Stalin & Bianca. Iacopo Barison

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pero no se desanima. Ahora la mujer vive en otro hemisferio y él, a veces, trata de llamarla por teléfono pero está lo del huso horario y ella no contesta nunca. Cuando la llama, en el otro lado es muy tarde en la noche.

      —Es preocupante, y también triste y amoroso. ¿Vas a seguir respondiéndole?

      —Solo quería un consejo. Vendemos tarjetas de inventario, así que le expliqué cómo funcionan.

      —Ah, ya.

      Paso la mañana viendo videos. En el portátil conservo las mejores grabaciones de video y los estudio y me empeño en editarlos: una pelea en mi barrio, el sol, un indigente que mira a la cámara, el cadáver de la zarigüeya, los labios de Bianca que dicen: “Aguanta, puedes lograrlo”.

      Ayer, al amanecer, percibí una emergencia inframuscular, una alarma silenciosa que me sugería irme de aquí, abandonar estos edificios y huir de mi vida.

      Voy a la cocina, encuadro a mi mamá sentada a la mesa. Mira por la ventana hacia afuera y se dedica al panorama. Afuera no hay nada sino nieve. Toma un sorbo de agua y se voltea y pone la botella de vidrio en la mesa. Me mira y entrecierra los ojos:

      —Umm, acércate.

      Lo hago, mientras vuelvo a pensar en Jean y en su hijo y en la carta noruega, la última que llegó, en la que admite que no tiene ningún trabajo y que vive en una fábrica abandonada, en lo que queda de un tren de carga.

      —¿Te cortaste el pelo?

      —Sí.

      —Estabas mejor antes. Con el pelo corto, no sé, tienes un aire malvado.

      Por alguna razón, mi mamá había discutido con el exrumbero, y quiere estar sola un rato. Sentada en la cocina, toma sorbos de agua y ve la nieve derretirse o congelarse, depende de los rayos del sol. Cuando pelea, casi siempre es por mis horarios y mi estilo de vida: él cultiva una educación mezquina, arisca e impostergable, y con frecuencia tiene la transigencia de un papa del siglo XV, eternamente anclado a su concepto de verdad. En cambio, mi mamá siempre me defiende, porque mi mamá me quiere. Son cuestiones complejas de las que podríamos hablar largamente.

      Ayer, al amanecer, me di cuenta de la alarma y volé a la casa para recoger las tabletas plateadas y cerrar los ojos y tragar una pastilla. No serán propiamente de dinero, claro, pero el color es parecido. El marido de mi mamá está afuera, así que me divierto montando los videos y estructurando los datos y los esquemas de la civilización. Me detengo en los detalles arquitectónicos, en los rostros persas, en las lápidas sin flores. Después pienso en la torta y en la tajada que faltaba. A toda costa quisiera hacérsela pagar. Debería calmarme y tomar otra pastilla.

      Salgo de la casa, organizo mi día: tengo turno en la multisala de cine, pero hoy empiezo más tarde, una cuestión de equilibrio interno, así que le dedicaré la tarde a Bianca. Algo que nos encanta hacer, cuando podemos costearlo, es ir al centro y comer algo e ir al único teatro que queda, un sitio pasado de moda en el cual nos sentimos como en casa. Hoy, por ejemplo, presentan Un tranvía llamado deseo, y quisiera ir y encontrar buenos puestos. Sentarnos en platea, ella con los auriculares para los discapacitados visuales y yo con la mirada pegada al palco, esperando la escena en la cual Stella llora y se da cuenta de que ama a Stanley. De hecho, debería apresurar el trabajo nuevo: este fajo de billetes y el recorrido que debe cumplir, en el mercado de los alcohólicos y de la sobredosis de grupo.

      Por las calles vacías miro los edificios y las variaciones alrededor del tema. En el barrio, confieso, me siento protegido, con todo el cemento y la paleta de grises y la farsa de normas de construcción. En este instante estoy seguro de que los problemas, cualesquiera que sean, tienen un lado universal y perpetuo. En todas partes nos esforzamos por salir adelante y luchamos y creemos merecer algo mejor. El planeta tiene autoconmiseración de sí mismo, y yo me pregunto si los problemas y los conflictos se resolverán a tiempo, antes del fin del mundo.

      Bianca me invita a subir, porque sus papás se fueron de viaje de nuevo. Estarán fuera un par de días, confiando en la autonomía que la hija ha desarrollado con los años, gracias a una red de sacrificios y una intuición y perspicacia fuera de lo común.

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