Matar un reino. Alexandra Christo
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—¿Quién más lo sabe? —pregunta.
—No se lo he dicho a nadie todavía —pongo énfasis en el todavía con más tosquedad de la necesaria—. Aunque no entiendo por qué te importa siquiera. Tu hermano tomó la corona hace más de diez años. No es que quieras reclamar el trono. Puedes ir adonde desees y hacer lo que quieras. Nadie querría asesinar a un miembro de la realeza que no puede gobernar.
Sakura me mira con franqueza.
—Soy consciente de ello.
—Entonces, ¿por qué el secreto? —pregunto—. No he escuchado nada sobre una princesa desaparecida, así que puedo suponer que tu familia sabe dónde estás.
—No soy una fugitiva —dice Sakura.
—¿Qué eres, entonces?
—Algo que nunca serás tú —se burla—: libre.
Pongo mi vaso en la barra más fuerte de lo que pretendo.
—Qué suerte para ti, entonces.
Es fácil para Sakura ser libre. Tiene cuatro hermanos mayores que reclaman el trono antes que ella, y ninguna de las responsabilidades que a mi padre le gusta recordarme que pesan sobre mis hombros.
—Me fui una vez que Kazue tomó la corona —dice Sakura—. Con tres hermanos para aconsejarlo, yo sabía que no tenía sabiduría para ofrecerles que no tuvieran ya. Tenía veinticinco años y sin gusto por la vida que llevaría un miembro real que nunca gobernaría. Se lo dije a mis hermanos. Les dije que quería ver algo más que nieve y hielo. Quería color —me mira—. Quería ver el dorado.
Resoplo.
—¿Y ahora?
—Ahora odio ese repugnante tono.
Río.
—A veces siento lo mismo. Pero sigue siendo la ciudad más bella de los cien reinos.
—Debes saberlo mejor que yo —dice Sakura.
—Sin embargo, aquí estás.
—Un hogar es difícil de encontrar.
Pienso en la verdad que esas palabras encierran. Lo entiendo mejor que nadie, porque en ninguno de los lugares a donde he viajado me he sentido realmente en casa. Ni siquiera en Midas, que es tan hermosa y llena de tanta gente que amo. Estoy seguro aquí, pero no siento como si perteneciera a este lugar. El único sitio al que podría llamar hogar de verdad es el Saad. Y está en continuo movimiento y transformación. Rara vez en el mismo lugar dos veces. Tal vez me encanta porque no pertenece a ninguna parte, ni siquiera a Midas, donde fue construido. Y aun así, pertenece a todas partes.
Doy vueltas a lo que queda de whisky en mi vaso y miro a Sakura.
—Entonces sería una pena si la gente descubriera quién eres. Ser un inmigrante de Págos es una cosa, pero ser un miembro de la realeza sin país es otra. ¿Cómo te tratarían?
—Pequeño príncipe —Sakura se humedece los labios—, ¿estás tratando de chantajearme?
—Claro que no —digo, aunque mi voz indica algo más—. Sólo estoy diciendo que sería inconveniente si los demás se enteraran. Sobre todo, teniendo en cuenta a tus clientes.
—Para ellos —dice Sakura—: intentarían usarme y yo tendría que matarlos. Probablemente tendría que matar a la mitad de mis clientes.
—Creo que eso sería malo para el negocio.
—Pero ser un asesino ha funcionado muy bien para ti.
No reacciono a sus palabras, pero mi falta de emoción parece ser justo lo que Sakura busca. Ella sonríe, tan hermosa, a pesar de que la burla es obvia. Es una lástima que me doble la edad, pienso, porque es sorprendente cuando es perversa y salvaje bajo lo que aparenta.
—Ven a Págos conmigo —digo.
—No —Sakura se aleja de mí.
—No, ¿no vendrás?
—No, eso no es lo que quieres preguntar.
Me pongo en pie.
—Ayúdame a encontrar el Cristal de Keto.
Sakura se vuelve otra vez hacia mí.
—Ahí está —no hay señales de ninguna sonrisa en su rostro ahora—. Lo que quieres es alguien de Págos que te ayude a escalar la Montaña de la Nube y encontrar tu cuento de hadas.
—Sería imposible pasear por ahí y escalar la montaña más mortífera de tu país sin tener idea de con qué me voy a enfrentar. No sé siquiera si tu hermano me permitirá entrar. Contigo a mi lado, puedes aconsejarme sobre el mejor curso de acción. Decirme la ruta que debo tomar. Ayudarme a convencer al rey para que me dé un pase seguro.
—Soy una experta en escalar montañas —la voz de Sakura es totalmente sarcástica.
—Estuviste obligada a hacerlo en tu decimosexto cumpleaños —intento ocultar mi impaciencia—. Cada miembro de la realeza de Págos lo está. Podrías ayudarme.
—Tengo un corazón muy cálido.
—Estoy pidiendo…
—Estás suplicando —dice ella—. Y por algo imposible. Nadie más que mi familia puede sobrevivir a la escalada. Está en nuestra sangre.
Golpeo mi puño sobre la mesa.
—Los libros de cuentos pueden decir eso, pero yo sé más. Debe haber otra ruta. Un camino oculto. Un secreto guardado en tu familia. Si no vienes conmigo, entonces dime cuál es.
—No serviría de cualquier forma.
—¿Qué significa eso?
Pasa la lengua por sus labios azules.
—Si este cristal existe en la montaña, seguramente está escondido en la cúpula cerrada del palacio de hielo.
—Una cúpula cerrada —digo de manera inexpresiva—. ¿Estás inventándotelo mientras hablamos?
—Conocemos perfectamente las leyendas escritas en todos esos libros para niños —dice—. Durante generaciones, mi familia ha intentado encontrar el camino a esa habitación, pero no hay otra entrada que la que se puede ver claramente y no hay forma de forzarla. Está sellada mágicamente, tal vez por las propias familias originales. Lo que se necesita es una llave. Un collar perdido en nuestra familia. Sin eso, no importa cuántas montañas escales. Nunca podrás encontrar lo que estás buscando.
—Déjame preocuparme por eso —digo—. Encontrar tesoros perdidos es una de mis especialidades.
—¿Y el ritual necesario para liberar el cristal de su prisión? —pregunta Sakura—.