Réplica. Miguel Serrano

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Réplica - Miguel Serrano Candaya Narrativa

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mi entrenador de baloncesto. Yo jugaba de alero.

      Baja la cabeza, mira la raya, la línea de tres. Juega, no pienses. Sólo es un tiro, no pasa nada. Ya habéis perdido. Ocho puntos. La raya, el tiro, nada más. Quítatela de encima. Lanza la pelota hacia la canasta y la pelota entra. Limpia. Así dicen ellos. Limpia. Como respirar.

      No sabe botar. Fernando siempre le dice que tiene que defender más, que correr más, que no se lo toma en serio, que no sabe botar. Pero a él lo único que le interesa son los tiros. A veces Fernando lo separa del grupo y lo tiene botando durante todo el entrenamiento. Bota y corre, bota y corre. Después párate. Bota. Cerca del suelo, más lejos. No tires. Hoy la canasta ni mirarla.

      Han recuperado el balón y hay un contraataque y Óscar hace una bandeja.

      No sabes defender. Las puntas de los pies en el suelo, las piernas en movimiento, como si el asfalto quemase, los brazos extendidos. Atento, atento.

      Las niñas gritan en la banda, o cantan.

      Canasta. ¿Cómo ha sido? El gordito, la ha metido el gordito. Otra vez a cinco. Otra vez a correr hacia el otro lado. Bordea la línea de tres, sin pisarla, recibe, no piensa, mira la raya, otro tiro. Sería tan fácil. Pero le da la pelota a Ricardo, el base titular del equipo, que pasa a su lado, se deshace de ella, y Ricardo se la devuelve y le grita: ¡te ha sacado para que tires los triples! ¡Yo te bloqueo! Ahora parece increíble que puedan hablar o argumentar en mitad del partido, pero es verdad, es así.

      La raya, el tiro, la parábola, un movimiento que cubre el espacio, todo el espacio, de forma continua, sin interrupciones. Un arco.

      La pelota rebota en el aro, sale disparada hacia arriba pero después cae en vertical, un peso muerto, y atraviesa la red, el agujero que hay en la red que rodea la circunferencia perfecta del aro.

      A dos puntos. De repente sólo están a dos puntos. Un verbo que ha escuchado muchas veces pero cuyo significado nunca había puesto en práctica: remontar.

      Tiempo muerto. El partido se detiene.

      ¿Por qué no los cogieron, si metieron el gol, si él metió el gol? ¿Por qué no los cogieron a Carlos y a él para el equipo de futbito?

      La música, esta música no existe todavía, aún nadie la ha inventado, son las niñas que cantan y se desvanecen, las niñas del equipo de baloncesto, que juegan después de ellos. ¿Qué ha sido de vosotras? Son demasiado jóvenes y no lo miran, pero él también fue joven. No hay equipo femenino de futbito todavía, a veces entrenan juntos, se tocan, se defienden, partidos mixtos.

      Todos en torno al banquillo, Fernando da las instrucciones. Quedan veinticinco segundos. Tenéis que hacer falta. No meterán los dos tiros. Sólo meterán uno, o ninguno, son muy malos, son peores que vosotros, que ya es decir. Y después, e es igual a eme ce cuadrado, dice Fernando. Y tiras tú, Gustavo, dice, y ahora sí lo mira a los ojos. Tiras de tres. Da igual si vais perdiendo de dos o de tres después de los tiros libres, tú tiras el triple y lo metes. Estás en racha, te entra todo. Hoy ya has metido dos. Eres nuestro mejor tirador de triples, Gustavo. Tienes un don. No nos falles. Confiamos en ti. E es igual a eme ce cuadrado. Estarás solo. No os desmadréis, no hagáis cosas raras, va a salir bien. Podéis hacerlo.

      E es igual a eme ce cuadrado es el nombre en clave de una jugada ensayada que se le ocurrió a Fernando.

      En esta categoría no hay faltas intencionadas, ni técnicas, no sabe muy bien por qué. En el baloncesto de los mayores sí, dos tiros y posesión. Dos tiros y posesión. Aquí no. Hace dos años sí existían las faltas intencionadas, cuando eran alevines y jugaban en las canastas pequeñas, pero las han prohibido o las han quitado, ya no aparecen en el reglamento.

      En las canastas pequeñas no había línea de tres puntos, no había triples, y sin embargo él siempre tiraba desde lejos, los tiros lejanos siempre le entraban.

      Empújalo. Hay que hacer falta. Ya ha pasado junto a él y no ha sabido reaccionar. Sólo un empujón. Bastaba con eso. Con las dos manos. Que no avance más, que no se acerque a vuestra canasta, que no pueda pasar la pelota, que se pare el reloj. Persíguelo.

      Un día Fernando se lo llevó aparte en un entrenamiento mientras los demás jugaban un partidillo. Habían ido once a entrenar y sobraba uno y Fernando se lo llevó a otra canasta y dijo que le iba a enseñar el tiro en suspensión. Tienes muy buena puntería, le dijo, pero sólo sabes tirar si estás solo, si nadie te cubre, tiras sin despegar apenas los pies del suelo, tienes que aprender a saltar antes de tirar y a soltar la pelota cuando estés en el aire, arriba del todo, eso es lo que se llama «tiro en suspensión». Así podrás tirar aunque tengas un rival relativamente cerca. Y los porcentajes de tiro aumentarán debido a la altura. Estuvieron practicando. Podía hacerlo desde cerca, dentro de la botella, saltar y tirar en mitad del salto, pero si se alejaba demasiado le faltaba fuerza, tenía que dedicar toda su energía a conseguir que la pelota llegara hasta la canasta y perdía precisión. Pierdo precisión, le dijo a Fernando, mis tiros en suspensión son muy poco precisos, dijo, y Fernando le pasó la mano por la cabeza y lo despeinó. No te preocupes, le dijo, practica, ya te saldrá.

      Dentro de la botella y fuera de la botella.

      El empujón, la falta, han sido para el gordito, que va a fallar los dos tiros, ya los ha fallado, lleva años fallándolos. Antes de que tirase ya sabían que iba a fallar, todos los sabían, también él, esa cara de circunstancias del gordito. Demasiada responsabilidad para un niño.

      La pelota va de un lado para otro como un borracho que busca alguien con quien pelear. Quema. Siempre hay un límite, una demarcación. Todo tiene un límite. La raya que encierra el campo son las paredes del mundo. Basta con levantar la vista e imaginar algo allí, una frontera. No atravieses la pared, fantasma. No salgas. No entres.

      Todo es blanco o gris o amarillo, una superficie resbaladiza. Los huecos están llenos de náusea, corre el agua pero se detendrá, que corra el aire, que corra el aire, no le pongas puertas al campo.

      Es así (fue así): cuando quedan quince segundos para que termine el partido, a una señal de Fernando, todos los que están en el banquillo, y el propio Fernando, y las chicas del equipo femenino que trotan y saltan en la banda (al otro lado de la raya, allá fuera), incluso algunos padres y madres (no los suyos) y hermanos y profesores que pasan por allí empiezan a gritar, a corear, desde el exterior, desde el otro lado de esa pared imaginaria, de la jaula o la caja o la habitación cerrada e inhabitable:

      «¡Diez, nueve, ocho...!»

      Es un truco tan sencillo que da miedo.

      Empezar la cuenta atrás cuando quedan quince segundos.

      La consigna es esta: tranquilidad, no perdáis la pelota, el final se acerca, pero hay un desfase, un décalage (así lo dice Fernando, en francés), cinco segundos durante los cuales los rivales creen que el partido ha terminado cuando en realidad queda algo de tiempo, una tierra de nadie o tiempo de nadie, dice Fernando, un efecto relativista de contracción o dilatación, como en la paradoja de los gemelos o el gato de Schrödinger, The Twilight Zone. Gestos de asombro o hastío futuros, la nada absoluta.

      No te conozco de nada, dice el tipo.

      ¿Fernando? ¿No eres Fernando Vázquez?

      «¡Siete, seis, cinco, cuatro...!»

      Sí, soy Ricky Rubio, no te jode.

      No puede ser, todavía no,

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