Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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El hombre decisivo en interesar a los posibles inmigrantes para viajar a Chile fue Bernardo Eunom Philippi, quien había estado en Chile en 1831 y más tarde, en 1836, para volver después de un viaje al Perú y dedicarse a la exploración de Chiloé y del archipiélago de los Chonos. El propósito original de Bernardo Philippi fue hacer la colonización como iniciativa privada, con el apoyo económico de empresarios de Valparaíso. Su hermano Rodulfo se ocupó de seleccionar a un pequeño número de artesanos con conocimientos agrícolas, para asentar a los cuales adquirió la hacienda San José de Bellavista, cerca de La Unión. En 1848 el gobierno de Bulnes nombró a Bernardo Philippi agente de colonización de Chile en Alemania, y, a pesar de las numerosas trabas que encontró, logró dar a conocer las ventajas del lejano país americano para la emigración278. En 66 buques arribados hasta 1875 llegaron los colonos alemanes que se instalaron preferentemente en Valdivia, Osorno y Puerto Montt. En ellos cabe distinguir a los venidos por cuenta del Estado o de particulares, en general pertenecientes a los sectores populares, y a los espontáneos, integrantes de la burguesía movidos por razones políticas —la revolución de 1848—, pero también, y en no poca entidad, por posturas románticas y utópicas279. Un caso, no único, pero tal vez extremo, fue el del pintor Carl Alexander Simon, quien en carta a su cónyuge manifestó bien el espíritu que movía a varios inmigrantes:
Si hablo de las bellezas de este país se trata de una obligación justa que debo a la verdad. ¡Oh! En la paz de este hermoso país, en las noches poéticas de estos maravillosos bosques, a la vista de las tranquilas cabañas, donde vive despreocupadamente gente feliz que goza livianamente de la vida modesta280.
Y Domeyko dejó un sabroso retrato de un amigo alemán llegado a Chile impulsado por la fiebre minera, que, cansado de los secos parajes del norte, optó, impulsado “por su fértil imaginación”, por los bosques húmedos del sur, y se instaló en la Isla del Rey:
Por su aspecto, vestimenta y ademán sombrío, en este islote deshabitado parecía un Robinson en la isla de Juan Fernández. Era doctor en derecho y en ciencias naturales de la Universidad de Berlín, conocía a fondo varios idiomas y la literatura antigua; era, además, buen químico, físico, carpintero, ensayador y músico. Trajo consigo bastante capital, un montón de libros griegos y latinos, obras de filosofía de Kant y Schleiermacher, un buen gabinete de química, un valioso piano y herramientas de diversa clase. […] Le cayó en gracia la Isla del Rey por sus bosques y porque estaba deshabitada. Se construyó allí una casita, taló un trozo del bosque […] Tenía allí también un jardincito, porque estaba igualmente fuerte en jardinería281.
Se ha calculado la estructura profesional de los inmigrantes de Valdivia del periodo 1850-1875, que arroja un 45,1 por ciento de artesanos; un 28,5 por ciento de agricultores; un 13,4 por ciento de comerciantes, un 8,3 por ciento de funcionario e intelectuales, y un 4,7 por ciento de otros sin precisar282.
El proceso colonizador, que originó variadas proposiciones sobre la mejor forma de llevarlo a cabo, fue, desde el punto de vista administrativo, un modelo de improvisación. El gobierno desconocía algo tan obvio como la localización y la extensión de las tierras fiscales en que aspiraba a establecer a los inmigrantes. Y lo que suponía que eran tierras de esa naturaleza eran de propiedad de particulares. Esto, como era evidente, debía entorpecer el establecimiento de los colonos, lo que en efecto ocurrió. Pero la historiografía, sobre la base de las afirmaciones de Vicente Pérez Rosales contenidas en sus amenísimos y poco confiables Recuerdos del Pasado, adoptó el punto de vista de este:
Los especuladores, que solo buscan la más ventajosa colocación de sus caudales, solo vieron en la futura inmigración la feliz oportunidad de acrecerlos, y sin perder momentos, comenzaron a hacerse de cuantos terrenos aparentes para colocar colonos se encontraban en la provincia.
Siguiendo el ejemplo de estos caballeros, muchos vecinos, más o menos acaudalados de la provincia, hicieron otro tanto, sin acordarse de que esta ansia de lucro mal entendido y prematuro, cavaba, al lado de los cimientos que la ley había echado para alzar sobre ellos el asilo de los inmigrantes, una fosa que debía desplomar por completo el edificio y las risueñas esperanzas que el buen sentido fundaba en ella283.
Sin embargo, un examen detenido del problema permite llegar a la conclusión ya anticipada: fueron la desidia burocrática y la absoluta ignorancia que existía en Santiago sobre la zona austral las que dificultaron los primeros pasos de la colonización germana284. El propio Pérez Rosales confirmó esa ignorancia con inigualable candor:
Ni yo ni los hijos del norte sabíamos a punto fijo lo que era entonces la dichosa provincia de Valdivia, salvo la vulgar creencia de que era grande, en extremo despoblada y que llovía en ella 370 días de los 365 de que consta el año; y tanto era así, que en los momentos de emprender el viaje acababa de recibir del señor Ministro don Jerónimo Urmeneta un oficio en el que me decía que habiendo sabido con sentimiento que en la provincia no se daba el trigo, creía llegado el caso de decirme que le parecía conveniente comenzar a tomar medidas prudenciales para la traslación de los inmigrados al territorio