Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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Calculaba Chouteau en el decenio de 1880 que en Coquimbo las minas destruidas por el disfrute pasaban del 30 por ciento, y que esas eran a su juicio las más ricas. Y la explicación que daba acerca del origen de esa práctica parece muy razonable:
El minero que no tiene recursos y que se ve obligado a trabajar su mina para que no caiga en despueble, tiene que sacar el mineral que hay a la vista, aunque para ello sea preciso comprometer la seguridad y conservación de la mina. Persiguiendo este objeto no deja puentes, macizos ni estribos, y el resultado de este pernicioso sistema de trabajo es que al cabo de cierto tiempo las minas vienen a quedar enteramente inutilizadas y en tal condición que el rehabilitarlas demandaría un empleo de capitales cuyo reembolso sería imposible277.
La carencia de personas con adecuada formación técnica solo comenzó a enfrentarse en 1838, cuando Ignacio Domeyko inició sus clases de química, geología y mineralogía en el liceo de La Serena. Dos años después, había 14 profesionales mineros. A partir de 1850 la Junta de Minería de Copiapó aprobó la proposición de Domingo Vega de crear, a expensas de dicho organismo, un colegio mineralógico. Ya en 1851 estaba en construcción el edificio para el establecimiento y se había solicitado al gobierno la dictación de una ley que estableciera un pequeño tributo sobre la producción metálica a fin de financiar su actividad. Pero debió esperarse hasta 1857 para que se hiciera realidad el proyecto. El ingeniero Paulino del Barrio fue el encargado de la organización del Colegio de Minería, que formaba mayordomos de minas. En 1861 dirigía el establecimiento el ingeniero José Antonio Carvajal, distinguido discípulo de Domeyko, pero en 1864 fue transformado, por acuerdo del Consejo de la Universidad de Chile, en liceo. Los cursos de minería pasaron a formar parte de la sección superior de aquel, y en 1875 el establecimiento fue autorizado para otorgar el título de ingeniero de minas278.
LA PRIMACÍA DEL ESFUERZO FÍSICO
Del trabajo mismo de los mineros de Chañarcillo dejó Domeyko una interesante descripción. Pasada la medianoche, unas explosiones en el interior de las minas indicaban la iniciación de las labores de los barreteros, quienes, “con camisas negras y rosarios sobre el pecho”, abrían hoyos en las rocas con cuñas, barrenos y barretas, los rellenaban con pólvora y hacían estallar las cargas279. A continuación, el barretero debía desmenuzar el material con un combo o un martillo. Un ejemplo de la poca disposición de los mineros a introducir innovaciones en sus trabajos fue el uso de la pólvora por los barreteros durante gran parte del siglo, por su negativa a servirse de la dinamita, no obstante que esta se conoció en Chile en el decenio de 1860. Al amanecer emergían los barreteros del socavón y tomaban su lugar los apires —el nombre provenía del apire peruano—, quienes, “semidesnudos, cobrizos, ceñidos con fajas negras, con delantales de cuero atrás, gorras rojas y zapatos de piel amarilla, con capachos a la espalda”, bajaban a la mina, encendiendo previamente una vela de sebo puesta en el extremo de un palo hendido. Media hora después se “oyen sus tristes y prolongadas voces y se ve cómo, agachados bajo el peso de los capachos repletos de piedras, salen unos tras otros, exhaustos, sudorosos, con el aspecto languideciente”. Los apires, apenas llegaban a la superficie, tras subir por las escaleras de patilla, maderos con reducidas incisiones hechas con hacha, en “que no cabe ni la mitad del pie”, arrojaban la carga de 60 a 80 kilos del capacho o cutama en la cancha, explanada generalmente cubierta de piedras lisas o lajas donde se depositaba el mineral, para volver a bajar a la mina y repetir el trabajo de 12 a 20 veces por día hasta transportar todo el mineral extraído por los barreteros. A cada barretero le correspondía un apir, o dos en caso de ser la mina muy profunda o el mineral no demasiado duro280. Años antes, Darwin había sido testigo, en una mina en Panulcillo, de la labor desarrollada por los apires, “verdaderas bestias de carga” que, con más de 90 kilos de peso en los capachos, llevaban lo extraído a una altura de 90 metros. El naturalista inglés comprobó que diariamente los apires subían 12 cargas: “Me sentía trastornado cuando veía en qué estado llegaban los apires a lo alto de los piques: el cuerpo doblado en dos, los brazos apoyados en las entalladuras, las piernas arqueadas, todos sus músculos relajados, el sudor corriendo a chorros por su frente y pecho, dilatadas las narices, las comisuras de la boca contraídas y la respiración anhelante”281. Solo hacia 1855 comenzaron a aparecer los tornos y los malacates de sangre; las primeras máquinas de vapor para subir los minerales fueron instaladas en Caracoles en 1872282.
El material acumulado en las canchas era sometido al pallaqueo, término también procedente del Perú y dado a la selección a mano de la mena por los canchamineros, peones de gran experiencia y conocimiento de la calidad de los minerales283. Para ello debían reducir el tamaño del material, labor que hacían con combos y martillos, después de lo cual procedían a separarlos según su calidad: el pinte, de alto contenido de metal; el repinte, de menor contenido, y el rechanque, que era de inferior calidad o bien era estéril y, en consecuencia, desechable284. Este se arrojaba en las proximidades de la bocamina formando grandes montones o tortas, y era sometido a otro pallaqueo para recuperar el mineral que todavía era susceptible de procesamiento.
Los intentos para determinar la población minera activa son de dudosos resultados por las limitaciones de las fuentes. Con todo, los datos obtenidos por Pierre Vayssiere permiten al menos hacerse una idea muy general acerca de su magnitud. Estimó el historiador francés en poco más de 21 mil personas el total de los mineros en 1854, cuando el total de las profesiones masculinas en ese año sumaban 303 mil personas. Para 1865 calculó el número de mineros en 24 mil y el total de trabajadores hombres en 461 mil. En ambos casos el porcentaje es inferior al seis por ciento. Para el Norte Chico sus cálculos le dieron 16 mil mineros en 1854 sobre un total de trabajadores hombres de 75 mil individuos, es decir, algo más de 20 por ciento285.
Tal vez de mayor interés son las estimaciones sobre la estructura de costos en las minas. Según Domeyko, los gastos variables constituidos por los salarios y las provisiones constituían en 1842 el 92 por ciento de los gastos totales de las minas de Chañarcillo, en tanto que apenas el ocho por ciento estaba destinado al equipamiento y a los gastos de administración. Vayssiere, por su parte, calculó para las minas de plata en el periodo 1840-1841 en siete por ciento los costos fijos, en 67 por ciento los salarios, en 16 por ciento las provisiones y en 10 por ciento el transporte. Para periodos posteriores, 1842-1844, 1855-1856 y 1870-1893, en esas cifras se observan variaciones marcadas en materia de transporte, pero se mantiene el gasto en salarios por sobre el 50 por ciento, salvo en el periodo 1870-1893, en que llega a 47,7 por ciento286. Sin perjuicio de aceptar la fragilidad de tales cálculos, ellos muestran que la mitad o las dos terceras partes de los gastos de las minas estaban destinados al pago de la mano de obra.
En esta minería tan arcaica y escasamente tecnificada, en que predominaba el esfuerzo físico, se desarrollaron prácticas de muy difícil eliminación, como la cangalla, es decir, el robo de minerales de alta ley, muy común en la plata. Fue frecuente también la dobla, el regalo que el dueño de una mina le hacía a una persona y que consistía en la autorización dada a esta para extraer en su beneficio, con las cuadrillas de operarios que