Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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El incremento del comercio, las actividades mineras en el norte y en la zona de Concepción, el sostenido desarrollo de la agricultura, en especial del cultivo del trigo, el ejercicio profesional, los servicios financieros y las inversiones en países como Perú y Bolivia no solo incrementaron la riqueza pública y privada, sino también la importancia de Santiago como centro de decisiones políticas y económicas. El crecimiento de la capital y, sobre todo, su indiscutible preeminencia política y social sobre las demás ciudades de Chile, tuvieron expresiones visibles en la renovación urbana que se aceleró en la segunda mitad del siglo XIX. La construcción de viviendas, tanto para los miembros de la elite como para los sectores medios, que se examina en otro capítulo, fue la parte visible del desarrollo de la ciudad.
La creación de nuevos servicios, las obras públicas, la construcción, que tomó gran fuerza desde el decenio de 1860, y el desenvolvimiento de la actividad comercial representaron una sostenida demanda de trabajadores, desde el gañán, en general proveniente del campo, hasta el artesano, el cochero o el sirviente. Hasta el término de la primera mitad del siglo se conservaron las antiguas modalidades de servicio doméstico características del Chile indiano, marcadas por el paternalismo. Así, en las casas de los miembros de la elite los esclavos emancipados continuaron sirviendo a sus antiguos amos, al igual que lo hacían las “chinitas” e “indiecitos” comprados a los indígenas a través de intermediarios, o los hijos del personal dependiente entregados a sus patrones para que los “crecieran”. Sin embargo, la regulación de los contratos de trabajo con la vigencia del Código Civil fijó un nuevo marco en las relaciones laborales y, aunque intentó limitar la movilidad de los trabajadores, en la práctica no lo logró225. Pero no solo hubo desplazamiento de hombres hacia la capital; también las mujeres migraron desde el mundo rural, para encontrar en el servicio doméstico santiaguino una fuente de ingresos económicos periódicos que no les proporcionaba el agro. La demanda de mano de obra desde Santiago explica, pues, la sostenida recepción de personal no calificado desde ciudades menores y desde el campo, en especial del aledaño a la capital, como Colina y Lampa. Estima Luis Alberto Romero que a partir de 1875 Santiago comenzó a absorber población proveniente de lugares más distantes del valle central226. Domingo Faustino Sarmiento, testigo atento del fenómeno, calculaba en 1842 que en la capital había unos 10 mil desocupados, muchos de los cuales vendían en las calles mote, huesillos, frutas y zapatos227. Otros sectores en crecimiento, como el transporte, el abasto y el artesanal-manufacturero, también requirieron, en forma estable o temporal, a trabajadores no calificados228. Y fue precisamente la temporalidad de algunos trabajos, tanto agrícolas como urbanos la que empujó al gañán a retornar al campo, a otras ciudades, e, incluso, a las minas del Norte Chico, de acuerdo a las demandas estacionales.
Estos migrantes, carentes de raíces en la capital, estaban también desprovistos del más primordial de los elementos para radicarse de manera aceptable: la casa. Asentados precariamente como allegados, al decidirse por una radicación definitiva lo hacían generalmente en las áreas más marginales, es decir, en los bordes de la ciudad229. Marcadas por la miseria, las áreas situadas tanto al sur de la Alameda como al poniente de la actual avenida Brasil y al norte del río Mapocho congregaron a los pobres de la urbe. La segregación residencial así producida no significaba que en los sectores centrales de Santiago no existieran conventillos, “piezas redondas”, es decir, desprovistas de ventanas, y sitios eriazos en que se instalaban malamente los más desposeídos.
El crecimiento demográfico de Santiago, imparable desde el decenio de 1880, supuso, por una parte, el diseño de nuevos barrios para los sectores altos y, también, el desarrollo de barrios más modestos para los grupos medios. Pero no se supo enfrentar la situación de los pobres desde el punto de vista urbano sino hasta comienzos del siglo XX. El dinámico avance de la periferia de Santiago se hizo tanto con la inclusión de antiguos caseríos como con la construcción de nuevos núcleos residenciales, que fueron conocidos con el nombre de “poblaciones”. Pero hubo dos determinaciones del gobierno que influyeron en el desenvolvimiento futuro de la capital. Uno fue la creación de la Quinta Normal de Agricultura, institución destinada a la realización de trabajos científicos y de fomento agrícola y que se instaló en un predio de 31 cuadras adquirido por el Fisco a la familia Portales entre 1841 y 1850. El otro fue la adquisición entre 1842 y 1843, también por el Fisco, de terrenos agrícolas situados al sur de la Alameda con el objeto de establecer en ellos algunos regimientos que se encontraban en el sector central, y crear una extensa elipse en la que los soldados pudieran realizar sus ejercicios. En ambos casos se originaron límites al oriente y al sur de Santiago, los que, al poner un freno a la expansión de la ciudad, sirvieron de estímulo a una intensa actividad inmobiliaria, con subdivisión de predios, compra de los mismos a elevados precios, apertura de nuevas calles y construcción de casas230. La Quinta Meiggs —“una de las más hermosas y ricas de Sud-América por la extensión, hermosura, elegancia y riqueza de sus edificios, y por el arte y delicado gusto que domina en todas sus plantaciones, paseos, caballerizas, etc.”, según la describió un contemporáneo231— dio nacimiento, a partir de 1869, a las avenidas República y España. La subdivisión de la quinta que fue de José Antonio Ugarte Castelblanco, en 1871, significó delinear dos vías perpendiculares a la Alameda, la Avenida del Ejército Libertador y la calle Vergara232. El barrio creado entre la Alameda y el nuevo Campo de Marte se vio favorecido por la construcción de la lujosa residencia de Luis Cousiño Squella, quien, entre 1870 y 1873 financió la creación de un gran parque en las inmediaciones. A ello se agregó la adquisición, en 1870 y en ese mismo sector, de los terrenos de la chacra Padura para construir un Club Hípico233.
Detrás del nombre de “poblaciones” subsistieron realidades muy diferentes: desde una simple acumulación de miserables ranchos construidos por quienes arrendaban un retazo al propietario de los terrenos, que veía en ese negocio una segura fuente de rentas, hasta modelos más regulares, con casas mejor construidas y destinadas a ser arrendadas a los sectores medios. Entre las primeras debe recordarse la paupérrima y extensa población, ya existente en 1840, surgida en la antigua chacra de “El Conventillo”, desde la actual Avenida Matta hasta el Zanjón de la Aguada, y entre las calles Santa Rosa y San Ignacio, de unas 110 hectáreas, y que Benjamín Vicuña Mackenna denominó el “Potrero de la Muerte”234. En 1860, coincidiendo con la construcción de la Estación Central del Ferrocarril, en el sector occidental de la Alameda, surgió una peligrosa población en sus vecindades, en Chuchunco235. Al norte del río Mapocho, entre Independencia, la antigua Cañadilla, y Vivaceta, se desarrollaron dos zonas de extrema pobreza, El Arenal y Ovalle236.
Los conventillos y los “cuartos