Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola

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Historia de la República de Chile - Juan Eduardo Vargas Cariola Historia de la República de Chile

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esta viceparroquia” El sucesor de aquel, un ex religioso mercedario nombrado por el obispo Solar, el padre José Izquierdo, informaba al obispo que “el ser vicepárroco en esta Colonia […] es hacer la obra más grande y meritoria”.

      El segundo asunto jurídico-canónico que debe abordarse es la erección de la prefectura apostólica de Magallanes. Carlos Oviedo Cavada subrayó que en las negociaciones de la misión Irarrázaval en Roma apareció constantemente el tema misionero, que era muy sensible para la Iglesia por las materias que comprendía, tales como la disposición de los misioneros y el financiamiento de las obras. A petición de Don Bosco y con recomendación del arzobispo de Buenos Aires, la Congregación de Propaganda Fide erigió el 16 de noviembre de 1883 un vicariato apostólico, cuya jurisdicción debía abrazar la Patagonia septentrional y la central, pertenecientes ambas a Argentina. Con fecha posterior fue nombrado para regir el expresado vicariato el salesiano Juan Cagliero.

      También el 16 de noviembre de 1883 la expresada congregación erigió, con letras comendaticias del vicario capitular de Ancud Rafael Molina, la prefectura apostólica de la Patagonia Meridional, que comprendió dentro de su jurisdicción, además de la Patagonia, el archipiélago de Tierra del Fuego y las islas Malvinas. El decreto de erección no determinó sus límites, por no estar aún bien explorada aquella región. La residencia del prefecto sería Punta Arenas. El 2 de diciembre de 1883 la congregación instituyó prefecto de la Patagonia Meridional al salesiano José Fagnano. Y en 1887 llegaron a Punta Arenas los primeros misioneros salesianos980.

      INCORPORACIÓN DE NUEVAS CONGREGACIONES RELIGIOSAS981

      El establecimiento en Chile de nuevas congregaciones fue de innegable importancia, tanto para la reforma eclesiástica como para la reorganización de la Iglesia. Variados efectos produjo ese proceso, que se expresaron desde la introducción de una eclesiología de signo contrarreformista hasta otras manifestaciones de espiritualidad, pasando por nuevos catecismos, por el establecimiento de la misión popular en la urbe y en el ámbito rural, y por la renovación del arte y de la arquitectura religiosa. En otros términos, las congregaciones extranjeras aportaron una concepción contemporánea de la vivencia y de la práctica pastoral de orientación europea. En el periodo examinado llegaron 12 congregaciones masculinas y 22 femeninas.

      Si se considera solo el gobierno del arzobispo Valdivieso, esto es, desde 1847 hasta 1878, se observa un incremento sostenido de nuevas congregaciones femeninas. Varias de ellas fundaron casas en las otras diócesis, lo que habla del carácter expansivo de estas fundaciones. Cabe anotar que entre las comunidades femeninas se cuentan ocho fundaciones chilenas en el siglo XIX, de las que hasta 1878 se habían constituido tres: Casa de María (1866), Compañía de María (1868) y Religiosas de San Francisco de Sales —Monasterio de la Visitación— (1873).

      Las principales congregaciones nuevas que arriban desde el extranjero hasta fines del siglo XIX fueron las Hermanas de los Sagrados Corazones de Jesús y María, las Hermanas de la Providencia, las Religiosas del Sagrado Corazón, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, las Hermanas del Buen Pastor y las Hermanas Terceras Misioneras Franciscanas.

      En cuanto a las principales congregaciones masculinas se ha de mencionar a los Capuchinos (1848), a los Lazaristas o Vicentinos (1854), a los Misioneros Claretianos (1870), a los Misioneros del Santísimo Redentor (1876) y a los Hermanos de las Escuelas Cristianas (1877). Hasta fines del siglo se incorporaron más de ocho congregaciones, y el clero superó las 500 personas, distribuidas en 182 sacerdotes, 174 diáconos y 178 subdiáconos.

      Las nuevas comunidades se concentraron en Santiago, siendo muy difícil para las otras diócesis atraer a congregaciones nuevas. Una excepción notable fueron los misioneros claretianos, quienes se expandieron hacia el norte y sur, llegando a La Serena en 1873.

      EL PASO DE UNA SOCIEDAD CONFESIONAL A OTRA ACONFESIONAL

      Como es sabido, la implantación de la iglesia en el continente se realizó por intermediación de la Corona española, situación que engendró un fenómeno muy peculiar: desde los comienzos de la evangelización hasta la iniciación de los procesos de independencia política la Sede Apostólica no tuvo una relación directa y fluida con las iglesias locales. Durante los 300 años que duró esta fase, la referida intermediación se expresó en un conjunto de facultades patronales otorgadas por la Sede Apostólica a la Corona. Estas facultades evolucionaron desde el concepto tradicional de patronato hacia un patronato ampliado, conocido en la literatura como vicariato regio, hasta instalar la fórmula jurídica del regalismo982.

      Este curso jurídico generó un conjunto de abusos en la práctica patronal, como el pase regio o exequatur para la documentación vaticana; la carta de ruego y encargo que seguía a la presentación de la Corona para un cargo episcopal, en cuya virtud el presentado tomaba el gobierno de la diócesis antes de que fuera nombrado por la Sede Apostólica, y el recurso de fuerza, que facultaba a un clérigo o religioso a apelar al tribunal civil de una decisión eclesiástica si se sentía menoscabado en sus derechos.

      El efecto más notable de este régimen fue la desvinculación jurídica de los obispos de la Sede Apostólica y de la Curia romana; esto, a su vez, repercutió en la carencia de información directa en Roma sobre el estado de las iglesias americanas.

      Al avanzar el movimiento emancipador los primeros problemas que surgieron dentro de la Iglesia fueron cómo conducir a comunidades acéfalas y cómo nombrar a los obispos; a continuación, cómo resguardar su patrimonio, cómo tomar la dirección de los seminarios y cómo impulsar la reforma eclesiástica. Pero los problemas que la Iglesia tenía hacia el exterior eran también de enorme envergadura. El más urgente era determinar la forma en que debía conducirse con los dirigentes de las nuevas naciones, quienes se movían hacia una independencia política con un ideario diferente, surgido de las revoluciones norteamericana y francesa. Este ideario subrayaba la separación de la Iglesia y del estado —que era el fin de la discriminación confesional—, impulsaba una sociedad de ciudadanos que nacían y vivían libres y eran iguales en el plano de los derechos —que era el fin de los privilegios civiles y eclesiásticos—, y buscaba un mejoramiento en la administración de la justicia —lo que suponía una abrogación de las inmunidades—.

      Dentro de ese nuevo marco la Sede Apostólica debía construir, por primera vez en forma directa, la relación con cada diócesis de Hispanoamérica; instituir los obispos; reorganizar las jurisdicciones eclesiásticas; dar continuidad al trabajo misional aún en curso en muchas regiones; asegurar a los fieles el acceso a la vida sacramental y espiritual; recuperar la administración de los seminarios; articular y promover la formación del clero y administrar la justicia eclesiástica a los fieles, en especial en los asuntos matrimoniales.

      Después de las convulsiones sociopolíticas de la emancipación, el primer paso dado por Roma fue establecer o poner en marcha el vínculo diplomático. En 1829 León XII dio facultades al nuncio en Brasil para articular las iglesias de México, América Central, Argentina, Colombia y Perú. En 1836 se instaló en Bogotá un delegado apostólico para toda América del Sur, quien, en 1862, desplazó su residencia a Quito, y en 1877 a Lima. El nuncio en Brasil mantuvo su jurisdicción sobre Argentina, Paraguay y Uruguay hasta 1877. México tuvo su propio proceso diplomático, caracterizado por constantes tensiones, desavenencias y rupturas. Centroamérica solo encontró soluciones más permanentes en los primeros decenios del siglo XX.

      Para hacer realidad la premisa de la libertad de la Iglesia, la política vaticana se ciñó a un principio jurídico canónico inamovible: que se reconociese en materia religiosa la primacía de la Iglesia Católica en la sociedad, con todos los privilegios posibles,

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