La misión liberadora de Jesús. Darío López R.
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Si Jesús, ungido por el Espíritu de Dios, proclama buenas nuevas a los pobres, libertad a los cautivos y vista a los ciegos, y si Jesús anuncia el año favorable del Señor, está diciendo, entonces, que el Reino de Dios se ha acercado, y llama a todos al arrepentimiento y a la fe. (Bosch 2000: 152)
El meollo del mensaje de Jesús fue el anuncio de la irrupción del reino entre nosotros mediante su persona y sus acciones liberadoras. Para eso había sido enviado (4.43). Pero esto no es todo lo que Lucas destaca en su evangelio. En varios momentos de su relato, resalta tanto la dimensión presente como la dimensión futura del reino:
En el Evangelio según San Lucas, Jesús es, ante todo y por encima de todo, el gran proclamador del reino. En Lucas, el primero en proclamar el reino es indiscutiblemente Jesús (Lc 4.43) […] Cuando Jesús proclama por primera vez el reino de Dios, subraya vigorosamente la significación de este anuncio. Para eso he sido enviado (Lc 4.43) [...] En la narración lucana, Jesús habla del reino en el sentido de una realidad inminente: sabed que está cerca el reino de Dios (Lc 21.31, cf. 10.11). Pero al mismo tiempo no duda en proclamarlo como una magnitud ya presente en su propia persona y en su actuación: El reino de Dios está en medio de vosotros (Lc 17.2) [...]. Es más, Jesús habla incluso de ciertas actividades que se cumplirán cuando llegue el reino (Lc 22.16, 20). En estos pasajes específicamente lucanos, se observa una polaridad diferencial: por una parte, se contempla el reino como una dimensión presente, mientras que, por otra, queda proyectada hacia el futuro. (Fitzmyer 1986: 257–258)
Se tiene que señalar también que la referencia a la irrupción del reino de Dios en la historia implica el uso de un lenguaje social y político concreto, lenguaje que, para la mentalidad judía del primer siglo, tenía una connotación precisa:
El lenguaje (Reino, Evangelio) fue elegido del campo político. Esta selección particular del vocabulario hubiese estado totalmente fuera de lugar si todo el énfasis de Jesús hubiese estribado en que, a diferencia de las expectativas de Juan, él mismo no estaba interesado en ese campo. Casi no necesita argumentarse que reino es un término político, el lector común de la Biblia tiene menos conciencia de que también el término evangelio significa no sólo alguna antigua fórmula de bienvenida, sino una proclamación pública importante, digna de ser enviada con un mensajero y que provoca una celebración al ser recibida. (Yoder 1985: 32)
La realidad de la irrupción del reino en el escenario de la historia se nota claramente en el efecto liberador integral de las acciones públicas de Jesús en favor de los pobres y los oprimidos. Los evangelios registran que cuando Jesús proclamaba la buena noticia del reino de Dios los enfermos sanaban, los posesos eran liberados, cambiaba la calidad de vida de las personas oprimidas, es decir, resucitaban socialmente (Mt 8.16–17; Mr 1.32–34; Lc 4.40–41). En la respuesta de Jesús a los enviados de Juan el Bautista se percibe con claridad la misión liberadora de Jesús como expresión concreta de la presencia del reino de Dios (7.21–22). En todos los casos mencionados en este pasaje se trata de seres humanos que sufrían distintas formas de opresión, se encontraban en una situación de indefensión y formaban parte del mundo de los excluidos. Las acciones liberadoras de Jesús constituían entonces señales visibles de la instauración del año de jubileo, signos concretos de la presencia del reino de Dios en el seno de la historia, señales claras del inicio del kairós anunciado por los profetas del Antiguo Testamento. Si seguimos esa misma ruta misionera, no nos tiene que extrañar que las fuerzas del anti-reino se opongan frontalmente a la proclamación de la buena noticia del reino de Dios en todos los espacios sociales. Sin embargo, a pesar de esa realidad, tenemos el encargo de amar la vida y de defenderla de todas las violencias. Entonces, ¿cuál es nuestro mensaje en la realidad misionera en la que nos encontramos como discípulos del Dios de la Vida? ¿Un evangelio mutilado, acomodado al gusto de los opresores, maniatado por la ideología del mercado, subordinado al poder político? ¿Un mensaje adormecedor, desmovilizador, legitimador del sistema?
Los destinatarios de la buena noticia del reino
¿Hacia qué sectores sociales Jesús orientó preferencialmente su misión liberadora? Lucas enfatiza en primer lugar que los destinatarios de la buena noticia del reino de Dios son todos los seres humanos, pobres y ricos, varones y mujeres, niños y adultos. Claros indicativos de esa realidad son la intención teológica que subyace en la genealogía de Jesús, que se remonta hasta Adán (3.23–38) y el canto del anciano Simeón en el cual se señala que el advenimiento del Mesías sería luz para revelación a los gentiles (2.32). Esta misma realidad se afirma en los relatos de la sanidad de un siervo de un centurión (7.1–10) y de un samaritano que padecía de lepra (17.11–19). La naturaleza inclusiva del amor de Dios se nota también en la referencia a la reina del sur que vino para oír la sabiduría del rey Salomón (11.31), en la referencia a los habitantes de Nínive que se arrepintieron cuando Jonás predicó sobre el juicio inminente de Dios (11.32), y en la referencia al encargo final de que la buena noticia de arrepentimiento y perdón de pecados se predique en todas las naciones (24.47). Este parece ser, además, el tema dominante en la parábola de la gran cena (14.15–24).
Sin embargo, como se ha señalado en varios momentos, Lucas en su evangelio subraya que Jesús tuvo una preocupación preferencial por los pobres y los excluidos. Lucas y los otros evangelios registran que los pobres y los excluidos fueron seres humanos concretos, con necesidades humanas concretas y con aspiraciones sociales concretas. Fueron personas que se encontraban en la periferia de la sociedad judía del primer siglo, como los cobradores de impuestos (Mt 9.9–13; Lc 19.1–10), los leprosos (Mt 8.1–4; Lc 17.11–19), las mujeres (Mt 8.14–17; 9.18–26; Mr 12.41–44; Lc 7.11–17; Jn 4.42), los enfermos de todo tipo (Mt 9.1–8; Mr 2.1–2; Lc 7.1–10), los niños (Mt 19.13–15; Lc 18.15–17) y los samaritanos (Lc 17.15–19; Jn 4.1–12). Lucas en particular registra que Jesús se sentaba a la mesa con los proscritos y los parias sociales (5.27–32; 8.36–50), tocaba con sus manos a personas intocables como los leprosos (5.12–16), incorporaba como seguidores suyos a mujeres galileas (8.2–3), se relacionaba con samaritanos enfermos de lepra (17.11–19), se hacía amigo de pecadores públicos como el despreciado recaudador de impuestos Zaqueo (19.1–10), y tenía una predilección especial por los niños (9.46–48; 18.15–17). La predilección que Jesús tenía por los frágiles y los despreciados de la sociedad es bastante clara en el relato lucano:
Jesús ofrece su amistad y se sienta a la mesa con recaudadores de impuestos y pecadores [...] Más que ningún otro evangelista Lucas acentúa la asociación y trato de Jesús con las mujeres [...] El Jesús lucano está abierto a los que oficialmente quedan al margen, como el centurión gentil [...] y los samaritanos [...] Jesús se llega a los leprosos [...] y la solicitud por los pobres es tema constante de su predicación... (Senior 1985: 354)
Más aún, Jesús puso a los pobres y excluidos como ejemplos de apertura a Dios (7.43–48; 17.16–19), exigiendo que los demás sean como ellos (18.15–17). En sus parábolas los colocó como ejemplo para seguir, contrastando su sensibilidad espiritual con la insensibilidad e hipocresía de los religiosos (10.25–37; 18.9–14). Jesús se arriesgó además a ser acusado de comilón, bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores (7.34); de transgredir el día de reposo cuando liberó a seres humanos oprimidos (6.7; 14.1–6), y de juntarse con la escoria de la sociedad (5.30; 19.7).
En suma, Jesús vio lo que los hombres de su tiempo marginaban, menospreciaban y consideraban como desecho humano25. Todos estos sectores humanos confinados al ostracismo social, tratados como inservibles, condenados al silencio, fueron los destinatarios privilegiados de la buena noticia de liberación. Los pobres y los excluidos, cuando se encontraron con Jesús de Nazaret, afirmaron su dignidad humana y pasaron de muerte a vida. Estas víctimas de la injusticia y los prejuicios deshumanizantes fueron liberadas de opresiones sociales, económicas, religiosas y espirituales concretos. A la luz de esa