Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola

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Historia de la República de Chile - Juan Eduardo Vargas Cariola Historia de la República de Chile

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style="font-size:15px;">      851 BLDG, t. VIII, lib. XXIII, No 6, p. 66 y t. IX, lib. XXIV, No 14, pp. 27-28. Al respecto, véase los planteamientos compartidos por Eduardo Cavieres y César Ross, quienes sostienen que los bancos habrían ampliado y especializado la “lógica de actividades financieras desarrolladas por casas comerciales y particulares”. El principal motor de esta transformación habrían sido las necesidades de los sectores “vinculadas al comercio internacional”, quienes “comenzaron a demandar aún más especialización en las transacciones a distancia, así como fuentes de crédito más estables”. Véase César Ross, Poder, mercado y Estado, p. 44, y Eduardo Cavieres, “Estructura y funcionamiento de las sociedades comerciales de Valparaíso durante el siglo XIX (1820-1880)”, en Cuadernos de Historia, 4, Santiago, 1984, pp. 61-86.

      852 Ley, ordenanza, decretos, informes y otros documentos relativos a la Caja de Crédito Hipotecario, Imprenta Chilena, Santiago, 1860, p. VI, 1-2, 68 y anexo. Sobre el funcionamiento de la Caja, véase Arnold Bauer, “Expansión económica en una Sociedad Tradicional: Chile central en el siglo XIX”, Historia, 9, Santiago, 1970, pp. 191-196. Según César Ross, durante la década de 1860 y en general a lo largo del siglo XIX, “el tamaño de los bancos hipotecarios dentro del sistema bancario en su conjunto fue muy reducido”, César Ross, Poder, mercado y Estado, p. 47.

      853 N.O.S., Apuntes, p. 10 y Séptima memoria semestral leída en la Junta Jeneral de accionistas del banco de Chile, celebrada el 24 de octubre de 1863, Imprenta del Ferrocarril, Santiago, 1863.

      854 René Millar, op. cit., p. 90 y ss. Gabriel Salazar sostiene que la efervescencia generada por los conflictos civiles de la década de 1850 en Chile generó las condiciones propicias para la aplicación de la Ley de Bancos. Según Salazar, las guerras civiles de 1851 y 1859 habrían tenido un fuerte contenido regionalista, catalizando el descontento de sectores productivos provincianos hacia el monopolio del crédito ejercido por la elite mercantil santiaguina y porteña. Pese al triunfo gobiernista, el oficialismo se habría visto obligado a ceder en algunas de las demandas de los sectores descontentos. Así, el Estado habría aceptado “una formal Ley de Bancos (redactada por un extranjero) y la aparición de varios bancos de emisión”. Para Salazar, este fue “el inicio del fin del monopolio del crédito del patriciado: la tasa de interés se niveló, por largas décadas, en torno al 8%”. Cfr. Salazar Vergara, Mercaderes, empresarios, p. 559.

      855 El texto íntegro de la ley de 1860 en Ramón Santelices, Los Bancos Chilenos, pp. 123-130.

      856 Véase las opiniones del economista francés en Revista de Ciencias y Letras, Santiago, I, No 1, año 1, abril de 1857; J. G. Courcelle Seneuil, Traite théorique et práctique des operations de banque, Librarie de Guillaumin et C, Sixième édition. París, 1876, pp. 68-69, 102-105, 198-202 y 401. Sobre las teorías monetarias y las nociones bancarias predominantes en la época, véase Charles Rist, Historia de las doctrinas monetarias y del crédito desde John Law hasta nuestros días, Editorial América, México, 1945, p. 369, y David Glasner, Free Banking and Monetary Reform, Cambridge University Press, 1989, cap. 4. Para Luis Ortega, esta ley “marcó un importante punto de quiebre con relación a las políticas seguidas desde 1830”. A su juicio, fue tal vez “la más liberal de las medidas económicas adoptadas hasta 1879, en el sentido de que el papel del Estado, tan marcado en otros ámbitos de actividad, quedó reducido al de prestamista de último recurso (Lender of last resort)”. Cfr. Luis Ortega Martínez, Chile en ruta al capitalismo. Cambio, euforia y depresión. 1850-1880, Santiago, Lom, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2005, p. 369.

      857 Guillermo Subercaseaux, El sistema monetario, pp. 117-119.

SEGUNDA PARTE

      HACIA UNA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA CULTURA

      JACQUELINE DUSSAILLANT CHRISTIE

      Los gobiernos posteriores a la Independencia tuvieron la tarea de organizar la joven nación no solo en términos políticos y económicos, sino también culturales. Para ello se consideró primordial sentar las bases de una institucionalidad educativa que pudiera responder a la obligación de formar a los habitantes de la naciente república para los desafíos que traería el futuro. En dicha tarea fue especialmente relevante el aporte de algunos extranjeros, en su mayoría contratados por el gobierno, que contribuyeron a la instalación o a la consolidación de diversas escuelas y academias, instituciones mediante las cuales cultivaron y propiciaron, desde varias perspectivas y disciplinas, el estudio de la tierra que los acogió. Pese a que no llegaron a un campo completamente virgen en materia educacional —pues ya se habían fundado el Instituto Nacional, el Liceo de Chile, el Colegio de Santiago e, incluso, algunos establecimientos para la educación femenina—, faltaba mucho por hacer858. Ejemplos de la conciencia que existía acerca de que la cultura y la educación formaban parte importante de la vida de una sociedad recientemente independizada son la creación de un Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública (1837) y la redacción de la constitución de 1833, que afirmaba en su artículo 153 que “la educación pública es una atención preferente del Estado”859. Pronto ese espíritu modernizador y el esfuerzo organizativo de las autoridades se tradujeron en diversas acciones, entre ellas, la enseñanza formal de las artes (arquitectura, escultura y música), el desarrollo de estudios sobre la historia del país y la catalogación y conservación de la riqueza zoológica y botánica nacional.

      EL APORTE EXTRANJERO

      En una época en que Chile se conectaba con el exterior principalmente a través del mar, el hecho de que entre 1840 y 1870 el número de barcos que recalaron en puertos chilenos se incrementara más de 10 veces es un buen indicador de los cambios que se estaban produciendo por entonces en el país860. En dichas embarcaciones se transportaron maquinarias e insumos industriales, materiales para la construcción y objetos de lujo; pero también se trasladaron cartas y libros, vehículos preciosos de difusión y contacto entre ambos continentes, articulados de acuerdo con los diversos saberes que dominaban sus pasajeros. Esos contactos con el exterior fueron fundamentales para un Chile que estaba iniciando su vida republicana. Al igual que buena parte de la América recientemente independizada, el país necesitaba un modelo cultural diferente del recibido de la metrópoli, que para muchos influyentes miembros de la elite era una odiosa imposición que había durado largos siglos. Es cierto que a través del contrabando y a partir de la presencia borbónica en el trono español se había entreabierto una puerta por la que ingresaron modas, ideas y productos nuevos, en su mayoría de origen francés. Pero ahora dichas puertas se abrían de par en par, en especial tras la promulgación de la Ley de Aduanas, que en 1834 liberó del pago de derechos a numerosos artículos indispensables para el desarrollo de la agricultura, la minería, el cultivo de las ciencias y las artes. Se pretendía así sentar las bases para el desarrollo económico del país.

      El viejo continente también estaba experimentando un proceso de búsqueda, en este caso fuertemente alimentado por el romanticismo, que instaba a cruzar fronteras para explorar lo exótico, lo diferente. Por ello, la joven América se transformó en un campo de enorme curiosidad para viajeros con intereses comerciales, artísticos, científicos o, simplemente, turísticos. Todo esto, sumado a situaciones coyunturales —como el auge de los negocios mineros, el desarrollo del comercio de granos y harinas, la fiebre de oro en California y en Australia— hizo del puerto de Valparaíso un punto estratégico en el Pacífico. Hasta allí, por lo mismo, llegaron inmigrantes de diversos rincones del planeta, aunque mayoritariamente franceses, ingleses, alemanes e italianos. A partir de la promulgación de la ley de inmigración selectiva de 1845, algunos centenares de familias alemanas fueron llegando durante la década siguiente a la zona sur y formaron una de las colonias más laboriosas del país861. Aunque algunos de los extranjeros que pisaron

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