. Y agachado, abiertas las piernas, cogió los muslos de Sett ElHosn, los atrajo hacia él y los separó. En seguida apuntó contra la ciudadela su ariete, que estaba ya dispuesto. Empujó este ariete poderoso, hundiéndolo en la brecha, y la brecha cedió.

      Y

      Badreddin pudo entusiasmarse al comprobar que la perla no estaba perforada y no había penetrado en ella más ariete que el suyo, ni la habían tocado siquiera con la punta de la nariz. Y comprobó también que aquel trasero bendito nunca había resistido el peso de un cabalgador.

      Y en el colmo de la dicha, le arrebató la virginidad y se deleitó a su gusto con el sabor de aquella juventud. Y ataque tras ataque, el ariete funcionó quince veces seguidas, entrando y saliendo sin interrumpirse. Y todas ellas le parecieron deliciosas.

      Y desde aquel instante, sin género de duda, quedó preñada Sett ElHosn, según verás en lo que sigue, ¡oh Emir de los Creyentes!

      Y cuando Badreddin acabó de hincar los quince clavos, dijo para sí: "¡Me parece que es bastante por ahora!" Y se tendió al lado de Sett ElHosn, pasándole con suavidad la mano por debajo de la cabeza, y ella le rodeó también con su brazo, enlazándose ambos estrechamente, y antes de dormirse se recitaron estas estrofas admirables: ¡No temas nada! ¡Penetra tu lanza en el objeto de tu amor! ¡Y no hagas caso de los consejos del envidioso, pues no será el envidioso quien sirva a tus amores! ¡Piensa que el Clemente no creó más hermoso espectáculo que el de dos amantes entrelazados en la cama! ¡Míralos! ¡Ahí están, pegados uno a otro, cubiertos de bendiciones! ¡Sus manos y sus brazos les sirven de almohadas! ¡Cuando el mundo ve a dos corazones unidos por ardiente pasión, trata de herirlos con el acero frío! ¡Pero tú no hagas caso! ¡Cuando el Destino pone una beldad a tu paso, es para que la ames y para que con ella únicamente vivas!

      Y esto es todo lo que acaeció a Hassan Badreddin y a Sett ElHosn, la hija de su tío.

      El efrit, por su parte, se apresuró a ir en busca de su compañera la efrita, y uno y otra admiraron a los dos jóvenes dormidos, asistiendo antes a sus juegos y contando los ataques del ariete. Luego el efrit dijo a la efrita: "Habrás visto, hermana, que tenía yo razón. Ahora debes cargar con el joven y llevarlo al mismo sitio de donde lo cogí, al cementerio de Bassra, en la turbeh de su padre Nureddin. Y hazlo pronto, que yo te ayudaré, pues ya apunta el día y no es posible que dejemos

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