Familias fatales. Ben Aaronovitch
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Encontré al profesor Harold Postmartin, doctor en Filosofía, miembro de la RS y la B. Mon, inclinado sobre el libro en una sala de consultas del piso superior. Diseñada, me enteré después, para ser deliberadamente neutra y no distraerte de lo que fuera que se suponía que estabas consultando, toda la sala estaba enmoquetada en color beige, tenía las paredes blancas y unas sillas de falso estilo Bauhaus, de aluminio y lona negra. Postmartin estaba examinando su premio en un atril anodino. Llevaba puestos unos guantes blancos y utilizaba una espátula de plástico para pasar las páginas.
—Peter —dijo cuando entré—. Esta vez te has superado a ti mismo. De verdad que te has superado.
—¿Es bueno? —pregunté.
—Yo diría que sí —respondió Postmartin—. Un auténtico grimorio alemán. No había visto uno de estos desde 1991.
—Pensé que podría ser una copia del Principia.
Postmartin me miró por encima de sus gafas y sonrió.
—Sin duda, se basa en los principios newtonianos, pero opino que es mucho más que una copia. Mi alemán está un poco oxidado, pero creo que no me equivoco al decir que parece haber salido de la Weiβe Bibliothek de Colonia.
Mi alemán es peor que mi latín, pero me pareció que hasta yo podía traducir eso.
—¿De la Biblioteca Blanca? —pregunté.
—También conocida como la Bibliotheca Alba y como la sede central de la práctica de la magia alemana hasta 1798, cuando los franceses, que eran dueños de esa parte de Alemania por aquel entonces, cerraron la universidad.
—¿Entonces a los franceses no les gustaba la magia?
—Apenas —respondió—. Cerraron todas las universidades. Es uno de los desafortunados efectos secundarios de la Revolución Francesa.
Los detalles de lo que le pasó al contenido de la biblioteca anexa eran escasos, pero, según los documentos de Postmartin, toda la Weiβe Bibliothek se había trasladado en secreto de Colonia a Weimar.
—Donde, alentada sin duda por la ola creciente del nacionalismo alemán —dijo—, se convirtió en la Deutsche Akademie der Höhere Einsichten zu Weimar o en la Weimarer Akademie der Höhere Einsichten, para abreviar.
—Porque lo segundo es mucho más corto —aclaré.
—La Academia de Conocimientos Superiores de Weimar —dijo Postmartin.
—¿Conocimientos Superiores? —pregunté.
—Höhere Einsichten puede traducirse así o como «comprensión superior» —me explicó—. O de las dos formas, de hecho. El alemán es una lengua realmente espléndida para hablar de lo esotérico.
Aunque no era del todo la versión alemana de La Locura.
—Mucho más rigurosa, mucho menos petulante —dijo Postmartin, que pensaba que la Akademie había ido probablemente por delante de La Locura durante gran parte del siglo xix.
—Aunque a uno le guste pensar que estaban a la par hacia los años veinte —dijo. En la década de los treinta, se la había tragado la Ahnenerbe de Himmler, una organización dedicada a proporcionar tanto una infraestructura intelectual para el nazismo como una reserva interminable de malos desechables para Indiana Jones.
«Y volvemos a Ettersberg una vez más», pensé. Y a lo que fuera que Nightingale y sus funestos camaradas hubieran hecho allí en 1945.
Le pregunté si los alemanes tenían un equivalente contemporáneo de La Locura.
—Hay una sección de la Bundeskriminalamt (es decir, de la Policía Federal) establecida en Meckenheim y llamada Abteilung KDA, siglas de Komplexe und Diffuse Angelegenheiten, que se traduce como el Departamento de Asuntos Complejos e Indefinidos.
Dejando a un lado el maravilloso nombre, el Gobierno Federal mantenía una inconcreción poco alemana sobre las responsabilidades de dicho departamento.
—Una postura asombrosamente parecida a la tomada por sus homólogos de Whitehall con respecto a La Locura —dijo Postmartin—. En realidad, eso habla por sí solo.
—Supongo que nunca se te ocurrió descolgar el teléfono y preguntarles —dije.
—Eso es un asunto de Operaciones, así que no tiene nada que ver conmigo, me temo —indicó—. Y, además, no pensábamos que fuera necesario.
Entre los magos británicos supervivientes había sido un artículo de fe que la magia desaparecería del mundo. No hacía falta que establecieras vínculos bilaterales con organizaciones afines si tu razón de ser era irte evaporando como el casco polar ártico.
—Además, Peter —añadió—, si este libro realmente procede de la Biblioteca Blanca, entonces es bastante probable que los alemanes lo quieran de vuelta y yo, por mi parte, no tengo ninguna intención de dejar que me lo quiten de las manos. —Colocó su mano blanca y enguantada suavemente sobre la cubierta para enfatizar sus palabras—. ¿Cómo dieron con él en Patrimonio Histórico?
—Lo entregó un librero respetado —señalé.
—¿Cómo de respetado?
—Bastante, como es obvio —dije—. Colin and Leech, en Cecil Court.
—El ladrón debía de ser dichosamente inconsciente de lo que tenía entre manos —dijo Postmartin—. Es como intentar colocar —se jactó al pronunciar la palabra, evidentemente disfrutaba de su sonido— un Picasso en Portobello. ¿Cómo se lo arrebataron?
Le dije que no conocía los detalles y que iba a investigarlo tan pronto como acabáramos esa conversación.
—¿Y por qué no se ha hecho eso ya? —preguntó—. Dejando a un lado su calidad esotérica, sigue siendo un objeto muy valioso. Sin duda ya se habrá abierto una investigación, ¿no?
—No se ha denunciado el robo del libro —expliqué—. Por lo que respecta a Patrimonio Histórico, no hay ningún delito que investigar. —Y, dado que en Scotland Yard estaban tan seriamente machacones entonces con los recortes de los gastos, nadie tenía prisa por encontrar una excusa para trabajar más.
—Qué curioso —dijo Postmartin—. Quizás el propietario no se ha dado cuenta de que se lo han robado.
—Quizás el propietario sea el tío que intentó venderlo y quiera recuperarlo —anuncié.
Postmartin me miró, espantado.
—Imposible —dijo—. Un camión de seguridad viene de camino para llevarnos rápidamente a este libro y a mí a Oxford, donde estaremos protegidos. Además, si es el propietario, no se merece lo que tiene. A cada uno lo que le corresponde y esas cosas.
—¿Has contratado un camión de seguridad?
—¿Para