Monja y casada, vírgen y mártir. Vicente Riva Palacio

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Monja y casada, vírgen y mártir - Vicente Riva Palacio

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te parezco bastante hermosa para obtenerme por ese precio—dijo descubriéndose su seno.

      «Atraje su cabeza y nuestras bocas se unieron, los labios de Luisa me abrasaron, pasé mi mano por la piel suave y aterciopelada de su pecho, sentí un vértigo, y abrazé su delgado talle.

      —«Teodoro—me dijo retirándose—no seré tuya mientras no seamos libres y ricos: vírgen me encontrarás, y ésta será tu recompensa.

      —«Haré lo que me mandes—contesté, comenzando á vestirme precipitadamente.

      —«Así te quiero, así, Teodoro: valiente, decidido—y se acercó á mí y puso en mis labios el beso mas lascivo que pudo haber nunca inventado el amor, y el deseo de una muger de la raza negra.

      «Estaba yo vestido.

      —«Busca una arma—me dijo—Don José duerme, es apenas media noche; cuando amanezca estaremos muy lejos.

      —«¿Y tu madre?—le pregunté decidido ya á todo.

      —«Nos seguirá á nosotros, ó á Don José, me contestó. «Quedé horrorizado, y dudé.

      —«¿Vacilas, amor mió?—me preguntó abrazándome, y poniendo uno de sus pies desnudos sobre uno de los míos, desnudo también.

      «Al sentir aquel pié, aquellos brazos, aquel pecho que despedían fuego, volví á encenderme, besé á Luisa y busqué en la tienda una arma para consumar el crímen.

      «Luisa me tomó de una mano y me condujo para el aposento de mi amo.

      «Temblaba mi mano con el arma, pero aquella muger tan hermosa, tan seductora, tan provocativa, dejándome entrever tantos encantos, oprimiendo mi mano, comunicándome por allí el fuego de su diabólica exaltación, me cegaba, me enloquecia.

      «Llegaba á la puerta del aposento en que dormia tranquilamente mi amo y me detuve.

      —«Anda—me dijo Luisa dulcemente, levantándose sobre la punta de sus piés, apoyado su cuerpo sobre el mio para darme un beso—anda.

      «Puse la mano en el prestillo, iba á abrir, cuando en la puerta de la tienda sonaron acompasadamente tres golpes vigorosamente aplicados.

      «Luisa y yo quedamos inmóbiles, y sin atrevernos ni á respirar, no sé qué de pavoroso había en aquellos golpes.

      «Trascurrieron así algunos instantes y los golpes volvieron á repetirse tan acompasados como la vez primera, pero aplicados con mas fuerza.

      «Entonces Luisa se deslizó á su aposento y yo volví á la tienda.

      —¿Quién va?—pregunté, procurando dominar la emocion que hacia vacilar mi voz embargada por la escena que acababa de tener lugar.

      

Anda—me dijo Luisa dulcemente, apoyando su cuerpo sobre el mio para darme un beso—anda. Pag. 92.

      —Abrid á la Inquisicion, abrid al Santo Oficio—me contestó desde afuera una voz cavernosa.

      «Tan grande fué mi sorpresa que dejé caer el cuchillo que llevaba aun en la mano, y que no me había acordado de poner en su lugar.

      «El nombre del Santo Tribunal heló mi sangre; llegaba en el momento en que iba yo á cometer un crímen; me parecia que Dios lo enviaba para castigar mi intencion, que en el rostro iban á conocer mis pensamientos.

      «Inmóbil permanecia como clavado en la tierra, cuando aquella voz repitió desde afuera:

      —«Abrid á la Inquisicion, abrid al Santo Oficio.

      «Volví entonces en mí, y corrí precipitadamente al cuarto de mi amo que habia ya despertado, y que encendiendo luz habia comenzado á vestirse.

      —«¿Qué hay, Teodoro?—me preguntó.

      —«Señor, señor, el Santo Oficio.

      —«¡El Santo Oficio!—dijo dando un salto de la cama.

      —«Sí, señor, sí, señor.

      «Se levantó precipitadamente y tomó la luz.

      «Abrimos la tienda, y un comisario de la Inquisicion seguido de ocho ó diez familiares cubiertos con sus capuchones, estaban en la calle, traian varios faroles y se habian detenido ocupados en levantar las piedras que formaban el quicio de una de las puertas. Hicieron una seña á mi amo que se detuvo mientras terminaba la operacion.

      «Levantaron algunas piedras, rascaron un poco la tierra, y mi amo dió un grito de espanto: un Santo Cristo grande de bronce estaba allí enterrado, precisamente en el lugar por donde entraban los marchantes.

      —«¿Don José de Abalabide?—dijo con voz solemne el comisario del Santo Oficio.

      —«Yo soy—dijo temblando mi amo.

      —«Dese preso á la Inquisición.

      «Mi amo quedó preso entre dos familiares, y los demas se entraron á registrar la casa, llevándome en su compañía.

      «En el cuarto de mi amo, en un rincon, se encontró otro Cristo de madera grande con huellas de golpes y algunas disciplinas de alambre cerca de él, todo tirado en el suelo, y el Cristo aún sucio en el rostro, como de señales de salivas.

      «En lo demas de la casa, nada: yo noté con asombro que solo Clara estaba allí, y que Luisa habia desaparecido.

      «Un depositario se encargó de todo en nombre de la inquisicion; se pusieron los sellos del Santo Oficio en todas las puertas y ventanas, en todos los cajones y armarios, y mi amo y Clara, y yo, fuimos conducidos presos.

      «Luisa estaba en mi pensamiento, sobre toda preocupacion, y al salir, acercándome á Clara, deslizé en su oido estas palabras:

      —«¿Y Luisa?

      —«Nada sé—me contestó.

      —«Agaché la cabeza, y seguí á los familiares que me llevaban.»

       En que el negro continúa su historia.

       Índice

      «LLEGAMOS á las cárceles del Santo Oficio, y allí nos separaron á los tres.

      «Algunos dias trascurrieron sin que se ocuparan de mí; al fin me sacaron á dar mi declaracion.

      «Preguntáronme si era esclavo y cristiano—y contesté—que sí.

      «Despues me interrogaron—¿si sabia que mi amo en las noches azotaba un Crucifijo y le escupia el rostro, y si sabia que en una de las puertas de la tienda

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