Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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Entre los proyectos de mejor calidad, con casas destinadas a familias de los sectores medios, cabe recordar la Población Ugarte, situada al sur de la Alameda e iniciada en 1862238. El barrio de Yungay, constituido a partir de la subdivisión de la chacra de Portales, inducida con gran fuerza, como se ha dicho, por el diseño de la Quinta Normal de Agricultura, careció, en cambio, de homogeneidad, tanto por la gran extensión de aquella, como por el hecho de que los loteos fueron realizados por diversas empresas y en momentos diferentes239. Incluso en la parte norte de ese mismo sector, pero al sur del río Mapocho, se generó un núcleo de extrema miseria240. Otra razón de la falta de homogeneidad de estos barrios radicó en las reducidas facultades de la Municipalidad de Santiago respecto de los proyectos de subdivisión, no obstante las sucesivas modificaciones introducidas a la normativa correspondiente241.
Con la designación del multifacético Benjamín Vicuña Mackenna en la Intendencia de Santiago por el Presidente Federico Errázuriz Zañartu en 1872 la capital vio la creación de un límite claramente discernible mediante el camino de Cintura. Este separaba a la “ciudad propia”, es decir, la civilizada, según lo entendía el intendente y la elite santiaguina, de los suburbios, donde vivía el bajo pueblo. De ese camino se construyeron solo su trazado oriente, hoy Avenida Vicuña Mackenna, y sur, hoy Avenida Matta242. El proyecto, además de proponer una segregación residencial, comprendía una modificación del plano urbano con la apertura de las nuevas avenidas Ejército Libertador, hacia el sur de la Alameda, y de la Paz, hacia el Cementerio General, y el despeje de calles tapadas, como era el caso de la de Moneda; la construcción de nuevas plazas, como la de Gamero (Ercilla), al final de la Avenida Ejército, y el rescate de los barrios situados al sur de la Alameda. Los trabajos de transformación del cerro de Santa Lucía, lugar de refugio de vagabundos y delincuentes, y por mucho tiempo utilizado como cementerio de disidentes, en un lugar bien forestado y con jardines y caminos de adecuada traza, también tuvieron en Benjamín Vicuña al principal impulsor. La ampliación del abastecimiento de agua potable, la habilitación de mataderos y mercados, la renovación del pavimento y el abovedamiento de canales fueron otras tantas preocupaciones del activo intendente de Santiago243.
Desde el punto de vista social esta nueva forma de vivir, que significó la sustitución del austero mobiliario colonial y los sencillos elementos de decoración por muebles franceses Regencia, Luis Felipe y Segundo Imperio, cuadros, espejos, lámparas de lágrimas, finas alfombras, grandes jarrones de porcelana, relojes, candelabros, estatuas, adornos de bronce y muros cubiertos con géneros, llevó a crear manifiestas diferencias incluso dentro de la elite. Y estas se expresaron también en la vida en el campo, donde los dueños de recientes fortunas mercantiles y mineras hicieron inversiones de magnitud. Estas no solo se tradujeron en el impulso a actividades como la vitivinicultura, la molinería o la lechería, sino también en la construcción de grandes casas rurales cuyos diseños e interiores contrastaban con las casonas de raíz colonial, sencillas y no muy diferentes de las de los inquilinos, salvo por su extensión244. Estas estaban, además, rodeadas de bodegas, patios de matanza y corrales, y generalmente frente a su ingreso se alzaban los ranchos de los inquilinos y peones. A partir de la segunda mitad del siglo, en cambio, se reprodujo en los fundos el mecanismo urbano de separación residencial, que también en ellos tenían un motivo de seguridad frente al bandidaje rural: las casas patronales fueron rodeadas de grandes parques y estos, a su vez, fueron cercados por muros y rejas.
LAS CIUDADES DE CHILE CENTRAL
Las vías férreas, al permitir una unión fácil y rápida con Santiago y Valparaíso, le dieron un impulso sostenido a ciudades que, como Rancagua, San Fernando, Curicó, Talca y Linares, habían llevado una vida de extrema languidez durante la primera mitad del siglo XIX. La existencia de solares sin construir en el sector más central de esas ciudades hasta muy entrada la segunda mitad de ese siglo, la inexistencia o la mala calidad de sus servicios más esenciales, como el abastecimiento de agua y, en especial, la tendencia de los terratenientes a vivir en sus propiedades o, en el extremo, en la capital, fueron elementos que contribuyeron a mantener la inercia de las urbes de provincia.
Esos centros siguieron un esquema de desarrollo no muy diferente al de Santiago. A la ciudad formal, “civilizada”, con la plaza, la iglesia parroquial, la municipalidad, las principales dependencias de la administración, los colegios, el teatro, el hospital y el comercio de más calidad en el centro, sector donde tenían sus casas los integrantes de la elite, se oponían las barriadas de las áreas exteriores, miserables, carentes de los servicios básicos y a menudo, próximas a cementerios o a pequeños establecimientos fabriles.
Las dificultades en el desarrollo de Curicó nacidas del desinterés de los propietarios agrícolas por la vida urbana experimentaron un cambio con la llegada, en 1868, de la vía férrea a la ciudad. Esta no solo dio un fuerte impulso al intercambio comercial y al envío de los productos del agro a Santiago, sino que facilitó el movimiento de las personas, en especial de los peones, que pudieron buscar mejores expectativas en la capital, en Valparaíso o en la emigración. Conocemos con cierto detalle el caso de Curicó en lo relativo a los sectores modestos. Si bien ellos vivían dentro de la ciudad, alzando sus rancheríos en los sitios eriazos —lo que indujo a la dictación de una ordenanza de policía en 1873 que obligaba a los propietarios a cerrarlos con paredes de ladrillo o adobe—, también lo hicieron en la calle Nueva, paralela a la línea férrea, y en la falda del cerro Buena Vista o Condell, donde la Municipalidad daba en arriendo retazos de terrenos para que los pobres construyeran sus ranchos de paja, reproduciendo el hábitat rural245.
Las trabas experimentadas por Talca en su propósito de adquirir una cabal estructura urbana surgieron en buena parte, como en Curicó, del desinterés de los terratenientes por abandonar sus haciendas, tendencia contra la cual habían luchado infructuosamente las autoridades durante la monarquía. Se entiende, sin embargo, esa actitud, tanto por las dificultades para trasladarse ante las manifiestas deficiencias de los caminos, como por la inseguridad de los viajes y por la necesidad de defensa de los predios. Pero no solo los bandidos amenazaban a los fundos y a sus dueños. También bandas como la de los Pincheira, que decían luchar por el rey, aliadas con los indios, hicieron, con sus inesperados ataques, muy difícil la vida en las zonas rurales hasta el decenio de 1830. Conocido es el caso del asalto al fundo “Astillero” en Talca, en 1826, con la captura de la joven Trinidad Salcedo Opazo, hecho que produjo enorme impresión y que fue motivo de inspiración de los pintores Rugendas y Monvoisin. En todo caso, poco a poco las principales familias terratenientes de la zona, como Silva, Donoso, Vergara, Maturana, Concha, Cienfuegos, Ramírez, Opazo, Cruz y otras decidieron radicarse en las ciudades de Talca, Curicó o San Fernando. Ya en 1844 Talca contaba con un liceo, que funcionó como establecimiento de alumnos externos hasta 1845, año en que se creó el internado. Desde 1849 el establecimiento tuvo una biblioteca246. En todo caso, el progreso de Talca fue especialmente notable a partir de la segunda mitad del siglo XIX: iluminación de parafina en 1855 y de gas en 1875; agua potable mediante pilones en varios puntos de la ciudad a partir de 1872; fundación del Club de Talca el 18 de septiembre de 1868; creación del Seminario, por iniciativa del cura y vicario de Talca Miguel Rafael Prado, que abrió sus puertas en 1870; cuerpo de bomberos ese mismo año; inauguración, en 1874, del teatro, construido según los planos del de