La misión liberadora de Jesús. Darío López R.

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La misión liberadora de Jesús - Darío López R.

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(Lc 23.47)8.

      En otras palabras, en esa hora decisiva, al pie de la cruz, dos seres humanos representantes de dos sectores sociales distintos y distantes entre sí, un marginado y excluido como el ladrón, y un funcionario del Imperio romano como el centurión, fueron confrontados con el mensaje liberador de Jesús.

      A la luz de todos estos datos, está suficientemente claro que los discípulos de Jesús de Nazaret son desafiados permanentemente a ser como el buen samaritano de la parábola, ya que pasar de largo frente a las necesidades espirituales y sociales de los seres humanos de carne y hueso, como el sacerdote y el levita, significa una negación de la naturaleza liberadora del evangelio y una traición a la vocación misionera integral de la Iglesia. Consecuentemente, ser como Jesús, que extendió su amor a los samaritanos despreciados y segregados por los piadosos judíos, es tejer un camino de esperanza y de alegría en un marco temporal marcado por formas de violencia sutiles o abiertas que desprecian la dignidad y los derechos de los frágiles y de los meneste­rosos de la sociedad. De acuerdo con el testimonio lucano, el Dios de la Vida exige a sus discípulos que dejen a un lado todos los prejuicios políticos, culturales y religiosos que cosifican a los seres humanos.

      El amor especial de Dios por los pobres y los excluidos

      El amor especial que Dios tiene por los pobres de la tierra (Mears 1979: 368), los débiles y los oprimidos (O’Toole 1983: 4, 9), los que están en la periferia y que son tratados como basura desechable, es otro de los temas teológicos dominantes en el Evangelio de Lucas. Desde el inicio de la historia de Jesús, Lucas resalta la particular preocupación que Dios tiene por los sectores sociales que estaban considerados como sobrantes o desechables, según las regulaciones religiosas y los patrones culturales de la sociedad judía del primer siglo.

      En el llamado evangelio de la infancia (Escudero 1978: 9) se percibe este énfasis característico del tercer evangelio. En efecto, tanto en el Magnificat (Lc 1.46–55) como en el Benedictus (Lc 1.67–79), se enfatiza la intervención poderosa de Dios en la historia para hacer justicia a los débiles y para traer salvación a los justos y piadosos (Lc 1.6; 2.25) que esperaban la consolación de Israel (Lc 2.25) y la redención en Jerusalén (Lc 2.38). De esa manera, desde el comienzo del evangelio, Lucas indica que los sectores sociales ubicados en la «otra orilla de la historia», los humildes ante Dios como Zacarías, Elisabet y María, Simeón y Ana, fueron los más sensibles a la voz del Señor.

      Más aún, Lucas subraya que la gente pobre y excluida, como los menospreciados pastores, fueron los primeros destinatarios de la buena noticia del advenimiento del Mesías (Lc 2.8–11). Además, Lucas en esta sección de su evangelio, puntualiza que dos indefensos niños considerados como insignificantes y como seres humanos incompletos, según los patrones culturales predominantes del primer siglo, iban a dar cumplimiento a las profecías del Antiguo Testamento relativas a la misión liberadora del Mesías (Lc 1.68–80; 2.10–11, 27–32).

      Lucas enfatiza que Jesús comenzó su ministerio itinerante por ciudades y aldeas, predicando el evangelio del reino de Dios desde la despreciada provincia de Galilea (Lc 4.14, 15, 42–43; 8.1), y que fue en la sinagoga de Nazaret donde expuso su programa mesiánico (Lc 4.16–30). Programa en el que especificó que había venido a predicar el año agradable del Señor o el jubileo (Lc 4.19). En aquella ocasión, delante de un público judío, proclamó un mensaje de liberación integral con claras consecuencias sociales y políticas. Según Yoder:

      El pasaje de Isaías 61 que Jesús utiliza aquí para aplicarlo a sí mismo, no sólo es uno de los más explícitamente mesiánicos: es también el que establece las expectativas mesiánicas en los tér­minos sociales más expresivos. (Yoder 1985: 32–33)

      Desde la perspectiva de Yoder, lo más probable es que estas expectativas mesiánicas estuvieran asociadas al impacto igualitario del año sabático o jubileo (Yoder 1985: 33). El Mesías había venido para proclamar buenas nuevas a los pobres: euaggelizo ptojós (Lc 4.18). Además, resulta significativo notar que esta proclamación comenzó en la provincia subdesarrollada de Galilea, poblada por una raza mixta que los piadosos judíos de Jerusalén despreciaban, y en la que había cientos de viudas, huérfanos, pobres y desempleados (Saracco 1982: 9, Gutiérrez 1989: 197–198). Desde la despreciada Galilea comenzó, entonces, el anuncio de la buena noticia de liberación para los pobres y los oprimidos (Lc 4.18).

      Al respecto, la respuesta de Jesús a los discípulos de Juan el Bautista es bastante elocuente:

      Juan el Bautista nos ha enviado a ti para preguntarte: ¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro? En esa misma hora sanó a muchos de enfermedades y plagas, y de espíritus malos, y a muchos ciegos les dio la vista. Y respondiendo Jesús, les dijo: Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído; los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucita­dos, y a los pobres (ptojós) es anunciado el evangelio. (Lc 7.20–22)

      Lucas es el evangelista de mayor sensibilidad a las realidades sociales. Tanto en su Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, los temas de la pobreza material, de la puesta en común de los bienes, de la condenación de los ricos, son frecuentes. (Gutiérrez 1988: 423)

      En el mismo sentido, Howard Marshall sostiene que en Lucas se destaca la preocupación especial que Jesús tiene por la gente menos privi­legiada: los pobres materiales, las mujeres, los niños y los pecadores declarados (Marshall 1991: 830). Indudablemente, uno de los temas teológicos centrales de Lucas en su evangelio es la presentación del ministerio de Jesús como el anuncio de la buena noticia de liberación a los pobres y los excluidos. La evidencia acumulativa presente en este evangelio es suficientemente sólida. Al respecto, haciendo una novedosa exégesis de pasajes como Lucas 1.46 y ss., 68 y ss.; 3.21–4.14; 4.14 y ss.; 6.12 y ss.; 9.1–22; 12.49–13.9; 14.25–36; 19.36–46; 22.24–53, Yoder ha demostrado ampliamente las implicancias sociales y políticas del enfoque teológico lucano (Yoder 1985: 27–48). Este mismo autor sugiere también que pasajes como el Magníficat hacen pensar en la doncella María como una macabea (Yoder 1985: 27).

      Pero ¿quiénes son los pobres y los excluidos en el Evangelio de Lucas? No resulta fácil establecer con precisión tanto las características básicas que definían a los pobres y los excluidos como los límites de los espacios sociales donde estos se movilizaban. A pesar de estos incon­venientes, ciertos factores teológicos, culturales y políticos, pueden ser bastante útiles para explicar cuáles son los sectores sociales a los que nos referimos cuando hablamos de los pobres y los excluidos.

      En la Palestina del primer siglo, el mundo de los excluidos estaba integrado principalmente por los leprosos, los cobradores de impuestos o publicanos, los samaritanos, las mujeres, los enfermos de todo tipo y los niños. Todos estos sectores sociales estaban condenados al ostra­cismo social. Dicho de otra manera, en una sociedad marcada por los valores religiosos de un fariseísmo insensible y los intereses políticos mezquinos de escribas y saduceos, la marginación y la exclusión tuvo niveles económicos (los pobres), sociales (mujeres, niños, enfermos, cobradores de impuestos), culturales (samaritanos, mujeres, niños) y religiosos (mujeres, cobradores de impuestos, samaritanos, enfermos).

      Dentro de ese contexto, si bien los pobres formaban parte del mundo de los excluidos, no todos los

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