Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola

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Historia de la República de Chile - Juan Eduardo Vargas Cariola Historia de la República de Chile

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como el Ramoso (1846-1847), el Checo Grande (1847) y el más famoso por su prodigiosa riqueza, Tres Puntas (1848). Comenzado a explotar por Vicente y Juan Garín y Apolinario Soto, originó un desplazamiento similar al que en su momento indujo Chañarcillo, y ya en 1853 la placilla tenía cuatro mil habitantes. Así la describió Paul Treutler, quien tuvo intereses mineros en dicho lugar, texto que conviene reproducir:

      Consistía en unas 80 chozas, construidas con tablas y cortezas de palmera. Si la plaza era desaseada, las calles lo eran mucho más. El pie se hundía en la arena hasta el tobillo, y por todas partes habían botado grandes cantidades de harapos […]. Al examinarlos desde cerca, advertí que se trataba solo de ropa sucia, pues como una camisa nueva de algodón costaba seis reales y había que pagar un peso para lavarla, debido al elevado precio del agua, era costumbre general tirar a la calle toda la ropa sucia y mudarla por nueva. Nadie se preocupaba del aseo de las calles. Como también la madera era muy cara, se empleaban los cráneos de los vacunos, con sus cuernos, para cercar los sitios, colocándolos unos encima de otros. Los carniceros suministraban diariamente más cráneos y el resultado no solo era repugnante de ver, sino que las exhalaciones apestaban también la atmósfera muy desagradablemente. Como en Copiapó, todas las viviendas estaban blanqueadas. […]. Por lo que respecta a mujeres, vivían en la placilla más de cien muchachas de vida alegre, que habían afluido desde el resto del país a este Eldorado, sino también desde las repúblicas vecinas. La parte principal de los edificios eran locales de venta de toda clase, donde se ofrecía vestuario, alimentos, herramientas mineras, etc. Otras casas eran chinganas y garitos, y muchas estaban ocupadas por prostitutas. Los mineros vivían todos en sus minas, y solo acudían a la placilla el día sábado, cuando inundaban verdaderamente el lugar, donde permanecían hasta el domingo en la tarde, derrochando el dinero que ganaban con tanto esfuerzo378.

      La descripción de la placilla de Tres Puntas bien puede aplicarse a las de otros centros mineros, y en todas ellas destaca, junto a la precariedad de las instalaciones, la existencia de pulperías, bodegones y bodegas, la gran cantidad de mujeres y la vigilancia de patrullas de soldados para evitar tumultos y alborotos379.

      Por 1852, según Treutler, las dos descubridoras de Tres Puntas, las minas Buena Esperanza y la Al Fin Hallada, daban una utilidad neta de un millón de pesos anuales cada una. En la cancha de la mina La Salvadora el viajero alemán vio “bloques de plata casi pura y peso de 3 a 4 quintales”380. Anotó Pedro Lucio Cuadra que en 1868 se trabajaban 160 minas de plata, con 31 piques con tornos y mil 724 operarios381. Estas se habían reducido en 1870 a 62, la principal de las cuales, la Buena Esperanza, de Felipe Santiago Matta, empleaba a 308 operarios382. Todavía en 1875, Tres Puntas exhibía una producción de más de tres toneladas y media de plata fina383. A unos 10 kilómetros al noreste de la estación ferroviaria de Tres Puntas, del ferrocarril a Copiapó, se explotó el yacimiento de plata de Lomas Bayas, cuyas principales minas fueron poseídas por Felipe Santiago Matta, Telésforo Espiga y Emilio Escobar384.

      La progresiva decadencia de la minería de la plata fue un fenómeno ya perceptible al comenzar el decenio de 1850. Un elenco de empresarios dedicados a esa actividad en 1853 muestra que solo tres de ellos —Blas Ossa Varas, Nicolás Vega y la testamentaría de Miguel Gallo— empleaban a más de 300 operarios; que dos —Matías Cousiño y Bernardino Codecido— empleaban sobre 200 y que cuatro tenían sobre 100; 49, entre 99 y 20; 50 entre 19 y 10 operarios, y 111 entre nueve y uno385. Era visible que ya para entonces se estaba produciendo el desplazamiento de los empresarios hacia otros lugares y hacia otras actividades. El proceso no solo estuvo vinculado a las deficiencias en las operaciones mineras, sino también, y de manera muy estrecha, a las crisis económicas mundiales. Estas, producto de la interdependencia entre las naciones industrializadas o en vías de llegar a ese estado, se propagaron internacionalmente a gran velocidad. La crisis de 1857, originada en los Estados Unidos, repercutió con fuerza en Gran Bretaña, país que había sufrido una recesión en 1854, acentuada con el fin de la guerra de Crimea. El fenómeno se extendió a Francia y a Alemania. Como la mayor parte de la demanda por los metales y minerales chilenos provenía precisamente de lugares que estaban experimentado tan compleja situación económica, Chile fue también víctima de la crisis: el bajo precio de los metales obligó a dar término a las labores, lo que originó la cesantía de los mineros. Cuadros similares se reprodujeron en 1866 —crisis derivada de la Guerra de Secesión norteamericana— y en 1873, nacida del crac bursátil de Viena, que afectó con fuerza a Alemania y de allí se extendió a los Estados Unidos y generó en Inglaterra una depresión que se mantuvo hasta 1878386.

      Estos duros golpes a la actividad extractiva, que en Atacama contribuyeron a que su elite adoptara una actitud muy adversa hacia el gobierno y que participara activamente en 1859 en una revolución contra este, tuvieron también otra consecuencia: la ampliación de las exploraciones de cateo cada vez más hacia el norte. Algunas expediciones provenientes de Cobija habían descubierto guaneras en Mejillones y yacimientos de cobre en los cerros vecinos, de manera que entre 1855 y 1857 el gobierno boliviano concedió casi 90 pertenencias mineras, no obstante que en 1842 una ley aprobada por el Congreso chileno había declarado de propiedad nacional las guaneras existentes entre el puerto de Coquimbo y el morro de Mejillones, lo cual, como se explica en otra parte, originó una áspera controversia limítrofe que fue resuelta, y en forma muy aparente, en 1866. Como, además, se había confirmado la existencia de salitre en la región, el poblamiento del lugar adquirió gran velocidad, fundándose en enero de 1867 el puerto de Mejillones. Con la concesión otorgada por el gobierno de La Paz a los chilenos José Santos Ossa y Francisco Puelma para explotar el salitre en el Salar del Carmen, la caleta de la Chimba dio origen al pueblo de Antofagasta387. Todo lo anterior produjo un considerable desplazamiento de la mano de obra, principalmente desde Atacama y Coquimbo —aunque muchos migrantes provinieron también de la zona central—, hacia el litoral boliviano y también hacia el Perú.

      Los recién llegados no solo prestaron servicios en calidad de peones o empleados, sino que aprovecharon la oportunidad que se les presentaba para participar en labores de cateo. Fue el caso de un cajero de la casa Cerveró, de Valparaíso, José Díaz Gana, “de endeble pero simpática figura”, según Vicuña Mackenna, quien en 1852 se dirigió al norte, donde trabajó como administrador del ingenio de Pabellón, de la familia Mandiola, y más tarde con Henri Arnous de Rivière, un aventurero francés dedicado por esa época a la explotación del guano en Mejillones. Determinó entonces Díaz Gana iniciar la explotación de un mineral de cobre en Naguayán, para lo cual fue habilitado por la sociedad Watson y Meiggs. El 1 de diciembre de 1868 Díaz Gana y Arnous de Rivière formaron la sociedad en comandita Gana y Compañía, para “trabajar minas, comprar metales de todas clases y también establecer hornos de fundición”. El socio capitalista fue el francés y Díaz Gana transfirió a la empresa sus minas de Naguayán. Watson y Meiggs fueron designados representantes de la sociedad y encargados de manejar los fondos388. Habiéndose ausentado Arnous de Rivière de Chile, Díaz Gana, considerando uno de los derroteros más o menos fantasiosos tan característicos del mundo minero, organizó una expedición hacia un lugar situado al este de Sierra Gorda, a casi 200 kilómetros al oriente de Mejillones. Desde este último puerto salió en marzo de 1870 una expedición encabezada por José Ramón Méndez, natural de Arqueros y más conocido como “Cangalla” por su extraordinaria habilidad para robar minerales, la que el 24 de ese mes descubrió a unos 30 kilómetros al oriente de Sierra Gorda y a otros tantos al sur del cerro Limón Verde, en el lugar que después Díaz Gana bautizó como Caracoles —por los amonites existentes en el lugar—, los rodados provenientes de las más adelante célebres minas Flor del Desierto, Descubridora, San José y Buena Esperanza389. Una vez más, cientos de mineros, cateadores, peones y aventureros se lanzaron al desierto tras el espejismo de ricas vetas. Con el desplazamiento no solo quedaron despobladas las minas en laboreo en Atacama, sino la misma capital de la provincia, de manera que en Copiapó, según lo aseguraba el periódico El Copiapino, “solo quedan las personas cuyas ocupaciones les prohíben alejarse. Este pueblo por esta causa se ha convertido de bullicioso y alegre, en silencioso y triste”390. Al mismo tiempo en Copiapó y Caldera,

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