Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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Hubo en Chile empresas que intentaron el lavado por medio de la presión hidráulica, como fue el caso de la compañía La Ligua Mining Company, tras la cual estaba el empresario norteamericano John Flager, y que inició sus actividades en 1877 para tratar los cascajos auríferos de Catapilco344. El sistema pretendía llegar a placeres sepultados por gruesas capas de sedimentos, mas la reducida ley de oro de dichos cascajos hizo fracasar la operación.
Son pobres, por limitaciones metodológicas —al fácil contrabando del metal se debe agregar que del extraído en Punta Arenas no se llevaba una cuenta oficial, por haber libertad aduanera en la colonia—, las estimaciones sobre la producción aurífera durante el siglo XIX. La información estadística más confiable comienza en 1860, pero es útil para mostrar la decadencia de la minería del oro. Así, desde 1860 hasta 1881, límite temporal de este volumen, las producciones más elevadas correspondieron a los años 1862, con 53,2 kilos y 1876, con 52,2 kilos. Y para 1870 se anotan 300 gramos. Entre estos extremos, pues, osciló la producción de oro en Chile. Parece inútil recordar que, por la misma naturaleza de la actividad, la cantidad total de oro extraído no pudo ser recogida por las estadísticas oficiales345.
LA MINERÍA DE LA PLATA
Durante el siglo XIX la plata fue, por la increíble magnitud de los hallazgos, el factor que opacó a otras actividades más tradicionales y menos espectaculares, pero más importantes por su continuidad, como la agricultura y la minería del cobre. El principio que aparentemente guió la actividad de los mineros chilenos fue la rápida obtención de grandes utilidades con el empleo de reducidas inversiones. Los efectos que la plata produjo en la economía y en la sociabilidad chilenas debieran considerarse probablemente como los más inmediatos y profundos experimentados por la república durante el siglo XIX. En efecto, una sociedad extraordinariamente pobre, dañada por las luchas de la emancipación y por el dificultoso propósito de organizar institucionalmente al país en una forma diferente a la que había conocido por casi tres siglos, con las finanzas públicas cargadas con gravámenes inmanejables y con agudas tensiones políticas, se encontró de pronto ante un escenario que estimuló el optimismo colectivo.
Arqueros, yacimiento descubierto en agosto de 1825, en una quebrada de la hacienda Marquesa, en el valle de Elqui, produjo, como era lo habitual en esos casos, una verdadera estampida humana, y la ciudad de La Serena quedó vacía de sus habitantes hábiles para el trabajo a los pocos días de saberse del hallazgo346. El yacimiento comenzó a ser trabajado en las pertenencias Descubridora, de Francisco Bascuñán, y Mercedes, de Juan de Dios y Francisco Carmona, Juan Francisco Cifuentes y Ramón Subercaseaux Mercado. Como cabía esperar, las labores se hicieron con “el sencillo, pero poco económico sistema de chiflones y cortadas sin orden ni plan de ningún género”347. A la derecha de la Descubridora hizo un denuncio el minero Mariano Ariztía, junto al general Francisco Antonio Pinto348. También, entre muchos otros, tuvieron intereses en Arqueros Pedro Nolasco Valdés, José Monreal, José Antonio Subercaseaux Mercado, Manuel Garmendia, Pablo Argandoña y tardíamente, a partir de 1855, José Tomás de Urmeneta349.
Buena parte del mineral extraído era una amalgama de plata y mercurio, denominado arquerita por Domeyko350, a la que se agregaba la plata blanca y la plata córnea. Se calculaba que, en menos de 10 años, Arqueros había producido 25 millones de pesos. No extraña que, por decreto de 17 de septiembre de 1827, el gobierno decidiera establecer en La Serena una casa de amonedación. Ella se instaló en uno de los claustros del convento de San Francisco que, en 1824, tras la abolición de las temporalidades, pasó al Estado, siendo devuelto a la orden en 1858351. Aunque se nombró intendente de la ceca de La Serena al destacado empresario Gregorio Cordovez y se llevó la maquinaria necesaria, se acuñaron muy pocas monedas, y en 1830 dejó de funcionar. Con seguridad el fracaso de la iniciativa obedeció a la desaparición de la plata piña del mercado, comprada a mejor precio por los comerciantes ingleses352. En mayo de 1845 las máquinas, que estaban depositadas en el convento de San Francisco, fueron remitidas a Valparaíso353. En 1834 el presidente Joaquín Prieto afirmaba que era tal la magnitud de la producción de pastas de plata que los laboratorios eran insuficientes para responder al beneficio “de los ricos y abundantes productos metálicos de la provincia de Coquimbo”354.
La naturaleza espectacular de los hallazgos contribuyó a la fama de Arqueros. Lafond de Lurcy aseguró haber visto en La Serena un bolón de plata pura de ocho arrobas, es decir, 92 kilos, y durante algún tiempo en los yacimientos se cortó la plata con cincel cerca de la superficie355. Numerosos descubrimientos se fueron haciendo más adelante, algunos a distancias bastante grandes, como la mina de Rodeíto, a 10 kilómetros de Arqueros356. Tal vez lo más notable de este mineral fue que hasta 1881, el término del periodo estudiado en este libro, se seguía explotando.
Nuevos hallazgos se hicieron en los decenios de 1870 y 1880. Manuel Aracena, discípulo de Domeyko, encontró en 1871, en unos antiguos desmontes en Condoriaco, muestras de telururo de plata, lo que llevó a labores de cateo y al descubrimiento de numerosos minerales. El yacimiento estaba situado en la quebrada de Marquesa, y se calculaba en 1887 que la placilla de Condoriaco tenía alrededor de mil habitantes357. En Quitana, por último, a 15 kilómetros al norte de Arqueros, Santos Alcayaga y Carlos Cood descubrieron ricos minerales de plata en 1882358.
El sorprendente auge del mineral de Arqueros constituyó un eficaz estímulo al cateo, que se tradujo en múltiples exploraciones que se realizaron en Coquimbo y también en Atacama, por entonces y hasta la ley de 31 de octubre de 1843, un departamento de dicha provincia. En esa zona muchas expediciones de cateo fueron financiadas por empresarios como Eugenio y Manuel de Matta, Miguel Gallo, Juan José de Echeverría, Raphael Esbri, ensayador de la Chilean Mining Association, y Francisco Ignacio y Ramón de Ossa Mercado. En el mundo de los cateadores de Atacama, destacó por esa época Diego de Almeida, cuyas exploraciones lo llevaron a los sectores septentrionales del desierto.
Atacama había exhibido su potencial argentífero desde el siglo XVIII, y en 1811 el descubrimiento de un gran mineral de plata en la serranía de Agua Amarga, al suroeste de San Félix, en la margen izquierda del río del Carmen, afluente del Huasco, fue una clara confirmación de la riqueza minera de la zona. Es fama que dicho mineral ayudó a financiar las campañas militares de la emancipación. Al sur del yacimiento indicado, un nuevo descubrimiento dio origen a la explotación del mineral de Tunas. En las más de 150 minas que se trabajaron en Agua Amarga sobresalieron las labores de Francisco Martínez, Miguel de Zavala, José Antonio Zavala y Gregorio Aracena. Pero ya hacia 1822 había comenzado el broceo de algunas de ellas. Nicolás Naranjo, gracias al alcance hallado en 1876, le dio nueva vida a su mina Domeyko359. Según Riso Patrón, todavía en 1881 había labores en Agua Amarga360. Más al norte, en Copiapó, se produjeron a partir de 1826 sucesivos descubrimientos: Ladrillos, el Checo, El Romero, el Sauce, Agua Amarilla y San Antonio, mineral cuyos principales dueños fueron Diego Carvallo y Matta361, Eugenio de Matta y el colombiano Bernardino Codecido362.
El 19 de mayo de 1832 comparecieron ante el escribano de Copiapó los hermanos Juan y José Godoy, y el conocido minero y fundidor de cobre Miguel