Filósofos de paseo. Ramón del Castillo
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Como otros filósofos, Kierkegaard nunca estuvo inmerso en la sociedad, pero tampoco tan alejado de ella como un ermitaño. El paseo le proporcionaba placer y diversión, y sobre todo cierta cura contra su propio aislamiento. Como dice Solnit, los filósofos excéntricos están en el mundo, pero no pertenecen a él, y se vuelcan en “caminar como un medio de modular su alienación, una alienación que constituía un fenómeno nuevo en la historia intelectual”32 y que duró muchísimo tiempo, podríamos añadir, por lo menos hasta la época del existencialismo. Aunque pasear le diera energía para escribir, moverse no le proporcionó a Kierkegaard la serenidad que anhelaba, ni le dio sentido a su vida desatinada, todavía más absurda cuando dejó de pasear por miedo a las mofas que sufría en público. Ese es el problema de tantos observadores de la vida social: se vuelven paranoicos cuando ellos mismos se convierten en objeto de la mirada pública, o sea, cuando el mirón se convierte en mirado. Puede que el estilo de Kierkegaard, disperso, digresivo, autobiográfico, fragmentario, etcétera, deba muchísimo a su actividad como paseante. Puede que el filósofo que camina sea más propenso a un pensamiento menos sistemático y más rapsódico, menos riguroso, pero más evocador. Quizá los pensadores caminantes sean los que acabaron tiñendo la filosofía con tonos literarios, para escándalo de muchos puristas. Quizá, como sugiere Coverley, la filosofía tradicional y el andar siempre hayan estado muy reñidos.
1 T. W. Adorno, Minima Moralia, J. Chamorro Mielke (trad.), Madrid, Taurus, 1987, p. 46.
2 Véase de nuevo el desfile de filósofos en: R. Bodei, Paisajes sublimes. El hombre ante la naturaleza salvaje, Madrid, Siruela, 2011.
3 Solnit, Wanderlust, op. cit., p. 184.
4 Ibíd., p. 180.
5 Ibíd., pp. 184-185.
6 Elogio del caminar, op. cit., p. 56. Véase también su libro El silencio, Madrid, Sequitur, 2009.
7 Véase “Recorridos y paseos de papel” de F. Silvestre, en K. G. Schelle, El arte de pasear, Madrid, Díaz & Pons, 2013, pp. 179-180. Hirschfeld publicó su teoría del arte del jardín en cinco volúmenes entre 1779 y 1785. El paisajismo Mittelweg fue desarrollado décadas después por filósofos de Leipzig que tradujeron las ideas de Hirschfeld a un lenguaje más kantiano; Heydennrecih (1764-1801) fue el más importante. Sobre la relación entre paisajismo y paseo Silvestre cita un trabajo de Linda Parshall: “Motion and Emotion in C. C. L. Hirschfeld’s Theory of Garden Art”, en M. Conan (ed.), Landscape and Design and the Experience of Motion, Washington D.C., Dumbarton Oaks Research, Library and Collection, 2002. Merece la pena otro trabajo previo de la misma autora: “C. C. L. Hirschefleds Concept of the Garden in the German Enlightement”, Journal of Garden History, n.º 13, 1993. Lee tiene en cuenta las ideas de Parschall, pero también las de numerosos estudios sobre la época. Es también mucho más histórico y exhaustivo que otro de Diane Morgan (Kant for Architects, Nueva York, Routledge, 2018) que puede resultar útil como introducción, pero que se va por las ramas y que, incomprensiblemente, ignora el propio estudio de Lee de 2013.
8 H. Heine, libro tercero de Sobre la historia de la religión y la filosofía en Alemania, S. Ribka (trad.), Madrid, Akal, 2016, p. 196. Hay también una traducción previa de Manuel Sacristán que se reeditó acompañada de su excelente texto “Heine. La consciencia vencida” (Madrid, Taurus, 2025). También hay ediciones de Juan Carlos Velasco basadas en la versión (revisada) de Sacristán en Alianza, en 2008 y 2010.
9 Lee, The German “Mittelweg”. Garden Theory and Philosophy in the Time of Kant, Londres, Routledge, 2007, p. 262. Llamativamente, poco antes de decir esto, Kant se interesa por métodos que puedan compensar los estados de hipocondría y melancolía, afecciones típicas de la psique académica. Según pensadores de su época como Grohmann (1769-1847), hubo que esperar a Fichte para que el pensamiento y el movimiento se unieran. El método de Fichte es al de Kant, dijo Grohmann, lo que un hombre que estudia las leyes de su propio movimiento mientras se mueve y a través de su movimiento es a un hombre que desea comprender el movimiento y la velocidad abstrayéndose antes de las huellas que deja tras de sí (citado por Lee, ibíd., p. 216). Visto así, Fichte fue quien realmente se atrevió a comprender la acción pura de la razón, observando su ley original sin mediación, sin pasar a través de ningún camino medio (Mittelweg). Kant, en cambio, aun habría creído que el pensamiento puede volver sobre sus propios pasos y comprenderse sin tener en cuenta su propio movimiento. Hay que recordar que Mittelweg (‘camino medio’), el término que se aplica al jardín alemán de estilo inglés, es el mismo que Kant usó para describir su propio método.
10 Según Heydenreich, explica Lee, el paisaje se construye como una “sucesión de escenas”, pero como estas se experimentan sucesivamente, no hay disponible a la intuición una unidad que gobierne la composición como un todo. La totalidad solo se construye imaginativamente.
11 Entre ellos, que las publicaciones con ilustraciones de paisajes dejaran de ser grandes volúmenes para ser leídos en interiores y se convirtieran en pequeñas estampas de libritos que se portaban y leían a modo de guías durante los paseos (ibíd., p. 210).
12 Solo dos aclaraciones importantes: el ejemplo que Kant usó para explicar lo que era la belleza libre: la belleza de las flores, justamente porque se valora sobre su pura forma, independientemente de cualquier otro propósito o interés humano. Lo irónico, sin embargo, es el tipo de flor que Kant usó como ejemplo. No una flor silvestre, sino un tulipán, o sea, una de las flores más cultivadas y ligadas a tradiciones que hay. Irónicamente, la flor que elije Kant es una de las más elaboradas por el hombre, y una de las que más se asocia con el arte de la perfección. Kant dijo que la razón juzga la belleza natural de acuerdo a la analogía con el arte, pero en este caso el objeto natural es él mismo producto de un arte, es una forma orgánica altamente modificada, es otro artificio artístico. El tulipán no se parece fortuitamente al producto artístico, sino que su propia forma ya ha sido transformada para satisfacer el gusto estético. Encarna una belleza natural porque supera lo que la propia naturaleza puede producir por sí misma. La belleza natural, dice Lee, “solo puede ser constituida en su forma a través del cultivo, o sea, recurriendo a un suplemento ‘artificial’” (Lee, ibíd., p. 205). Las observaciones de Kant sobre la relación entre jardines y pintura pueden leerse en La crítica del juicio.
13 Schelle, El arte de pasear, op. cit., p. 48.