Familias fatales. Ben Aaronovitch

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Familias fatales - Ben  Aaronovitch Ríos de Londres

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que volverá a la iglesia el día que pidan disculpas —indicó.

      Lewis no había mostrado ni el más mínimo interés por lo oculto más allá de su necesidad de apreciar a Wagner o La flauta mágica, y no tenía ningún libro sobre magia; más bien, no tenía muchos libros en general.

      —Donó la mayoría de sus viejos libros cuando se mudó aquí —señaló Phillip—. Y decía que su Kindle era mucho más manejable para ir a trabajar a Londres. Ahora me siento resentido por todas las horas que pasó en ese tren. Pero le encantaba vivir aquí y no iba a dejar su empleo.

      Claro que Phillip no lograba entender el porqué.

      —Sé que no sacaba ni la más mínima satisfacción de ese trabajo —dijo. Phillip podría haberle empleado fácilmente en su propia compañía, que lograba financiación para las nuevas empresas de tecnología punta—. Odiaba trabajar en Londres, decía que odiaba la ciudad, y yo estuve rogándole que lo dejara durante al menos cinco años, pero no lo hizo.

      —¿No decía por qué? —pregunté.

      —No —respondió—. Siempre cambiaba de tema.

      Hasta entonces había estado haciendo garabatos, pero ahora me puse a tomar notas. Guardar un secreto levanta sospechas en la policía. Y, aunque estamos dispuestos a creer en la posibilidad de una explicación completamente inocente, nunca apostaríamos por ella.

      Le pregunté si había alguna faceta del trabajo de Richard como urbanista de la que hubiera hablado más que de otras, pero Phillip no había notado nada. Y Richard tampoco se había quejado de ningún incidente por corrupción o de si fue objeto de presiones para que influyera, de alguna forma u otra, en alguna decisión de planificación.

      —Y fuera lo que fuera lo que le retenía allí —dijo Phillip—, era obvio que se había cansado de ello, porque me dijo que iba a dejarlo. —Dejó de mirarme y buscó a tientas su taza de té para cubrir sus lágrimas.

      La madre volvió a entrar enérgicamente, vio las lágrimas y me lanzó una mirada asesina. Avancé rápidamente por la parte final del cuestionario, ofrecí mis condolencias una vez más y me marché.

      A Richard Lewis le había ocurrido algo sospechoso y posiblemente sobrenatural, pero, puesto que era evidente que no era un practicante, no conseguía pensar en cuál sería su conexión con el emocionante y mortal mundo moderno de la magia. Cuando volví a La Locura, dejé registro de ello y elaboré los dos informes requeridos. El pensamiento del policía en estas situaciones en las que faltan pistas es que o bien una línea de investigación completamente distinta resultará estar conectada a ella de una forma inesperada o nunca descubrirás qué coño estaba pasando.

      Mi instinto me decía que nunca averiguaríamos por qué Richard Lewis se tiró delante de un metro…, razón de más por la que nunca deberías confiar en tu instinto.

      Capítulo 4

      Asuntos complicados e imprecisos

      Tras los incidentes relacionados con la seguridad vial, los robos y los hurtos son los delitos más comunes que sufren los civiles (lo que la gente llama habitualmente ciudadanos ciudadanos). También son de los que más se quejan, sobre todo porque saben que el número de casos resueltos es bajo.

      —No sé por qué se molestan en anotar todo eso —dicen mientras exageran el valor de sus pertenencias para el seguro—. Tampoco es que vayan a pillarlo, ¿no? —A lo que no tenemos respuesta porque tienen razón. No vamos a atraparlos por ese robo en particular, pero a menudo les cogemos después y entonces conseguimos devolverles sus cosas, esas que ya han sustituido por otras mejores gracias al seguro. La mayor parte de las pertenencias recuperadas son porquerías, pero algunas llaman la atención de la Brigada de Patrimonio Histórico, que se las lleva, las fotografía y las sube a una base de datos que se llama, gracias al infalible oído de Scotland Yard para conseguir acrónimos melodiosos, LSAD: Directorio de Arte Robado de Londres.

      No dejan de decir que van a hacerla accesible al público, pero yo esperaría sentado. Un agente de policía que puede hacer consultas si consigue persuadir a su jefe más inmediato de que presione para que le den acceso a su Unidad de Mando Operacional a través de sus terminales. No es fácil cuando el jefe más inmediato en cuestión tiene un poco difusos los conceptos sobre bases de datos, búsquedas por Internet y, ciertamente, la mismísima noción de «jefe directo». Yo había conseguido tener acceso después de Año Nuevo, y ahora comprobar las nuevas adquisiciones se había convertido en parte de mi rutina matinal. «Cualquier cosa con tal de evitar el trabajo de verdad», era el veredicto de Lesley, y Nightingale me dirigía la misma mirada larga y de sufrimiento que me dedica cuando exploto accidentalmente los extintores, me quedo dormido mientras habla o no consigo conjugar los verbos en latín.

      Así que podrás imaginarte lo contento que me puse cuando, una fría y oscura mañana, quince días después de mi visita a Swindon, localicé mi primer hallazgo. Siempre empiezo con los libros raros y casi lo paso por alto porque estaba en alemán: Über die Grundlagen, die der Praxis der Magie zugrunde leigen, pero por suerte se había traducido como Sobre los conceptos básicos subyacentes a la práctica de magia, probablemente por el traductor de Google. Había una imagen en la portada que apuntaba a Reinhard Maller como su autor y 1799 como su fecha de publicación en Weimar. Busqué a Maller en el índice de tarjetas de la biblioteca mundana, pero no encontré nada.

      Anoté el número del caso, imprimí la descripción y se lo enseñé a Nightingale después, durante la práctica de esa mañana. Él tradujo el título como Sobre los fundamentos que subyacen a la práctica de la magia.

      —No presumas —dije.

      —Creo que será mejor lo guardes —dijo—. Y mira a ver si puedes averiguar de dónde ha salido.

      —¿Tiene algo que ver con Ettersberg? —pregunté.

      —Dios mío, no —respondió—. No todo lo que es alemán está relacionado con los nazis.

      —¿Es una traducción del Principia Artis Magicae?

      —No puedo decírtelo sin haberle echado una ojeada.

      —Me acercaré a Patrimonio Histórico —dije.

      —Hazlo más tarde, después de las prácticas.

      * * *

      Patrimonio Histórico, a la que sin duda el resto de la Policía Metropolitana conoce como la Brigada de Manualidades, recuperaba de vez en cuando algún objeto tan valioso que ni siquiera el almacén de pruebas del Nuevo Scotland Yard era lo suficientemente seguro para él. Para esos objetos alquilaban un espacio en la casa de subastas Christie’s, donde se ríen de los hombres araña, les retuercen la nariz a los ladrones internacionales de arte y tienen las medidas de seguridad más importantes, y se rumorea que ilegales, del mundo. Por eso a la mañana siguiente me encontré bajando por King Street en el barrio de St. James, donde ni siquiera la lluvia glacial podía borrar el olor a dinero.

      Tampoco pudo un cartucho de bombas incendiarias, en abril de 1941, cuando lo destruyó todo salvo la fachada del número 8 de King Street, la sede londinense de Christie’s desde 1823. La reconstruyeron en los cincuenta, razón por la que el recibidor era decepcionantemente deforme y tenía un techo bajo, aunque con un aire acondicionado caro y con los suelos de mármol.

      La

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