Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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Debe aludirse, por último, a numerosos inmigrantes provenientes de otras regiones americanas, que fundaron familias tanto en Copiapó como en La Serena. Conviene recordar al peruano Félix María Bazo y Riesco, hijo de un oidor de la Audiencia de Chile huido a Lima y de una chilena; a Bernardino Codecido, colombiano establecido en 1835 en Copiapó; a Emilio Beéche y Arana, salteño que provenía de Sucre, Bolivia; a José María Boyle, de Montevideo; a Pedro Pineda y Castillejo, de Lima144; a José Gregorio Benítez Méndez, natural de Guayaquil, casado en 1823 con la serenense Marcelina Guzmán Espinoza145; a Manuel María Moure y Sánchez, natural de Popayán, Colombia146; a Antonio Escobar y Arce, de Panamá, casado con Manuela Ossa y Varas; a Diego Sutil, de Curazao y casado con venezolana, que se avecindó hacia 1850 en Copiapó y cuya hija Clara Rosa Sutil Borges contrajo matrimonio en la misma ciudad con el serenense Santiago Marcial Edwards Garriga. También se instalaron en esa época en La Serena algunos italianos como Lorenzo Gertosio147.
La presencia de argentinos en el Norte Chico, a la que se aludió más arriba, se comprende no solo como consecuencia de los problemas políticos existentes en el país vecino, sino también por la natural complementación de las respectivas economías. Tras la caída de Rosas se intensificó el comercio con Chile, y en él intervinieron activamente los argentinos. El abastecimiento de ganado, por ejemplo, generó un interesante intercambio con los territorios transandinos, en particular Catamarca, La Rioja y San Juan, transportándose desde Caldera y por la vía de Copiapó mercaderías europeas hacia ellos148. Al terminar el periodo no había comercio de ganado hacia Atacama, pero por Rivadavia, en Elqui, ingresaban casi cinco mil cabezas al año149.
Si bien la minería interesó de preferencia a los extranjeros, el comercio al menudeo fue también un incentivo para su instalación en la región. En Copiapó, por ejemplo, la oferta de alimentos, de materiales para el laboreo de las minas y de artículos de lujo estaba en manos de argentinos150. Otras actividades, como la herrería, la ebanistería y la construcción, permitieron la inserción de los inmigrantes en el Norte Chico. El francés Juan Allard se dedicó exitosamente al transporte marítimo, y casó con serenense. El canadiense Valin y el norteamericano Cuthbert abordaron la construcción de carruajes.
El dinamismo de la sociedad copiapina, muy propio de una ciudad minera y fronteriza, no era demasiado diferente del exhibido por La Serena. Con todo, muchos mineros y habilitadores enriquecidos en las ciudades del norte, como Agustín Edwards, Matías Cousiño, Francisco Ignacio Ossa o José Tomás de Urmeneta, pronto se trasladaron a escenarios mayores, es decir, a Valparaíso o a Santiago151. Este proceso fue descrito para el periodo comprendido entre 1860 y 1870 por Ramón Subercaseaux Vicuña:
En ocupaciones de minas y un poco de agricultura empleaba su tiempo la gente de La Serena; pero el que por esa vía hacía fortuna se podía tener por casi seguro que iría a emplearla en Santiago, comprando casa y hacienda. […] No había, pues, que extrañarse del aire moroso de toda la ciudad [de La Serena], que parecía no haber salido del periodo español152.
El incremento de la población en las provincias septentrionales como consecuencia de los requerimientos de mano de obra supuso un estímulo tanto para las actividades comerciales como para las agrícolas en Chile. Las primeras estuvieron dirigidas, en primer término, a suplir las necesidades de bienes básicos de la minería. La cal proveniente de Coquimbo, por ejemplo, tenía una segura demanda en Talcahuano153. En materia de alimentación se estableció un fluido intercambio con Tomé y Talcahuano para el abastecimiento de harinas, en tanto que las necesidades de charqui, grasa, legumbres, fruta seca y alcohol eran satisfechas por los valles de Atacama y Coquimbo.
El comercio al menudeo exhibió también un notorio repunte, como producto de una demanda en alza, aunque su desarrollo estuvo muy a menudo limitado por la carencia de circulante. El desarrollo de variados sistemas de crédito y la emisión de vales y fichas permitieron, en parte, suplir esas deficiencias. Era habitual la circulación de vales en los minerales, como ocurría en Condoriaco, mineral de plata próximo a Arqueros154, y en Quitana155.
Estos rápidos y notables cambios experimentados en Atacama y Coquimbo impulsaron modificaciones en la propiedad de la tierra y en los cultivos. En efecto, numerosos mineros y mercaderes, enriquecidos en la extracción y comercialización de la plata y del cobre, diversificaron sus inversiones y adquirieron tierras, ya sea en los valles de la región o, de preferencia, en la zona central156.
Debe advertirse que la necesidad de garantizar un adecuado abastecimiento a los yacimientos también impulsó el ingreso de los empresarios mineros a la actividad agrícola, la que, obligada a satisfacer las demandas de cientos y a veces de miles de operarios, llevó a la construcción de canales de regadío y de caminos, indispensables los primeros para aumentar y asegurar la producción y estos para extraer los frutos. Es posible que tal razón indujera a Miguel Gallo Vergara en 1828, antes de convertirse en el riquísimo minero de Chañarcillo, a adquirir el fundo Apacheta, en el curso superior del río Copiapó157. La compra de tierras en la zona central fue una tendencia sostenida de los mineros de las provincias del norte. Así, la familia Gallo adquirió en 1841 la hacienda Requínoa y, más adelante, las haciendas Gultro y Pichiguao, en la zona de Rancagua158. Todavía en 1880 un miembro de esa familia, Manuel Gallo Montt, adquiría las tierras de Manquehue, al oriente de Santiago159. José Santos García Sierra, natural de Combarbalá y minero de cobre y fundidor en Catemu, compró Vichiculén, en el valle del Aconcagua, y en 1875, al morir su cónyuge, heredó la hacienda un sobrino, José Letelier Sierra, también minero160. Este y su hermano Wenceslao compraron Aculeo a Patricio Larraín Gandarillas con el fin de aprovechar el bosque nativo para abastecer de combustible a una fundición de cobre161. Francisco Ignacio de Ossa Mercado, minero de Chañarcillo, fue dueño de las haciendas de Calleuque, Codao y Almahue, en Colchagua162. Ramón Subercaseaux Mercado, uno de los afortunados mineros de Arqueros, adquirió la hacienda de Pirque o Santa Rita, dividida tras su muerte en 1859 en seis hijuelas, más una chacra en el Llano de Maipo163. Hacia 1860 la hacienda de Machalí, en Rancagua, era propiedad del minero copiapino José Ramón Ossa Mercado.