Monja y casada, vírgen y mártir. Vicente Riva Palacio

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Monja y casada, vírgen y mártir - Vicente Riva Palacio

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besó la mano del Oidor, y recibió la carta que se guardó en el pecho.

      —Señor Bachiller—dijo por lo bajo Don Fernando á Martin—hacedme la gracia de que dén habitación á este hombre para que pase la noche, mañana temprano que se vaya para su casa, y traedme á Teodoro sin que se miren ambos.

      El Bachiller volvió á salir seguido de Tirol.

      El Oidor abrió un armario y sacó de él una bolsa grande de seda que figuraba una piña amarilla con hojas verdes en el cuello, y largos cordones para cerrarla que remataban en pequeñas piñitas formadas de cuentas de vidrio de colores.

      Colocó la bolsa sobre la mesa y volvió á sentarse.

      Teodoro conducido por el Bachiller entró al aposento.

      —Me envía á llamar su señoría—dijo Teodoro cruzando sobre el pecho sus brazos y haciendo una profunda reverencia.

      —Sí, te debo en esta noche la vida, y quisiera mostrarte mi agradecimiento.

      —Bastante es ya mi recompensa con haber conseguido eso; además, yo lo hice conforme á las órdenes de mi ama.

      —Yo no estoy satisfecho con eso; yo te doy en nombre de Doña Beatriz tu libertad; además en esta bolsa hay una gran cantidad de monedas de oro, que por ser escasas en México tienen muy alto valor, tómala para que vivas feliz.

      Teodoro se arrodilló á los piés del Oidor y le besó la mano, pero no tomó la bolsa que éste le alargaba.

      —Por toda mi vida—dijo—grabaré las palabras de su señoría en mi corazón, pero por ningún dinero dejaré de ser el esclavo de mi señora Doña Beatriz; si ella me despidiera, el negro Teodoro se moriria de tristeza.

      —Bien—contestó el Oidor—comprendo tu lealtad y tu cariño para con Doña Beatriz; es un ángel á quien es preciso amar, pero al menos toma este dinero.

      —Perdóneme su señoría, quiero tener solo la recompensa del placer por haberle servido de algo; además.. señor......... yo........ soy muy rico.

      —¡Muy rico!—esclamó el Bachiller espantado de que un esclavo fuese muy rico, y acercándose como para contemplar mejor aquel ser mitológico.

      —¡Muy rico!—repitió el Oidor, que aunque no tanto como el Bachiller, pero estaba admirado.

      —Sí, señor—contestó Teodoro inclinando como ruborizado la cabeza.

      —Estos pobres se creen poderosos cuando tienen cien reales—dijo Martin.

      Teodoro se sonrió con desdén, y Don Fernando lo advirtió.

      —¿Cuánto será tu capital, Teodoro?—preguntó.

      —Cien veces lo que contiene esa bolsa—contestó tranquilamente.

      —¿Sabes lo que dices? esta bolsa contiene mas de mil escudos de oro.

      —Así me lo pensaba.

      —¡Cien veces mil escudos!—dijo el Bachiller mas asombrado á cada respuesta de Teodoro—¡Cien mil escudos! ¿entonces por qué eres esclavo? ¿por qué no compras á Doña Beatriz tu libertad?

      —Ya dije á su señoría que por ningún caudal dejaria de ser el esclavo de mi señora Doña Beatriz, le debo la vida y la felicidad.

      Martin abria los ojos como dos patenas, y la boca como una puerta cochera; aquello estaba para él fuera de lo natural, era casi un prodigio.

      —A fé mia—dijo Don Fernando, que aquí se encierra un misterio profundo; ¿sabe tu ama, Teodoro, que eres tan rico?

      —Mi ama sabe tambien que seria jo libre si quisiese, y que jamas lo seré.

      —Dígale usía que nos cuente, que nos esplique todo eso.

      —No, señor Bachiller, mucho le debo á Teodoro para obligarlo á que me descubra sus secretos, por mas que me anime el deseo y la curiosidad de conocerlos, principalmente por la parte que en ellos tenga Doña Beatriz.

      —No serán secretos para su señoría—dijo el negro—que me basta que su señoría sea quien es, y tan alto lugar tenga en el corazón de mi ama, para que yo le confiara lo que guardo en mi seno, tanto mas que fío en su discreción como en la de mi confesor. ¿Quisiera su señoría conocer mi historia?

      —Te confieso que me seria muy satisfactorio.

      —Larga es.

      —No importa, te permito que te sientes.

      El negro se sentó humildemente en el suelo y á los piés de Don Fernando.

      —¿Y yo?—preguntó Martin.

      —¿Tienes inconveniente en que escuche Don Martin?

      —No, señor—dijo Teodoro, volviendo su vista á Martin—quedaos, que yo sé cómo aseguraré con vos mi secreto.

      Martin contento de escuchar la historia tomó asiento en un escabel.

      El Oidor comenzaba á comprender por todo, que Teodoro no era un esclavo comun, aquel hombre era otra cosa de lo que á primera vista parecia.

       La historia del esclavo.

       Índice

      MI madre, señor, era esclava de la casa de Don José de Abalabide, comerciante español, que tenia una de las mejores tiendas mestizas que se hallan en la Plaza principal. Mi padre, esclavo tambien de la misma casa, habia servido muchos años á Don José y habia muerto pocos dias antes de mi nacimiento, á resultas de una caida que le dió un caballo.

      «Mi padre, señor, lo mismo que mi madre, eran de sangre real; os hago esta advertencia, porque esto viene mucho á esplicar algunos acontecimientos de mi vida que vereis mas adelante.

      «Mi amo no tenia familia y vivia solo conmigo y con mi madre: era un hombre muy honrado, buen cristiano y caritativo con los pobres; aunque si he de decir verdad, tenia mucho apego á las riquezas y procuraba atesorarlas, viviendo con sobrada economía.

      «Como no frecuentaba amistad ninguna y hacia tantos años que mi madre era su esclava, el Sr. Abalabide me tenia un gran cariño, y así conforme fuí creciendo y ayudaba en los quehaceres de la casa, mi amo se fué interesando mas por mí, y en las noches cuando ya la tienda estaba cerrada se entretenia, despues de rezar el rosario, en enseñarme á leer y á escribir.

      «Llegué así á cumplir veinte años y mi amo estaba muy contento de mí: era yo fuerte para el trabajo, y le ayudaba yo en todo.

      «Mi amo debia ser rico, pero no sabiamos adonde tenia su dinero porque él lo ocultaba.

      «Cerca de la tienda del Sr. Abalabide estaba otra de uno que se decia Don

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