La misión liberadora de Jesús. Darío López R.
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Y Leví le hizo gran banquete en su casa; y había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos. Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? (Lc 5.29–30)
Sobre la presencia de Jesús en casa del cobrador de impuestos o publicano Zaqueo, se subraya que todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador (Lc 19.7).
También varias de las mujeres que seguían a Jesús, siendo excluidas cultural y religiosamente, tenían, sin embargo, bienes materiales que las ubicaban socialmente como miembros de un sector privilegiado. Juana, esposa de Chuza, intendente de Herodes, y Susana, entre otras mujeres que le servían a Jesús de sus bienes (Lc 8.3), son ejemplos que ilustran esta afirmación.
A pesar de no tener datos precisos sobre la condición social y económica de cada uno de los leprosos, enfermos, samaritanos y otros no judíos con los que Jesús tuvo contacto, probablemente la mayoría de ellos —social, cultural y económicamente— formaban parte del mundo de los pobres materiales. Además, teniendo en cuenta los ejemplos anteriormente mencionados de los cobradores de impuestos y de las mujeres, se puede sostener que no todos los excluidos con quienes Jesús se relacionó fueron pobres en la acepción material del término, como los casos de los publicanos Zaqueo y Mateo, o los de Juana y Susana10.
En primer lugar, cuando hablamos de los excluidos, nos referimos a los pobres en el sentido sociológico y económico del término. Es decir, a ese inmenso contingente de seres humanos que habitan en espacios sociales marcados por niveles de vida infrahumanos, con carencias materiales definidas y con expectativas sociales y políticas limitadas por el egoísmo de los sectores dominantes. Hablamos de los pobres materiales que viven debajo de la línea de pobreza y que no tienen lo necesario para su sustento de cada día11.
En segundo lugar, cuando hablamos de los excluidos, nos referimos a los sectores o subculturas que al interior de cualquier sistema social están en la periferia o son considerados como descartables. Ese fue, por ejemplo, el caso de los cobradores de impuestos y los leprosos en el mundo cultural judío del primer siglo.
Sin embargo, rompiendo con las categorías sociales y culturales de su tiempo, Jesús se vinculó permanentemente con los menesterosos y los menospreciados por la sociedad. Una práctica misionera inclusiva que explica por qué escribas y fariseos criticaron a Jesús en distintos momentos, acusándolo de amigo de publicanos y pecadores (Lc 7.34; 15.1–2). La asociación de Jesús con personas subestimadas en su dignidad y excluidos de la sociedad explica también las razones por las que los representantes de la sociedad judía vieron en el ministerio del predicador galileo una permanente amenaza para sus intereses religiosos y sus aspiraciones políticas particulares.
Además, las reiteradas referencias a la sistemática oposición y conspiración de escribas y fariseos (Lc 6.7–11; 7.49; 11.53–54; 14.1–6; 19.47–48; 20.1–8, 19–40; 22.1–6; 23.1–25), dan cuenta de la incomodidad que tenían los dirigentes judíos, frente al anuncio del reino de Dios, por parte de Jesús, que Lucas resalta en su evangelio (Lc 4.43; 6.20; 7.28; 8.1, 10; 9.2, 11, 27, 60, 62; 10.9, 11; 11.2, 20; 12.31–32; 13.18–20, 28–29; 14.15; 16.16; 17.20–21; 18.16–17, 24–25, 29; 21.31; 22.16–18, 29–30).
Sin embargo, más allá de ese ambiente de continuos desencuentros con los escribas y fariseos, Lucas nos presenta a un Jesús que se sienta a la mesa con los odiados publicanos e invita a uno de ellos a ser su discípulo, que se contacta con los leprosos considerados como impuros, y que tiene entre sus seguidores a varias mujeres. Como lo ha señalado Donald Senior:
Aunque Jesús […] ejerce su ministerio dentro de Israel, el estilo de dicho ministerio conserva el potencial ilimitado anunciado en Nazaret. Jesús ofrece su amistad y se sienta a la mesa con recaudadores de impuestos y con pecadores […]. Más que ningún otro evangelista, San Lucas acentúa la asociación y trato de Jesús con las mujeres, derribando así —para asombro de todos— una barrera social y religiosa impuesta por la sociedad patriarcal de sus días. El Jesús lucano está abierto a los que oficialmente quedan al margen, como el centurión gentil […] y los samaritanos […]. Jesús se llega a los leprosos […] y la solicitud por los pobres es tema constante de su predicación… (Senior 1985: 354)
Lucas resalta también insistentemente la misión liberadora de Jesús en el día de reposo (Lc 4.31–37; 6.6–11; 13.10–17; 14.1–6). Una práctica misionera inusual que provocó en más de una ocasión la airada reacción de escribas y fariseos que comenzaron a buscar motivos para matar a Jesús. El pasaje de la sanidad del hombre de la mano seca es sumamente paradigmático:
Aconteció también en otro día de reposo, que él entró en la sinagoga y enseñaba; y estaba allí un hombre que tenía seca la mano derecha. Y le acechaban los escribas y los fariseos, para ver si en el día de reposo lo sanaría, a fin de hallar de qué acusarle […]. Y ellos se llenaron de furor; y hablaban entre sí qué podrían hacer contra Jesús. (Lc 6.6–7, 11)
En los textos bíblicos en los que se registra las controversias respecto al día de reposo, se contrasta la diferencia entre la comprensión que Jesús tenía sobre el significado de ese día con la miopía teológica de escribas y fariseos que limitaban el amor de Dios a seis días de la semana. Las palabras del principal de la sinagoga en la que Jesús sanó a una mujer que por dieciocho años anduvo encorvada, ilustra ampliamente la perspectiva teológica que escribas y fariseos tenían sobre este punto: Seis días hay en que se debe trabajar; en estos, pues, venid y sed sanados, y no en día de reposo (Lc 13.14).
A diferencia de este representante de la religión establecida, para Jesús, el sábado era día de afirmación de la vida y de valoración de la dignidad humana: Os preguntaré una cosa: ¿Es lícito en día de reposo hacer bien, o hacer mal? ¿Salvar la vida, o quitarla? (Lc 6.9). Desde la perspectiva de Jesús, el día de reposo era también un tiempo legítimo para desatar las ligaduras de opresión: Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo? (Lc 13.16). La relevancia de este pasaje descansa en las preguntas formuladas por Jesús que denunciaban tanto los valores de una sociedad que había colocado sus prejuicios religiosos y sus prácticas culturales por encima del valor de la vida humana como la falta de misericordia de los religiosos que a sí mismos se consideraban como personas piadosas.
Varias de las historias registradas por Lucas en su evangelio se pueden analizar con la intención de hilvanar los ejes teológicos y los desafíos éticos que se presentan como temas constantes en la relación de Jesús con los pobres y los marginados de su tiempo. El relato del llamamiento de Mateo es una de ellas (Lc 5.27–32). En este pasaje, la conexión entre salir y ver es particularmente valiosa. Cuando Jesús salió a caminar por el mar vio a Mateo inmerso en su trabajo cotidiano, es decir, Jesús no encontró a Mateo fuera de su ambiente laboral habitual. La invitación a seguirle ocurrió en el marco de su espacio marginal: sentado al banco de los tributos públicos (Lc 5.27).
De allí se deriva una lección concreta. Para ver y conocer, para descubrir el mundo de los marginados y los excluidos, tenemos que salir de nuestros estrechos marcos teológicos y culturales limitados y limitantes. Debemos cruzar las barreras que nos impiden sumergirnos en el mundo de los pobres y los excluidos por el sistema predominante y tenemos que insertarnos visiblemente en los espacios sociales críticos. Las palabras no son suficientes.