Monja y casada, vírgen y mártir. Vicente Riva Palacio

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Monja y casada, vírgen y mártir - Vicente Riva Palacio

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de Abalabide sin proferirle alguna injuria; pero como éste era ya hombre de edad y de buen juicio, nunca quiso tomar la demanda.

      «Mi madre comenzaba ya á ser inútil para el trabajo, y mi amo se decidió á comprar á un conocido suyo una esclava cocinera, que tenia una hija mulatita que servia de galopina. Llamábase Clara la madre y la muchacha Luisa.

      «Luisa era muy jóven, pero muy agraciada: en la casa de sus antiguos amos la trataban muy mal y estaba muy delgada y muy enferma cuando llegó á la casa de Don José.

      «Al principio traté á Luisa con indiferencia, pero despues comenzó á engordar y á robustecerse, y se puso tan bonita, que á poco me encontré enamorado de ella. El continuo trato nos hizo entrar en relaciones amorosas y yo iba á pedir licencia á mi amo para unirme con ella, cuando un incidente me hizo vacilar.

      «Comencé á observar que Luisa andaba mas alegre y mas compuesta que de costumbre, y que se asomaba frecuentemente á una ventana desde donde se divisaba la casa de Don Ma nuel; yo la amaba con delirio y me empecé á entristecer: ella lo notó y me preguntó la causa: le cobré celos, y se rió.

      —«No seas tonto, Teodoro—me dijo—yo te encargo que estés contento; todo esto es cosa que nos va á hacer mas felices: no me preguntes nada, y ya verás.

      «Me tranquilicé un tanto y no volví á decirle nada; me puse alegre como de costumbre, y me determiné á hablarle á mi amo.

      «Dormia yo en la trastienda con el objeto de estar mas al cuidado: una noche me pareció oir un ruido por el interior de la casa, y me levanté sin encender luz y sin hacer ruido y me entré por las piezas.

      «Conforme me iba aproximando al aposento que tenia la ventana para la casa de Don Manuel, iba siendo mas perceptible el rumor, hasta que penetrando en él ví asomada una muger á la ventana hablando con alguien que estaba por fuera; debia haber escuchado, pero la luna que penetraba en el aposento me hizo reconocer á Luisa, y la cólera y los celos me cegaron y me arrojé sobre ella.

      «Luisa al verme lanzó un grito, y el hombre de fuera huyó.

      —«Traidora—la dije:—¿conque así me engañabas?

      «Luisa se desprendió de mí, furiosa como una leona.

      —«¿Y qué derecho tienes para reconvenirme?—me dijo.—¿Eres mi amo? ¿Eres ya mi marido?

      —«¡Infame! ¿Y tú no me habias dicho que me querias?

      —«Te queria, pero ya no te quiero, y no quiero ser esclava: un hombre libre me ama, me va á comprar y á darme mi libertad para que yo sea suya, y tú no harás esto por mí, y tú me dejarás esclava, y mis hijos serán esclavos, y yo no quiero que mis hijos sean tambien esclavos como mis padres.

      «En el fondo Luisa tenia razon.

      —«¿Pero nunca me has amado, Luisa?

      —«Sí, te he amado; pero me tiene cuenta amar ahora al que me da mi libertad: ¿me la puedes dar tú, seré tuya; te seguiré amando; puedes?

      «Comprendí toda la fuerza de lo que me decia Luisa, y casi llorando contesté:

      —«No.

      —«Pues entonces si me quieres, como dices, no me quites lo que no puedes darme.

      «No tuve ni que replicar: callé, y me retiré con un puñal de fuego en mi corazon.

      «Era esclavo, y no podia ofrecer á esa muger que amaba mas que á mi vida, sino la esclavitud, y no podia dejar á mis hijos sino la esclavitud, y Luisa me habia hecho comprender lo espantoso de mi situacion.

      «¿Qué hacer? No tenia mas remedio que perderla para siempre, y verla en brazos de otro. Entonces la tristeza mas profunda se apoderó de mi alma, y casi me enfermé.

      «Luisa, á pesar de todo, me amaba; pero su corazon no era bueno.

      «Un dia teniendo quizá lástima de mí, me dijo:

      —«Teodoro, ¿qué esto no tendria remedio? Porque yo no puedo dejar de quererte enteramente.

      —«¿Y qué remedio?—la dije—¿qué remedio hay para un esclavo?

      —«Si tú fueras rico y nos pudiéramos ir muy lejos á vivir los dos solos en nuestra casita, queriéndonos mucho, cuidando á nuestros hijitos.

      —«¿Pero de dónde tomaria yo ese dinero?

      —«El amo es muy rico.

      —«Y nada nos dará.

      —«Por su voluntad ya lo creo......... pero hay otros modos.........

      —«¡Luisa!

      —«No, no te alarmes, piénsalo: él duerme solo, no podria resistirse. ¿Por qué él débil ha de ser nuestro amo? Con lo que él tiene, podemos ser muy felices: piénsalo.

      —«No Luisa, por Dios no me tientes.

      «Luisa no me contestó, pero yo en toda la noche me pude dormir: soñaba yo rios de oro y de plata, pero mezclados con sangre, y veía á mi amo muerto de una puñalada, y despues me sentia yo al lado de Luisa, que era ya mia, que no éramos esclavos; en fin, no sé cuántas cosas, pero pasé la noche mas agitada de mi vida.

      «Me levanté y la luz del dia disipó aquellas visiones.

      «Luisa estaba cada dia mas bella, y procuraba provocar mi pasion de cuantas maneras podia; ya descubriendo al pasar, y como por descuido, el nacimiento de su pierna torneada y bella; ya desprendiendo de sus hombros el trage como por causa de la fatiga, cuando conocia que yo la espiaba; ya cantando con pasion, de modo que pudiese oirla, coplas y endechas amorosas y provocativas.

      «Al decaimiento moral de mi alma sucedió una excitacion verdaderamente peligrosa; pero que ella con una astucia infernal sabia mantener viva y darle la direccion que le convenia; jamás habia vuelto á alcanzar de ella favor de ninguna clase; olvidando la escena que yo mismo habia presenciado, le pedia de rodillas besar una de sus manos; la pasión ahogó los celos; pero era inflexible, y á todo me contestaba:

      —«Yo quiero ser libre y rica: yo no me dejo besar de un cobarde.

      «Una noche me agitaba inquieto en mi cama, sin poder dormir, sin olvidar un momento á Luisa, cuando sentí el roce de un vestido en la puerta y una escasa claridad alumbró la trastienda en que dormia: me senté creyendo que soñaba y me es tremecí: era Luisa, Luisa que se acercaba con un pequeño candil en la mano, media desnuda, cubierto apenas su hermosísimo seno con una manta que á cada movimiento de sus brazos caia, y que ella volvia á levantar.

      «Su negro y rizado pelo se derramaba sobre sus hombros desnudos: brillaban sus ojos con un fuego desacostumbrado.

      «Llegó hasta mi lecho y se sentó tomando una de mis manos.

      —«Teodoro—me dijo—¿es verdad que me amas?

      —«Sí,—le contesté,—te amo tanto, que estoy sintiendo cada dia que mi razon se va; que me vuelvo loco.

      —«Pues

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