Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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El auge de la minería se expresó en un explosivo crecimiento demográfico en Atacama, consecuencia del avecindamiento en Copiapó o en las localidades vecinas de numerosos empresarios, comerciantes, empleados, artesanos y operarios provenientes de variadas regiones chilenas y del extranjero, en especial de Argentina. Vallenar, que a un viajero le pareció en 1835 casi de igual tamaño que La Serena, “agradable y hermosa” y bien construida, había crecido en los últimos años y debía su prosperidad a los minerales de plata101. Es indispensable subrayar que en el Norte Chico, así como en la zona central y centro-sur, la vida urbana no solo se desarrolló en las capitales de provincia, sino también en pueblos menores o villas, como fue el caso de Caldera, Vallenar y Huasco, en la provincia de Atacama, y Coquimbo, Ovalle, Combarbalá e Illapel, en la de Coquimbo. A la existencia de yacimientos mineros se agregaba la de importantes propiedades agrícolas, que originaron demandas de variada naturaleza, en particular de servicios. La construcción de caminos, de vías férreas y de líneas telegráficas contribuyó a la consolidación de algunos centros urbanos menores.
En 1854 el departamento de Copiapó tenía 30 mil habitantes, un tercio de los cuales vivía en la ciudad, de trazado de damero, con una gran plaza y con las dependencias de la Intendencia, el cuartel y la cárcel frente a ella. Contaba también con un teatro que atrajo a connotados artistas. Las casas eran en su mayoría de adobes y los techos eran de juncos amarrados y cubiertos con capas de barro. Con pocas ventanas y pintadas de blanco, la modestia de los exteriores era compensada, al menos en las casas de la elite, por la ostentación en el interior, en la que abundaban los utensilios y los adornos de plata102.
Junto al crecimiento de la ciudad y de sus habitantes surgieron nuevas necesidades, y para satisfacerlas se radicaron en Copiapó numerosos artesanos chilenos y extranjeros, como carpinteros, herreros, sastres, plateros, zapateros y albañiles103.
Ya en el decenio de 1820 se instaló en Copiapó la compañía inglesa Chilean Mining Association, en la que estuvo empleado, en calidad de ensayador, el alsaciano naturalizado inglés Charles St. Lambert, conocido en Chile como Carlos Lambert, quien tuvo más tarde decisiva influencia en el desarrollo de la minería del cobre en el país. La empresa trajo, incluso, algunos operarios desde Cornwall. También los establecimientos mineros del colombiano Bernardino Codecido, en Copiapó, contaron con mineros ingleses104. La compañía británica fue uno de los pocos adquirentes, tanto en Copiapó como en La Serena, de los bienes raíces eclesiásticos objetos de la desamortización llevada a cabo durante el gobierno de Freire.
La traza urbana de Copiapó exhibió, frente a la ciudad “civilizada”, una contrapartida pobre y popular, como el barrio de la Chimba o la calle Yerbas Buenas, en que muchas de las modestas chozas que allí había funcionaban como chinganas o lugares de esparcimiento para los trabajadores, donde estos jugaban y bebían, y que fueron sometidas al pago de patente y reguladas a partir de 1854105. Y muy próximo a la ciudad, a tres kilómetros hacia el Este y en la misma margen del río, estaba el pueblo de indios de San Fernando.
No deja de llamar la atención que el crecimiento económico de la provincia de Coquimbo no se reflejara en un incremento demográfico de su capital, La Serena. En efecto, los 11 mil 805 habitantes que arrojó el censo de 1854 subieron a 13 mil 550 en 1865, si bien descendieron a 12 mil 293 en 1875, para remontar 10 años después. Con todo, se originó una expansión del área urbana, que se produjo hacia el este, con el barrio de Santa Lucía, y hacia el sureste, con el barrio Quinta, que empezó a formarse después de 1852106. Un sector de este barrio pertenecía a la extensa zona situada al sur de la ciudad conocida como La Pampa, asiento de numerosas quintas. La apertura, en 1833, de la calle de la Pampa, permitió la instalación de nuevos vecinos y la construcción del convento del Buen Pastor y de la iglesia de San Isidro107. Al igual que ocurrió en buena parte de las ciudades chilenas, en La Serena las tierras “de propios”, es decir, del municipio, fueron paulatinamente ocupadas por los sectores pobres, ya bajo la modalidad de arrendamiento, ya en forma ilegal, para dedicarlas a actividades hortícolas108.
Las transformaciones arquitectónicas de la ciudad, con las nuevas construcciones de la elite y de los grupos medios, que se abordan más adelante, cambiaron la fisonomía de sus calles principales. Los sectores de escasos recursos vivían dentro de la ciudad, donde hasta bien avanzado el siglo XIX abundaban los sitios eriazos —consecuencia del incendio de la ciudad por los piratas en 1680, clara muestra de la larga parálisis urbana provocada por aquel—, pero también lo hacían en sus bordes: en las proximidades del sector pantanoso denominado La Vega, en los márgenes del barrio de Santa Lucía y en las cercanías del río Elqui.
El desarrollo del puerto de Coquimbo fue consecuencia de la actividad minera y del crecimiento de La Serena. Ya en los años iniciales de la república empezó a adquirir importancia, y en 1819 el convento de San Francisco vendió “la estancia y sitios del puerto”, con una bodega que poseía allí, a Charles William Wooster109. Pablo Garriga, como apoderado de Wooster, vendió a su turno los terrenos, en 1823, a Antonio Pizarro, reservándose el vendedor y Garriga algunos retazos110. En el decenio de 1830 no exhibió mayor crecimiento, como se deduce de la descripción hecha por el cirujano de la Marina norteamericana William Ruschenberger:
“El puerto”, según la denominación que se le da para distinguirlo de la ciudad [de La Serena], consiste en una docena de ranchos, igual número de ramadas, la aduana y un edificio de dos pisos, que ocupa hoy día el capitán del puerto y que fue construido por una de aquellas entusiastas y mal manejadas compañías mineras organizadas en Inglaterra, quebrada mucho ha111.
El puerto fue asiento del establecimiento de fundición de cobre de Joaquín Edwards Ossandón, alzado en terrenos que pertenecían a sus suegros Pablo Garriga y Buenaventura Argandoña. La fundición ocupaba tres cuadras de extensión, contaba con siete hornos y tres calcinadores y elaboraba los minerales provenientes de Tambillos, Ovalle y del norte de La Serena. Al morir Joaquín Edwards, el establecimiento fue comprado a la testamentaría por dos de sus hijos, Joaquín y Jorge Edwards Garriga. Pero en torno a él habían comenzado a surgir, espontáneamente, construcciones de variada índole, y el Fisco promovió un juicio contra los herederos de Garriga. El pleito concluyó en una transacción, de fecha 8 de enero de 1846, en cuya virtud se cedieron al Fisco los terrenos necesarios para calles, plazas y edificios públicos, comisionándose al francés Juan Herbage para que, previo al levantamiento de un plano y con el acuerdo de la Intendencia de Coquimbo, hiciera las correspondientes demarcaciones. El plano fue aprobado por el Gobierno por decreto de 13 de agosto