Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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Es digno de destacarse el hecho de que durante los decenios iniciales del siglo XIX se sumaron a la elite, sin mayores dificultades, numerosos inmigrantes peninsulares, con el expediente ya indicado de contraer matrimonio con hijas de familias distinguidas. Algunos que participaron activamente como militares en las guerras de la emancipación y se habían casado con chilenas, concluido el conflicto retornaron al país; otros, retenidos como prisioneros, decidieron quedarse en Chile. Fueron los casos, entre muchos, del comandante del regimiento Talavera, Rafael Maroto, casado en 1815 con Antonia Cortés García, de la familia de los marqueses de la Cañada Hermosa, vuelto a Chile en 1847, después de una destacada y criticada actuación en la península, al igual que uno de sus ayudantes, Antonio García y Aro, llegado el mismo año, que se había casado en 1816 con Tadea Reyes Saravia210; del teniente Vicente Fornés, subordinado de García y Aro en Chile y después en España, y casado en 1844 con Isabel García Reyes, hija de su jefe211. Muy llamativo es el caso de algunos tripulantes de la fragata María Isabel, hechos prisioneros al ser capturada esa nave en 1818 por Manuel Blanco Encalada. Varios de ellos se radicaron en Chile y dieron origen a familias extensas y vinculadas a las elites de Santiago y de las provincias. Fue el caso del oficial de la real hacienda Victorino Garrido, casado con Rosa Falcón Ramírez; del médico Juan Miquel, casado en 1823 con Ignacia Rodríguez Zorrilla y Fernández de Leiva, sobrina del obispo de Santiago212; del catalán Francisco Rivas Besa, casado con Nieves Cruz Canales de la Cerda213; del andaluz Manuel Alfonso, natural de Carmona y casado en La Serena con Agustina Cavada y con larga sucesión en La Serena, Ovalle y Santiago214; de Francisco Domínguez Heras, casado primero con Dolores San Roque y después con Tomasa Valenzuela Morán, con dilatadísima sucesión, y de Manuel Valledor Blanco, casado con Josefa Pinto Díaz, hermana del presidente Francisco Antonio Pinto.
Aunque no se perciben cortes en las estructuras sociales como consecuencia de la emancipación, no faltaron quienes, por su condición de realistas —chilenos y españoles— y por las malas experiencias vividas durante la confrontación bélica, abandonaron Chile y se negaron a retornar. Fueron, entre otros, los casos de Ignacia Villota y Pérez Cotapos, cónyuge del peninsular Santiago de Ascasíbar y Murube; de su hermana Isabel Villota y de su marido el rico comerciante Pedro Nolasco de Chopitea —quien en forma novelesca salvó su vida de la pena de muerte dictada por los patriotas—, radicados con sus hijos en Barcelona215, y de Luis de Urrejola y Leclerc de Bicourt, quien, enviado en 1815 a una comisión a España, jamás volvió y formó allí su familia216.
Tampoco faltaron los peninsulares realistas que, tras abandonaron Chile debido al triunfo patriota, optaron por regresar una vez consolidado el nuevo régimen, como lo hicieron en 1826 el vasco Domingo de Amunátegui y Aldecoa, comerciante de Chillán; el también vasco Francisco de Echazarreta y Osinalde, regidor de Santiago en 1815 y huido a Lima después de la batalla de Chacabuco217, o el doctor Félix Francisco Bazo y Berry, oidor de la Real Audiencia, cónyuge de María del Tránsito Riesco, pasado a Lima en 1811, reincorporado a su plaza en 1815 hasta la extinción del tribunal en 1817, retornado a España en 1822 y en Chile dos años más tarde218. Pero el contingente mayor estuvo representado por inmigrantes espontáneos que probablemente buscaban un mejor destino en América ante las turbulencias políticas —como ocurrió con Juan Francisco de Zegers y con José Joaquín de Mora— y la mala situación económica en la península. Los matrimonios de muchos de ellos con mujeres de la elite les permitieron su rápida incorporación a esta. Cabe indicar entre otros al gaditano José Montes Orihuela, casado con María Loreto Rosales y Mercado y con una abundante descendencia marcada por la endogamia; al vasco Francisco de Bernales y Trucíos, casado con Dolores Urmeneta Astaburuaga; al también vasco Agustín Llona Beláustegui, casado en 1835 con la limeña Josefina Alvizu Reynals; a los hermanos Joaquín y Ramón Noguera, oriundos de Cataluña, casados en el decenio de 1840 con dos hermanas Opazo Silva; a Antonio Besa y Barba, casado en la primera mitad del siglo con Antonia de las Infantas; al navarro Vicente de Cruchaga y Amigot, casado en 1820 con Josefa Montt Armaza; a los riojanos Braulio Fernández y Fernández, en Chile en 1849 por su pretensión al vínculo de Bucalemu, casado en 1855 con Amalia Vicuña Guerrero y retornado a su país en 1861219; Valentín Fernández Beltrán, agricultor y fundador en 1854 de la Sociedad de Beneficencia Española, llamado por su tío el comerciante riojano Rafael Beltrán Íñiguez220; Manuel Fernández Cereceda, casado en 1849 con Ana María Íñiguez Ovalle, con larga sucesión221; Domingo Fernández de la Mata, en Chile en 1850, casado con Enriqueta Jaraquemada Vargas, también con numerosa descendencia222, y el catalán José Cerveró y Moxó, casado con su parienta chilena Mercedes Larraín Moxó. Es necesario tener en cuenta que esta inmigración, pequeña en número, parece haber obedecido, al menos en parte, al denominado traslado por requerimiento, es decir, al llamado de parientes ya radicados en Chile. Solo a partir de 1888, y estando en funciones la Agencia General de Colonización, la emigración española adquirió un mayor volumen223.
Los ingleses y alemanes desempeñaron un papel destacado en el reforzamiento de la elite santiaguina, no obstante que numéricamente no tuvieron la preponderancia que exhibieron en Valparaíso. Se debe tener presente, sin embargo, que muchas de las familias fundadas por extranjeros en Valparaíso y en La Serena se establecieron finalmente en la capital. Al médico inglés Nataniel Cox (en Chile en 1814) y al médico irlandés Guillermo Blest (en Chile en 1827), se deben agregar el médico Tomás Armstrong, procedente de las Canarias,