Los asquerosos. Santiago Lorenzo
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Prefirió no emplazar el panel en el tejado, por no llamar la atención del típico helicóptero cabrón al que quizá un día le diera por sobrevolar la comarca. Metió la placa en el sobrado, asomando apenas por el ventano orientado al sur. Tiró cable hasta la planta baja, con escala en la alcoba por si una noche quería leer en la cama. El abandono de décadas de la vivienda facilitó el calado de orificios para pasar el cobre.
Al ponerse el sol, Manuel encendía su lámpara y hacía su poco de vida nocturna. Debía acordarse de cerrar antes los contrafuertes de las ventanas, para que la luz no fuera visible desde el exterior. Había vanos que los habían perdido, o que nunca los tuvieron. Pero el habitante se fabricó unos nuevos con el cartón de la caja de seis briks de leche del Lidl. Los fijaba con la cinta aislante que tuvimos la inspiración de incluir en el paquete de SEUR.
8
La madriguera en la que Manuel plantó pica no era así como muy atractiva. Pero él tendía a ver acogedor el alrededor en el que cayera. Propendía a la conformidad con el entorno, sin importarle sus notas escópicas o ambientales. Eso que se ahorraba en decoración, atrezo y luminotecnia. Funcionaba de cámara para adentro, por lo que el aspecto del plató le era de relevancia muy relativa. La vetusta casa nueva ofrecía además algo insólito para él: sitio. Qué de metros, cuadrados y cúbicos. Manuel corría a veces por el pasillo, sólo para ver cómo era hacerlo bajo techo propio. Siempre había una estancia más de lo que recordaba, en su recuento mental de habitaciones.
Vivir varado en Zarzahuriel debía de tener sus débitos, sus incomodidades y sus sevicias. Pero mejor aquello que estar donde los teleoperadores, trabajando a favor de que a un ciudadano comunitario le sorbieran el dinero por la vía de la fraudulencia descarnada. Mejor aquello que estar en su pieza de la calle Montera, desechando la idea de meter en casa alfombras demasiado gruesas para no tener que ir dando con la cabeza en el techo. Y como recordaba Montera, recordaba su portal, mucho antes que la cajita en la que moraba. Recordaba su cámara de vídeo, mucho antes que sus apliques. Recordaba el poco de rojo que punteó el cuello del antidisturbios, mucho antes que nada. Qué bien se estaría sin esas sombras paseándose por las cercanías. Preferir no pensarlo, optar por no.
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