Summa Cosmologiae - Breve tratado (político) de inmortalidad. Fabián Ludueña Romandini

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Summa Cosmologiae - Breve tratado (político) de inmortalidad - Fabián Ludueña Romandini Biblioteca de la Filosofía Venidera

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según lo han establecido los filólogos, estaba por su parte vinculado a una entidad supracósmica e impersonal (Pohlenz, 1953: 418-438). Resulta de un proceso histórico que comienza con la sofística, la escisión de ambos conceptos y su oposición de sentidos que no dejarían, a partir de entonces y salvo honrosas excepciones, de restringirse cada vez más a favor de su acepción material (Stier, 1928: 225-258). La oposición, bajo distintas denominaciones, no dejaría de marcar durablemente el derrotero del pensamiento occidental hasta el ocaso de la metafísica. Incluso aquellos que pretendieron acotolar a esta última como desorden del discurso, no pudieron evitar expresarse según las mismas dicotomías de esa metafísica que vanamente combatían. Así, Alfred Ayer concluye, al examinar el problema de la verificación, que “realmente las formas de las proposiciones básicas dependen en parte de convenciones lingüísticas (linguistic conventions), pero también en parte de la naturaleza de lo dado (the nature of the given) y esto es algo que no podemos determinar a priori” (Ayer, 1936-1937: 150). Entre la convención y lo dado, la polaridad sofística emerge nuevamente en el fulgor final de quienes pretendieron expurgar a la filosofía de una metafísica que, de cualquier modo, había agotado ya sus posibilidades.

      # 7.

      Desde los tiempos sofísticos, la polaridad entre physis y nómos constituye uno de los zócalos metafísicos y antropotecnológicos sobre los cuales se ha constituido el destino político de Occidente, desde su alba hasta su presente agonía. Por esta razón, cada momento en que la articulación entre physis y nómos ha sido redefinida en el curso de la historia, una mutación civilizacional sobrevino como consecuencia necesaria. Si de algún comienzo ha de tratarse, no puede soslayarse el carácter decisivo del fragmento de Antifonte para la oposición physis – nómos (Heinimann, 1965: 133). El sofista declara que “las exigencias de las leyes son adventicias (epítheta); las de la naturaleza, por su parte, necesarias (anankaîa). Los preceptos legales (tôn nòmo) son el fruto de la convención (omologe), no son innatos (phúnta); sí lo son, al contrario, los de la naturaleza (tês physeos), ya que no resultan de una convención (ouk omologethénta)” (Antifonte In: Diels – Kranz, 2004-2005, volumen II: B 44 = A Col. I).

      La caracterización de Antifonte implica la postulación de la relación physis – nómos en términos de una antinomia irreductible: dos reinos separados resultan del todo incompatibles y si la pólis se construye sobre el designio del nómos, los hombres instruidos deben saber que el secreto de la política es seguir, al contrario, los dictados de la physis en toda ocasión que sea posible. La escisión entre los dos polos de la antinomia abre el espacio de la política en Occidente y de la concepción del poder nomotético como rasgo distintivo de los agrupamientos humanos. Con todo, la preeminencia de la physis aconsejada por los sofistas en desmedro del nómos estaba pronta a socavar esos mismos cimientos desde el origen.

      Consciente de los riesgos de la apuesta sofística, Platón evoca, en el Político, el tiempo mítico de los demonios que regían el mundo sin la necesidad de los dispositivos jurídicos. Sin embargo, en Leyes, Platón hace recaer en el concepto de ley un articulador metafísico decisivo (De Romilly, 1971: 195). Así, podemos leer que:

      …la opinión (dóxa), la atención (epiméleia), la inteligencia (noûs), el arte (téchne) y la ley (nómos) deben existir antes que las cosas duras o blandas, pesadas o ligeras; y asimismo, los productos y obras grandes y anteriores deben ser del arte, precisamente por hallarse entre los primarios; y lo debido a la naturaleza y la naturaleza misma […] será posterior, y derivará su principio del arte y la inteligencia. (Platón, Leyes, 892b).

      De este modo, el nómos será ejemplo y articulador de los “elementos primarios (tà prôta)” invirtiendo la polaridad sofística. La apuesta platónica consistirá en proponer que lo aparentemente artificial (el nómos) pertenece en realidad al orden metafísico de lo real eminente mediante el ámbito eidético mientras que, al contrario, la physis es metafísicamente segunda. En este sentido, al estar fabricada por el Demiurgo, resulta ser la verdadera portadora de lo artificial en el ámbito de lo existente.

      # 8.

      Los dispositivos tanto de la sofística como de Platón son estructuralmente solidarios: donde en un caso un polo toma la delantera, como la physis en el caso de la sofística, en el otro lo hace el nómos filosófico como entidad jerárquicamente superior en la escala del Ser. Sin embargo, las dos polaridades mantienen su tensión, y en el espacio de su intermediación la vida humana se tornaba posible. No puede soslayarse, no obstante, la inquietud platónica: si el filósofo sintió la necesidad de invertir el dispositivo metafísico las razones eran de peso pues entrevía que una physis elevada a categoría suprema podría, por efecto de su constitución, llevar al mundo humano a una ruina ineluctable.

      Sobre esta tela de fondo, la audacia del cristianismo no puede ser minimizada pues produjo, mediante una nueva articulación de la physis y del nómos una mutación civilizacional que puso fin al mundo antiguo. La teología política cristiana ensayó una hipótesis inédita al intentar, por primera vez, una fusión absoluta de la polaridad en el Uno ordenador del Dios soberano del cosmos. Como aclara Clemente de Alejandría, “la ley de la que yo hablo es regia (Basilikós) […] y viva (émpsychos); también es la recta razón (ho orthós lógos)” (Clemente de Alejandría, Stromata II, 19.1). La fuente del pasaje de Clemente alejandrino se encuentra, como ha sido señalado, en el fragmento 169 de Píndaro (Richardson, 1962: 188-196).

      Ahora bien, según los términos de su contenido, el evento mesiánico puede traducirse perfectamente como un acto metafísico supremo que operó sobre esta escisión antropotecnológica originaria haciendo que el nómos se viese, de pronto, imbuido de la vida propia de la physis. La figura del Mesías como “ley viviente” no hace sin mostrar que el nómos adquiere la fuerza de la vida natural y, al mismo tiempo, toda la naturaleza es ahora el asiento del orden nomotético. Con todo, cabe resaltar que en su fusión en el Uno, la polaridad subsiste aun en un modo similar al que, en el dogma trinitario, las personas de la divinidad son una y tres al mismo tiempo. Por esta razón, el Mesías es ley viviente, vale decir, es physis y nómos articulados por la eficacia de una onto-teología que afirmaba la unión indeclinable de que aquello que, en el plano metafísico, podía todavía distinguirse como ámbitos cuyas diferencias podían ser predicables del acto mismo que había permitido la convergencia en el rasgo unario.

      # 9.

      El declive del cristianismo desanudó, para la Modernidad, el intento de asimilación sin fusión que había llevado adelante la teología política con la polaridad fundamental. A partir de allí, las ciencias intentarán hacerse cargo del sentido y de la forma de la polaridad que buscarán sustraer de la filosofía para confiarla a nuevas manos y, en el mismo gesto, sellar definitivamente la suerte de Homo. En el acmé de las Humanidades del siglo XX, Claude Lévi-Strauss cimentó el sueño de remontarse nuevamente al evento antropotecnológico originario con la esperanza de encontrar en él un punto de sutura. En un último acto, glorioso, de dotar de un nuevo destino histórico a Homo, el antropólogo pudo enunciar:

      Todo lo que es universal en el hombre corresponde al orden de la naturaleza y se caracteriza por la espontaneidad, mientras que todo lo que está sujeto a una norma pertenece a la cultura y presenta los atributos de lo relativo y de lo particular. Nos hallamos confrontados entonces con un hecho, o más bien con un conjunto de hechos que, a la luz de las definiciones precedentes, no está lejos de presentarse como un escándalo: nos referimos a este conjunto complejo de creencias, costumbres, estipulaciones e instituciones que se designa de modo sumario con el nombre de prohibición del incesto. La prohibición del incesto presenta, sin el menor equívoco e indisolublemente reunidos, los dos caracteres en los que hemos reconocido los atributos contradictorios de dos órdenes excluyentes: constituye una regla, pero una regla que, única entre todas las reglas sociales, posee al mismo tiempo un carácter de universalidad. (Lévi-Strauss, 1967: 10).

      En el fondo de la historia antes de la historia, Lévi-Strauss podía subir la

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