La misión liberadora de Jesús. Darío López R.
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Salir, ver, compasión, compromiso, transformación.
Estos cinco principios, más que simples etapas de un proceso hermenéutico o una forma de caminar entre los pobres y los marginados, constituyen y jalonan un estilo de vida que reconoce en el otro no a un objeto o cosa, sino a un sujeto con dignidad y derechos. Al respecto, las palabras de Jesús en respuesta a la murmuración de los escribas y fariseos son bastante explícitas:
Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Respondiendo, Jesús les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. (Lc 5.30–32)
El texto que se narra la ofrenda de la viuda pobre (Lc 21.1–4) delinea también valiosos principios misioneros. Nuevamente, la acción de ver como una vía para conocer lo que ocurre en el entorno social, es relevante para comprender la pedagogía de Jesús. Es un ver que sabe diferenciar las motivaciones y la práctica religiosa de los ricos y de una viuda muy pobre. Lucas enfatiza que se trata de una forma de ver que trasciende el mundo de las apariencias, que discierne y valora la intención del corazón, antes que el poder del dinero. La viuda triplemente marginada —por ser mujer, viuda y muy pobre o una penicrós— confió en Dios como Dios de la Vida. La ofrenda de dos blancas, dos monedas insignificantes en el mercado cambiario y en el mundo de los negocios, expresaron la riqueza de una fe humilde que espera en Dios. La viuda no echó de lo que le sobraba sino de lo que necesitaba para sobrevivir en ese día.
En otras palabras, ella dio todo lo que tenía para su sustento, confiando únicamente en la misericordia del Dios de la Vida. Con este hermoso ejemplo de compromiso hasta las últimas consecuencias, Jesús nos desafía a ser como esta viuda muy pobre y no como muchos ricos que viven de las apariencias, convirtiendo de esta manera la fe en una mercancía barata. Una mujer muy pobre, tres veces marginada, fue puesta como paradigma de espiritualidad evangélica en la que se subraya que para ella Dios era una realidad cotidiana. El ejemplo de esta viuda muy pobre establece claramente que la confianza en Dios, como Dios el Dios de la Vida, nos libera del amor al dinero:
En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía. (Lc 21.4)
La condición de pobreza y la situación de marginalidad no son —ni deben ser— impedimentos para hacer teología. La experiencia de esta viuda muy pobre indica que desde la periferia de la sociedad se puede articular una propuesta teológica que anuncia y confiesa a Dios como Dios de la Vida. Los casos de Mateo el publicano y de la viuda pobre son dos paradigmas para el compromiso misionero de la iglesia en este tiempo. Ambos relatos, que se encuentran también en los evangelios de San Mateo (9.9–13) y San Marcos (2.13–17; 12.41–44), conectados con el énfasis lucano del amor especial que Dios tiene por los sectores sociales menospreciados, tienen implicaciones y significado teológico precisos para la misión de la iglesia.
Además, textos lucanos como las parábolas de los convidados a las bodas (Lc 14.7–14), la gran cena (Lc 14.15–24) y el rico y Lázaro (Lc 16.19–31), ahondan el significado teológico del amor especial que Dios tiene por los pobres, los marginados y los excluidos. Las parábolas de la oveja perdida (Lc 15.1–7) y del hijo pródigo (Lc 15.11–32), son también claros testimonios del amor especial de Dios por los desheredados del mundo.
Desde otro ángulo, los casos paradigmáticos y singulares del joven rico (Lc 18.18–30) y de Zaqueo, un jefe de los cobradores de impuestos (Lc 19.1–10), dan cuenta de dos formas como los ricos responden a la invitación de Jesús. Según Lucas, los ricos no quedan a un lado, pero el acento de este evangelio recae en los otros, en los olvidados, que son recogidos del camino, tal como se expresa en la parábola de la gran cena:
Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el Señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena. (Lc 14.21–24)
Queda claro, entonces, que en el Evangelio de Lucas, los pobres y los excluidos son seres humanos dignos del amor de Dios. El amor especial que Dios tiene por estos sectores sociales, despreciados y ninguneados, se constituye en un desafío misionero permanente para los discípulos del Señor crucificado y resucitado, dentro de cualquier realidad histórica.
Ver y actuar como el buen samaritano es el modelo misionero concreto que Lucas nos propone. Desde la óptica teológica lucana, sentarse a la mesa de las personas excluidas, como los publicanos, y entregar como ofrenda dos blancas siguiendo el ejemplo de la viuda muy pobre, más que simples estilos misioneros o caminos alternativos de servicio al prójimo, constituyen formas concretas de asumir una opción galilea que confiesa y celebra a Dios como Dios de la Vida.
Seguir el camino de Jesús, sumergirse en el mundo de los olvidados de la historia, conocer desde dentro sus esperanzas y desesperanzas, ser solidario con ellos en la lucha por una democratización de la política y la economía, identificarse con sus necesidades cotidianas, puede llevar a que nos acusen y digan de nosotros: Éste es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores (Lc 7.34). Éste puede ser el costo del seguimiento a Jesús, dentro de un clima religioso, social y político que no ve con «buenos ojos» la defensa de los derechos humanos de los desheredados, como un compromiso indeclinable con la lucha de la justicia social.
Denunciar proféticamente el provincialismo, la hipocresía y el déficit de misericordia de los fariseos contemporáneos, puede provocar reacciones políticas que ponen en riesgo la seguridad personal de los creyentes que tienen el valor de proclamar la integralidad del evangelio, antes que acomodarse al discurso teológico de moda o venderse a la ideología dominante en el mercado religioso contemporáneo. Al respecto, Lucas es suficientemente claro cuando narra la reacción de los escribas y los fariseos frente a la denuncia pública hecha por Jesús de su hipocresía religiosa:
Mas ¡ay de vosotros, fariseos! que diezmáis la menta, y la ruda, y toda hortaliza, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios. Esto os era necesario hacer, sin dejar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos! Que amáis las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! que sois como sepulcros que no se ven, y los hombres que andan encima no lo saben […]. Diciéndoles él estas cosas, los escribas y los fariseos comenzaron a estrecharle en gran manera, y a provocarle a que hablase de muchas cosas; acechándole, y procurando cazar alguna palabra de su boca para acusarle. (Lc 11.42–44, 53–54)
En suma, el costo del seguimiento nunca debe llevarnos a rebajar las demandas del evangelio, tener temor de anunciar las buenas nuevas de liberación a todos los públicos humanos en todas las coyunturas históricas, cambiar el propósito de Dios de que toda rodilla se doble y confiese a Jesús como Señor, limitar las implicaciones concretas de la naturaleza universal de la misión que cruza todas las fronteras sociales y culturales, o desconocer, por nuestros prejuicios teológicos, el amor especial que Dios tiene por los pobres y los marginados.
Conclusiones