Las Celebraciones Dominicales en ausencia de presbítero. Varios autores
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3 Contravalores, defectos y peligros de las ADAPCiertamente que hay también algunos peligros que deben evitarse. Pero todos los contravalores, tanto los de tipo teológico como los de práctica pastoral, son muy inferiores a los valores positivos que nos ofrecen las experiencias realizadas principalmente en Francia, en este tipo de celebraciones.El cardenal Knox señalaba el peligro de confusión en el espíritu de los fieles, así como la falta de normas, directrices y modelos de celebraciones, ya que el Misal Romano está hecho para las celebraciones presididas por un presbítero y no para celebraciones dirigidas por laicos. El papa Pablo VI, con motivo de una de las jomadas mundiales por las vocaciones sacerdotales, refiriéndose a estas celebraciones dirigidas o presididas por laicos y en ausencia de presbítero, quiso aclarar que no pueden suplir jamás el ministerio de los presbíteros, ni el testimonio de los consagrados; olvidar el problema vocacional sería un grave riesgo para la Iglesia.69Los documentos del episcopado francés denuncian también algunos de los peligros en que se podría caer y que deben evitarse. Citemos algunos:Peligro de que la comunidad se cierre en sí misma, olvidando la comunión con otras comunidades, con la Iglesia universal, con el sacerdote y la jerarquía. Esto no crearía comunidades vivas sino grupos eclesiales de tipo familiar; faltaría una autentica relación eclesial que debe ser siempre bien clara y perceptible.Si estas comunidades son muy pequeñas y reducidas por contar con pocos miembros, se puede caer más fácilmente en este peligro; probablemente incluso faltarían elementos animadores para el bien de la misma celebración. Entonces en lugar de resolver el problema, podrían crearse otros que podrían ser peores porque se disminuiría el sentido de cuerpo místico de Jesucristo y reduciría la Iglesia a una capilla.Algunos encuentran el defecto de que este tipo de celebraciones responden a iniciativas demasiado numerosas, espontáneas y de carácter experimental, sin que haya la suficiente seriedad y formalidad jurídica que les dé un carácter del todo eclesial, tanto por parte de la celebración como de los animadores dirigentes.Hay también quien acusa a las ADAP de incompletas. No celebran el sacrificio de Jesucristo que solo puede presidir el ministro sacerdote, ordenado por el obispo. Se intenta hacer una «quasi misa» sin sacrificio, sin consagración. El mismo animador intenta ser un «quasi cura» sin serlo de verdad, y con el peligro de que vean en él, el convocador y centralizador de la comunidad. Por ello algunos piden que tales celebraciones no se parezcan en nada a las celebraciones eucarísticas.Otro peligro sería el de acostumbrarse por comodidad a estas celebraciones, llegando a valorar más las ADAP que la misma Eucaristía, incluso con el peligro de olvidar la práctica dominical.En cuanto a los dirigentes o animadores de estas celebraciones, hay que evitar el clericalismo de los laicos, y la competencia entre personas y grupos. Podrían excederse en su misión como también faltar por defecto, tanto en número como en calidad.Podría suceder también que estas comunidades obsesionadas por el culto, olvidaran tanto la catequesis como la misión. Deberían preguntarse estas asambleas hasta que punto suscitan la misión y son signo del pueblo de Dios: ¿No deberían promoverse las reuniones de tipo apostólico, caritativo, etc., más que las asambleas cultuales, cuando no puede estar presente el sacerdote?Finalmente se señala otro peligro que es la incomprensión del pueblo que se deja llevar por el peso de las costumbres y tradiciones.Experiencias hechas en Alemania dan este resultado de poca aceptación, precisamente por ser pueblos de tradición católica no familiarizados con este tipo de asambleas.
4 Condiciones básicas
De los documentos del episcopado francés se deducen algunas condiciones que se consideran imprescindibles para las ADAP, sobre todo después de haber revisado algunas experiencias ya realizadas. Tales condiciones podrían clasificarse en tres grandes grupos:
1 Los que hacen referencia a los sacerdotes ausentes.
2 Los que hacen referencia a los animadores de las ADAP.
3 Los que hacen referencia a las mismas celebraciones y a la comunidad.
a) Los presbíteros ausentes. Cuando el presbítero está ausente de la asamblea dominical, hay que dejar en claro tres cosas:
1 Que el presbítero ordenado es imprescindible para celebrar la Eucaristía Solamente él ha recibido el orden sacerdotal, en virtud del cual puede consagrar el pan y el vino de la Eucaristía, y puede ofrecer el sacrificio que es el memorial de la cruz, dando así a la asamblea la plenitud y perfección de la oración de alabanza y de acción de gracias.
2 El sacerdote ordenado no puede recorrer demasiados lugares celebrando rápidas misas, ni tampoco puede dejar demasiado abandonados a los cristianos de pequeños pueblecitos. Las ADAP intentan solucionar en parte el problema, pero deben ser planificadas y preparadas por equipos de sacerdotes y laicos.
3 Aunque el pastor esté ausente, la asamblea se reúne bajo su responsabilidad pastoral y doctrinal. Por tanto el sacerdote no queda excluido sino que es el responsable y en cierto sentido animador de estas asambleas, que por su esquema litúrgico están unidas al presbítero y por él a la Eucaristía. El sacerdote ausente deberá responsabilizar al equipo animador, e ir con regularidad a celebrar la Eucaristía en estas pequeñas localidades.
b) El equipo animador. La responsabilidad del equipo animador debe entenderse como un servicio que se hace a la Iglesia, jamás debe imaginarse como un poder usurpado al presbítero. Es muy conveniente que no sea una persona sola sino un equipo diverso y pastoral en el que colaboren religiosos, religiosas y laicos, animados por el sacerdote responsable, aunque después esté ausente de la celebración. Estos equipos son más significativos y eficaces que una persona sola; al mismo tiempo son más expresivos del pueblo de Dios, tienen más eficacia y aseguran una fe más profunda y una vida misionera más viva. La misión de los responsables es eminentemente pastoral en la asamblea, cada uno según su competencia y misión en el pueblo de Dios. 70
Aunque la Iglesia confía ministerios a los laicos, siempre lo hace con un cierto orden y prudencia, cuando es conveniente. Requiere el mandato del obispo, que lo da según la responsabilidad, conducta y formación de los laicos, teniendo en cuenta no solo que sean técnicos especializados en la lectura, canto, animación, etc., sino que sean sobre todo cristianos con testimonio en la vida diaria, disponibles y competentes; que aseguren su permanencia, la fidelidad y la unidad de acción.