Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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Linares contaba en 1840 con 80 manzanas y 21 calles, todas sin pavimentar, aunque las aceras tenían piedras de huevillo y lozas. Había 270 casas con techos de tejas, y ranchos en los suburbios, y en 1843 sus habitantes sumaban poco más de dos mil249. En torno a su única plaza estaba el edificio del cabildo y la cárcel, y a dos cuadras de ella, la Alameda, paseo de cuatro cuadras de oriente a poniente, ornada con cuatro hileras de árboles frondosos. Había solo una escuela pública, sostenida por el municipio, al igual que la cárcel. Dos vigilantes para el servicio diurno y dos serenos para el nocturno eran los cortos elementos destinados a la seguridad pública. Solo a partir de 1872 se iniciaron las obras de mejoramiento en la plaza y en algunas calles, y al año siguiente, con la conversión de la ciudad en capital de provincia, se constituyó la municipalidad. A esta le correspondió aplicar un programa de mejoramiento urbano250.
CONCEPCIÓN Y LA FRONTERA
En el centro-sur del país la evolución de Concepción muestra también la estrecha vinculación existente entre el desarrollo económico y el crecimiento demográfico. Las consecuencias de la guerra de la emancipación, que la dejaron a muy mal traer, eran visibles todavía en 1828, cuando la visitó Poeppig:
Sin observarse los indicios que anuncian en otras partes la vecindad de una gran ciudad, uno se acerca a Concepción y avanza entre una larga fila de ranchos aislados, construidos en parte sobre las ruinas de edificios más bellos. Se alcanza la plaza entre sitios incendiados, llegando así al sector central de una ciudad que se encuentra abierta en todas direcciones. Es sensible el aspecto de la miseria que se cobijó en chozas sucias, entre extendidas ruinas, a través de cuyas ventanas se observan todavía los adornos dorados y las pinturas ennegrecidas por el humo, como restos de tiempos mejores. Han desaparecido sus pobladores, y el odio y afán de destrucción no perdonaron siquiera los árboles frutales plantados por aquellos...251
A las grandes dificultades que experimentó la ciudad para superar las consecuencias de la guerra se agregó el devastador terremoto de 1835, que también arruinó a las ciudades del centro. Sin embargo, el auge cerealista y el desarrollo de la molinería le permitieron iniciar una sostenida recuperación. A lo anterior se unió el comienzo de la explotación del carbón en Coronel, Lirquén, Puchoco, Lota, Curanilahue, Carampangue, Colico y Maquehua, que en ocasiones dio impulso a actividades complementarias, como la fundición y refinación de minerales de cobre traídos del norte, y la fabricación de ladrillos refractarios, de botellas y de vidrios planos. Una vez más, como había ocurrido en Copiapó, La Serena y Valparaíso, la presencia de los extranjeros fue decisiva en el impulso a estas actividades.
La sociedad de Concepción, con estrechos nexos con Chillán y Los Ángeles, estuvo marcada con fuerza por su carácter fronterizo, y conservó en los primeros decenios republicanos el sello militar que la había caracterizado durante la monarquía, sello que estaba dado no tanto por la guerra secular con los indígenas —guerra que en verdad fue imaginada—, sino por la presencia de contingentes militares, de las milicias y de todo el aparato administrativo anexo, cuyos principales integrantes se establecieron en la zona, contrajeron matrimonio con mujeres de la localidad, adquirieron tierras de los indígenas y, exactamente como ocurrió durante la monarquía, se ocuparon de manera preferente de sus actividades agrícolas y ganaderas, lo que habitualmente hacían con el concurso de los soldados de la guarnición. Las familias Rioseco, Cruz, Larenas, Santa María (Escobedo), Benavente, Del Río (Gastetuaga), Lamas, Ojeda, Prieto (Seixas), Bulnes, Freyre de Andrade, Manzano, Vial y Squella, entre otras, en su mayoría de origen castrense, tuvieron presencia en la región, en especial en la segunda mitad del siglo XVIII, y se vincularon a otras del siglo anterior y del XVI, muchas también de raigambre militar, como Roa, Riquelme de la Barrera, Alarcón, Sanhueza-Palafox, Serrano, Navarrete (Álvarez de Toledo), Henríquez, Meza, Vásquez de Novoa, Del Solar, Sotomayor, Merino, De la Barra, Urrutia (Avellaneda), y otras. También durante el siglo XVIII se incorporaron a Concepción familias que, como Martínez de Rozas, Urrejola, Zañartu, Unzueta, Eguiguren, Ibieta y Urrutia-Mendiburu, alcanzaron un lugar destacado en la elite local y en la de Santiago en el siglo XIX.
Uno de los ejes de la elite de Concepción estuvo constituido por la familia Carvajal-Vargas, fundada en el siglo XVII por el limeño Juan Marcelino de Carvajal-Vargas y Quezada, llegado a Chile como comandante general de la caballería. Casado con Luisa de Roa y Alarcón, fue progenitor de Fermín Francisco de Carvajal-Vargas, quien contrajo matrimonio con su prima limeña Joaquina de Brun y Carvajal, condesa del Puerto y de Castillejo y titular del cargo hereditario de Correo Mayor de Indias. Fermín Francisco de Carvajal negoció el reintegro del Correo Mayor a la Corona, en compensación de lo cual recibió el título de duque de San Carlos, con Grandeza de España y residencia en la península. El título de conde de la Unión obtenido para uno de sus hijos y el de conde de Montes de Oro para su hermano Carlos Adriano, que permaneció en Concepción, situó a la familia en un plano social muy elevado, y durante el proceso emancipador se mantuvo realista, al igual que las familias Urrejola, Eguiguren, Lantaño y muchas otras. Como era evidente, tal actitud les originó a esas familias considerables pérdidas patrimoniales al producirse el descalabro de la monarquía.
El creciente auge de la ciudad a partir del decenio de 1830 abrió el camino a un sostenido proceso inmigratorio, en el cual, al igual como sucedía en Valparaíso y en Ancud, los extranjeros eran en su mayoría desertores de las naves que llegaban a Talcahuano o a Tomé. Hubo, por cierto, inmigrantes que, ellos mismos o sus hijos, se dedicaron a actividades comerciales, agrícolas y mineras, se radicaron en Concepción y fundaron allí familias muy destacadas. Entre estos debe recordarse a los ingleses Thomas Andrews, Antonio Plummer, Thomas K. Sanders, Thomas Hodges (avecindado en 1828), los hermanos Onofre y Grosvenor Bunster, a los daneses Severo Möller y Juan Bartholin, y a numerosos franceses que, a partir de 1825, fundaron las familias Aninat, Mathieu, Ferrier, Maillard, Lacourt, Maudier, Onfray, Harriet, Bordeu, Langevin, Ginouvés, Coddou, Duhart, Gigoux, Larroulet, Lamoliatte, Recart, Viale-Rigo y Versin, entre otras252. De esta manera, a los 287 ingleses, escoceses e irlandeses registrados por el censo de 1854, se agregaban 242 estadounidenses, y, más lejos, 77 franceses. En 1865 los británicos continuaban siendo los más numerosos, con 322 personas, seguidos de los alemanes, con 250. En 1875 los alemanes superaban ya a los ingleses: 351 y 335. En 1885 ambos grupos seguían siendo los principales: 436 y 312. Es posible que como consecuencia de las luchas de la emancipación y, más adelante, de la guerra con España de 1865, la inmigración peninsular fuera muy débil, representando en 1885 solo 105 personas, es decir, el 7,6 del total de europeos. El aumento del número de españoles solo se produjo al concluir el siglo XIX253. No puede olvidarse, por último, a un reducidísimo pero muy influyente grupo de inmigrantes argentinos que huyó de la tiranía de Rosas. Así, el abogado Ramón Gil Navarro de Velasco, natural de Catamarca, tuvo hijos que formaron familias en Concepción y en Argentina, en tanto que varios miembros de la familia Ortiz de Ocampo, de La Rioja, se instalaron en Chile, entre ellos Buenaventura Ocampo y Luna y Domingo de Ocampo y Herrera, el segundo con sucesión en Concepción. Hermano de este último fue el célebre jurisconsulto y autor del Código de Comercio chileno, José Gabriel Ocampo, con sucesión en Argentina y en Santiago.
Buena