Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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Estas fundaciones o, en su caso, la conversión de plazas militares en villas y ciudades o el desenvolvimiento tardío de urbes ya existentes pero estancadas y en proceso de decadencia, obedecieron a diversas causas. El auge de la minería explica la fundación de Caldera, puerto de Copiapó, que había experimentado un explosivo crecimiento gracias al descubrimiento del mineral de Chañarcillo. El puerto de Coquimbo se desarrolló al ritmo de las explotaciones de los minerales situados en las proximidades de La Serena, como Brillador y Arqueros, y más adelante, Tamaya. En el sur, en la zona de Talcahuano, dotada de excelentes puertos, el movimiento comercial creado en torno a la exportación de trigos y harinas explica el surgimiento de centros urbanos. El fondeadero de Lirquén dio paso a una aldea en la que se instalaron molinos, establecimientos de fundición de minerales y fábrica de ladrillos, y fue habilitado para el cabotaje en 1846. Los pueblos de la bahía de Arauco como Lota y Coronel se originaron a consecuencia de la extracción del carbón, como fue también el caso de Curanilahue, situado en el interior y más adelante estación terminal del ferrocarril de Concepción a Arauco.
Un estímulo poderoso al nacimiento de nuevas urbes fue el proceso de asentamiento en la cada vez más permeable frontera con los mapuches. La ciudad de Chillán, con su gran feria ganadera, sirvió de centro para el intercambio comercial con los productores de más al norte y fundamentalmente con los indígenas, pero fue, al mismo tiempo, el eje desde el cual se vertebró la labor misionera de los franciscanos. Restablecido en 1832 el Colegio de Chillán, los franciscanos iniciaron una sostenida acción pastoral en un territorio extremadamente extenso, aunque el mayor peso de ella estuvo en la Araucanía. Esta realidad llevó a que en 1847 se fijara una división en las responsabilidades respecto de la labor misionera. En efecto, los franciscanos de Chillán se hicieron cargo a partir de 1847 de la evangelización hasta el norte del río Imperial, quedando la región de Valdivia a cargo de misioneros capuchinos94.
La presencia de foráneos, el establecimiento de misiones, la paulatina conversión de los indígenas y el comercio de estos con los “huincas” facilitaron una activa penetración en la frontera, tanto desde el norte como desde Valdivia y Osorno. La demanda de alimentos para una mano de obra que crecía con rapidez gracias a la minería del carbón en el golfo de Arauco dio un sustento económico de cierta solidez a la instalación de chilenos en esa zona. De esta manera, enclaves de precaria vida durante la conquista, como Angol o Cañete, iniciaron en este periodo su consolidación definitiva. Cañete, por ejemplo, un año después de su refundación alcanzó a los mil habitantes, provenientes de Maule, Ñuble y Concepción95. Pero el gran periodo de las refundaciones o nuevas fundaciones de ciudades en la zona araucana corresponde al decenio de 1880, coincidiendo con la ocupación militar de ese extenso territorio.
La llegada a Chile a mediados del siglo XIX de un grupo de colonos alemanes tuvo notables consecuencias económicas, sociales y urbanas en la región comprendida entre Valdivia y el seno de Reloncaví. No solo dio nueva vida a la vieja ciudad fluvial, sino que estimuló el desarrollo de Osorno y de La Unión, e impulsó la fundación de San José de la Mariquina, Puerto Montt, Puerto Varas y Puerto Octay.
Una situación especial exhibió Chiloé. Desde su ocupación por las fuerzas chilenas en 1826 prácticamente no experimentó modificaciones respecto de lo que había sido durante la monarquía. Su precaria vida urbana se desarrollaba en San Carlos de Ancud —capital de la provincia desde 1834 y sede del obispado creado en 1840 y erigido canónicamente cuatro años después—, en Castro y en Achao, en la isla de Quinchao96. Los numerosos testimonios de viajeros y de funcionarios acerca de la pobreza de esas ciudades y de sus habitantes, así como el miserable estado de los campesinos, reflejaban el notorio desinterés de las autoridades de la capital hacia una provincia cuyos habitantes habían mostrado una conducta política contraria a los ideales republicanos. Un buen índice de lo anterior es la ausencia de obras públicas de cierta entidad, como caminos y muelles. Volcada la vida de los chilotes de preferencia a una agricultura de subsistencia que no generaba excedentes, no puede sorprender que se encontrara en la caza de lobos y en la tala de alerces y cipreses las únicas fuentes de ingresos de alguna consideración. Describió Bernardo Philippi el desplazamiento estival y temporal de los chilotes hacia Melipulli al trabajo en los alerzales en enero de 184297. Años después, en 1867, Felipe Westhoff, fundador de Melinka y subdelegado marítimo de las Guaitecas, ofreció un negativo cuadro de esa actividad:
En el último verano el Archipiélago de los Chonos ha sido poblado accidentalmente por cerca de tres mil peones ocupados en la corta de madera y en la preparación. Esta cantidad de gente ha sido ocasión de violencia, tropelías, asesinatos y otros crímenes que la autoridad no ha podido evitar por falta de fuerza armada a su disposición.
Esa misma cantidad de peones, sin sujeción, sin Dios ni ley, puede decirse, y sin nada que les impida llevar adelante sus caprichos o sus fechorías, incendian los bosques en donde quiera les da la gana o inutilizaban de esa manera una gran cantidad de madera…98
La indiferencia de la capital hacia Chiloé hace sospechar que para el poder central la importancia de la isla radicaba fundamentalmente en el número de parlamentarios que podía hacer elegir.
Por último, razones de índole estratégica y de expresión de soberanía llevaron a la ocupación del estrecho de Magallanes, que se tradujo, primero, en la erección de Fuerte Bulnes en 1843, cerca del Puerto de Hambre —lugar en que Pedro Sarmiento de Gamboa había fundado Rey Don Felipe en 1584—, asentamiento que se mantuvo precariamente allí hasta el otoño de 1848, cuando fue trasladado a mediados de junio de ese año a Punta Arenas, con el desafortunado signo de colonia penal99.
Como se ha indicado, la malla cada vez más densa de enclaves urbanos que sostenidamente estaba cubriendo el territorio mostraba notables variaciones desde el punto de vista demográfico. Ciudades que por el número de sus habitantes y por su infraestructura podían recibir el nombre de tales, coexistían con modestas aldeas desprovistas de los más elementales servicios. Esto constituyó un permanente estímulo para la migración interna —del campo a pueblos menores y de estos a capitales de provincias y después, a Santiago— y externa, y efectivamente tales fenómenos están presente durante todo el periodo en estudio, exhibiendo variaciones, de acuerdo a la coyuntura económica, como se examina más adelante. Lo que resulta manifiesto en el periodo estudiado es el sostenido proceso de urbanización, cumplido de manera desordenada y sin previsión alguna en la provisión de la infraestructura indispensable100.
LAS CIUDADES DEL NORTE
Al comenzar el siglo XIX La Serena y Copiapó no habían experimentado cambios mayores, y su escaso crecimiento demográfico exhibió leves oscilaciones a lo largo de la centuria. El reducido peso de esas ciudades queda reflejado en los resultados del censo de 1854, que arrojó para La Serena la cantidad de 11