Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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La Serena y Coquimbo estuvieron unidas primero por un camino y a continuación, desde abril de 1862, por la vía férrea. En tanto, en la caleta de Guayacán, inmediatamente al sur de Coquimbo, y en la protegida bahía de la Herradura, se alzó en 1852 el importante establecimiento de fundición de cobre de Urmeneta y Errázuriz, que llegó a contar con 35 hornos. Guayacán, unido más adelante a Ovalle por una línea férrea, adquirió en 1858 la categoría de puerto menor114.
El desenvolvimiento de Ovalle estuvo ligado, como se ha indicado, al laboreo de los yacimientos de cobre de Tamaya y Panulcillo. El pequeño puerto de Tongoy sirvió desde 1840 para la exportación de los minerales traído del interior, y en 1850 y 1851 quedó más marcada su vocación minera con la construcción de hornos de fundición de cobre115. Tongoy se unió a Ovalle y a Tamaya mediante un camino y, más tarde, por una línea férrea. También un camino unía a Ovalle con Coquimbo, al que se agregó a continuación el ferrocarril, inaugurado en 1862, cuya línea férrea atravesaba al puerto a todo su largo hasta llegar al muelle, y mejoró la conectividad de la ciudad del Limarí. La construcción de un camino hacia el este permitió ofrecer las producciones de la zona a los consumidores de los centros mineros116.
La multiplicación de las actividades en torno a la extracción del cobre ante la sostenida demanda proveniente de Europa y los Estados Unidos, unida a la difusión de nuevas técnicas metalúrgicas y a la constitución de numerosas sociedades mineras, convirtieron a Ovalle, La Serena y Coquimbo en polos de atracción de emigrantes, tanto chilenos como extranjeros. En torno a la plata de Arqueros y al cobre de Brillador, Tamaya y otros yacimientos se dieron cita comerciantes de metales, habilitadores, mecánicos, fundidores, constructores, comerciantes minoristas, contratistas, intermediarios de mano de obra y toda la extensa y multifacética gama de personas vinculadas a la minería. No puede olvidarse, por ejemplo, la necesidad de servirse de especialistas extranjeros para las labores de fundición en Panulcillo, en Tongoy y en Guayacán, en su mayoría ingleses, norteamericanos, alemanes y franceses117. Muchos de estos migrantes, chilenos o extranjeros, contrajeron matrimonio con naturales de la región, y los que ocupaban cargos de responsabilidad lo hicieron en general con mujeres pertenecientes a la elite local. El incremento demográfico en Tamaya fue de tal envergadura que la autoridad eclesiástica se vio en la necesidad de establecer allí una viceparroquia que atendiera la alta demanda de servicios religiosos118.
La formación de empresas comerciales, muchas de ellas con sede en Valparaíso, que se encargaban de habilitar a los mineros y adquirirles la producción, constituyó otro incentivo para la constante presencia de empresas extranjeras, en especial inglesas, cuyos principales empleados eran también foráneos119. Cabía esperar, por tanto, la construcción de extensas redes comerciales y mineras de extranjeros, preferentemente británicos, cuyos principales centros eran Copiapó, La Serena, Valparaíso y Concepción. Aunque carecemos de estudios sobre esas empresas, conviene tener presente que no solo estaban ligadas a sus lugares de origen y a las redes locales, sino también a Buenos Aires y a Lima. En el decenio de 1830 se debe recordar, entre otras, a Thomas Kendall, Britain Waddington y Cía., Waddington, Templeman y Cía., Taylor y Cía., Barclay y Cía., Sewell y Patrickson y Wylie Miller y Cía. Con el establecimiento de la Chilean Mining Association llegaron a La Serena Alexander Caldcleugh, minero y fundidor, y bien conocido por sus aportes a la botánica, Carlos Lambert y Thomas Chadwick, este último con larga descendencia. La Asociación de Minas Chilena y Peruana trajo a Thomas M. Raynolds, Thomas Maxwell Bagnolds y Ricardo D. Cummings120.
Como ya se subrayó en el tomo I de esta obra, al contraer los inmigrantes matrimonios con hijas de familias de la elite, adquirían de inmediato el nivel de estas —fenómeno constante desde el periodo monárquico y que habla del papel fundamental de la mujer en la ampliación y consolidación de los sectores altos—, y al mismo tiempo pasaban a sumarse a la red social a la que ellas pertenecían. Y es muy posible que el aspecto físico del extranjero, el hecho de ser “blanco”, constituyera un elemento importante en el imaginario social de la elite121. Pero la calidad de extranjeros, que los vinculaba a otros de su misma condición, facilitó la rápida integración de estos a la elite por la vía del matrimonio. Y, por cierto, dentro de ese conjunto se reproducían las prácticas endogámicas. El sueco Bladh dio una explicación, que parece convincente, acerca del éxito de los extranjeros en su inclusión dentro de la sociedad chilena:
Casi todos los matrimonios que han contraído extranjeros con chilenas han sido felices, cuando el esposo ha sido prudente. Este ha sido el caso de los ingleses, y dada [la] facilidad natural para amoldarse de las chilenas a los gustos del marido, aquellos han logrado, poco tiempo después de la boda, inculcarles el comportamiento y el delicado tacto de una “lady” inglesa.
El cariñoso comportamiento de los extranjeros, sobre todo de los ingleses, para con sus esposas, y su costumbre de pasar todos los ratos libres exclusivamente en el hogar, no puede dejar de parecer agradabilísimo a las chilenas, sobre todo cuando compara[n] este trato con el que dan sus propios compatriotas a sus esposas. Los extranjeros gozan así de una gran consideración entre las damas chilenas122.
Tal vez lo más llamativo de Copiapó y La Serena, y en parte producto de su reducido peso demográfico, fue la fácil inserción de los migrantes en las estructuras sociales existentes, lo que, además de contribuir a renovarlas, introdujo elementos más complejos a las cada vez más extensas redes de relaciones y parentescos, en que la endogamia continuó teniendo un peso relevante.
Es muy sugerente el examen del grupo fundado a comienzos del siglo XIX por un extranjero en matrimonio con una integrante de la familia Iribarren, de La Serena. El médico inglés Jorge Edwards Brown, radicado en esa ciudad, casó en 1807 con la serenense Isabel Ossandón Iribarren, hija de Diego Ossandón de la Vega y de María del Rosario Iribarren Niño de Cepeda. Los hijos de Jorge Edwards se dedicaron a los menesteres comerciales y mineros, en tanto que las hijas casaron con extranjeros también volcados a los negocios mineros. Así, Teresa Edwards Ossandón contrajo matrimonio en 1824 con el norteamericano natural de Filadelfia Washington Stewart, y al enviudar de este contrajo en 1826 nuevo matrimonio con el también norteamericano natural de Nueva York Pablo Délano, con numerosa sucesión. Carmen Edwards Ossandón casó con el escocés David Ross, dedicado a la habilitación y al comercio de metales123, y la hija de estos, Juana Ross Edwards, lo hizo con su tío Agustín Edwards Ossandón. Jacoba Edwards Ossandón casó con el norteamericano Thomas F. Smith, de Boston, también comerciante de minerales, con sucesión124. Pero lo más interesante es que otras dos hermanas Ossandón Iribarren, cuñadas de Jorge Edwards, contrajeron matrimonio, una, con el norteamericano Daniel W. Frost y la otra, con su sobrino Samuel Frost Haviland125.
La familia Edwards Ossandón se vinculó con la fundada por Pablo Garriga Martínez, natural de Mollet, en Cataluña. Había casado este en 1812 con Ventura Argandoña Subercaseaux, la cual, viuda de Garriga, contrajo segundo matrimonio con Jorge Edwards Brown, viudo a su vez