Tiembla, memoria. Catalina Murillo

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Tiembla, memoria - Catalina Murillo страница 3

Автор:
Серия:
Издательство:
Tiembla, memoria - Catalina Murillo Sulayom

Скачать книгу

es perenne somnolienta. Se restriega los ojos, se recuesta en el sofá y me responde en medio de un bostezo:

      —Te han estafado. Te han vendido el síntoma por la enfermedad. Saca el whisky, anda.

      —No soy nada sin un hombre –le explico mientras me alejo a buscar la botella y dos vasos para iniciar la alquimia–. Necesito un macho a mi lado, un ser erecto y pertinaz, como dice el poema, ¿te lo recito?

      —Cata, no me seas pesadilla.

      —Soy una mujer presa en un cuerpo de mujer.

      —Hay casos peores.

      —No alcanzo a sentirme un ser autosuficiente, ni puedo considerar a los hombres meros vehículos para el fornicio, ¡y mira que lo intento!, pero nada: no logro diferenciar entre amor y voluptuosidad.

      —Lo normal a nuestra edad –dice Patiño como lo más obvio–. Por eso ya no practico el sexo.

      —¿Cómo? –La bandeja está a punto de caérseme al suelo–. ¡Traición! ¡No puedes hacerme esto!

      —No seas manipuladora, Cata. La carne todo lo enreda. No haré proselitismo. Cada una lo tiene que descubrir por sí misma.

      —Pe… pe… pero… Yo te estaba esperando para salir a recorrer las calles madrileñas en busca de amor… o sus sucedáneos.

      —Saldremos, saldremos –me dice con tono maternal y para demostrármelo se pone a buscar algo en los bolsillos de su holgada chaqueta de safari. Saca un sobre, lo abre mirándome como disponiéndose a entregarme un óscar y extrae de él dos cartoncitos satinados–. Mira lo que nos espera –dice extendiéndomelos.

      Son dos invitaciones para el estreno, esta misma noche, de la opera prima de Piroulette, un excompañero suyo de la Escuela de la Real Imagen, o Real Escuela de la Imagen, se me dislocan los factores.

      —¡Albricias! No puedo concebir mejor ocasión para que tú y yo salgamos, amiga, a investigar en alma y cuerpo el fenómeno amoroso –digo enfatizando las dos últimas palabras. Sé que le va a fastidiar ese recuerdo y aún así lo invoco. Incongruencias de la amistad.

      —Amatorium phænomena… –suspira ella y la verdad no pensé que se ensombrecería tanto–. Era un buen título –murmura recordando el ensayo audiovisual que se propusiera hacer acerca del amor erótico.

      Patiño leyó durante meses lo que no está escrito, llenó fichas y ficheros, hasta que al final no halló por dónde coger el tema y abandonó carpetas. Son demasiados los proyectos que ha ido dejando por el camino. Son todos. Su perfeccionismo extremo la ha condenado a la inacción.

      —Catalina… –susurra mi nombre con una derrota amarga en la voz–. Durante las once horas de trayecto me pareció que el traqueteo del tren me decía “fracasarás, fracasarás, fracasarás”.

      —Pero Patiñito…

      No me atrevo a decirle que, si el fracaso existe, ella ya ha fracasado, y ese es su gran éxito. Ha llegado en primer lugar a la estación donde nos encontraremos todos.

      Patiño enciende un pitillo y arruga la cara con desagrado.

      —Cata… yo estoy menguando. Hay algo antinatural en mi encierro. No sé si estoy encerrada por intolerante o soy intolerante por estar encerrada. –Me mira invitándome a la reflexión y me pregunta–: ¿Tú qué dirías, con la edad eres más o menos tolerante?

      Me lanza la cuestión para distraerme, adicta de mí a la dialéctica. Le digo que soy más tolerante pero también más exclusiva, contradicción que trato de enmendar a toda costa, improvisando argumentos, por lo que apenas escucho cuando Patiño confiesa:

      —He venido a la Capital del Reino a hacer contactos.

      —¿Qué?

      La miro sorprendida. Me dice titubeante que no sabe muy bien qué es eso de “contactos”, pero que ha estado dándole vueltas en el último año de su retiro y cree adivinar que ese misterioso asunto de los “contactos” es la base de la sociedad. Levanta los ojos y entre pinceladas de humo me mira indefensa.

      —Suena horrible, Patiño, pero tú has venido a Madrid a incorporarte a la ruleta laboral.

      Afirma, contrita. Y espera que yo le explique cómo se hace eso. Qué es eso de hacer contactos o eso otro de “moverse”, cómo entra uno en el mundo, cómo se gana uno un sitio a codazos, qué son todas esas figuras poéticas, me pregunta.

      Cata, esa mísera tuerca de un engranaje que apenas barrunta, qué le puede decir.

      —¿Que cómo entré? Por azar. Por azar de cuna, porque así como unas tienen espigados cuerpos de pasarela, yo tengo ingenio, sagacidad y un malévolo olfato que me hace saber qué quiere escuchar cada cual en qué momento. Y por azar del mercado, créeme, porque mi currículum cayó en manos de uno que encontró gracioso mi nombre, porque convenía contratar a una latinoamericana, porque alguien se construye una leyenda contigo, antes de conocerte. Y te manda llamar. Y según su estado de ánimo decide que encajas, o no, en su fantasía.

      —¿Intentas parecer modesta?

      —Tengo un sueldo suculento, pero eso no quiere decir que yo sea peor que tú.

      —Ja.

      —Una vez que estás dentro, estás tan indefensa o más que cuando estás fuera. Cuando tienes un “trabajo” como el mío sabes que estás ahí como podrían estar cientos de personas. Te pagan mucho pero te sabes innecesario, cómo explicarte esta paradoja: el sueldazo te lo dan para humillarte. Te pagan mucho para que tú misma te extrañes y te desprecies. ¡Y más te vale!, porque el día que te creas merecedora de lo que tienes, el día que pienses que vales lo que te pagan, ese día… ¿Por qué me miras así, si se puede saber?

      —¡A las barricadas! –exclama victoriosa y no por ello menos burlona y vengativa Patiño. Un día le dije que ella había sido comunista hasta lo del Muro y había recobrado ánimos con lo de las Torres, y todavía no me perdona la gracia.

      —Escucha, pequeña mujercita: todos los mediodías, en el comedor de Megaloideas.es, me maravillo frente al plato de lentejas. ¿Cómo va a ser, cómo ha llegado ahí y sobre todo: cómo me lo he ganado? Yo y todos en el comedor de cola y bandeja, ¿qué hemos hecho durante la mañana?

      —Sí, ¿qué hacéis? No consigo entenderlo.

      —Ni tú ni nadie. Producir lenguaje, es en síntesis mi trabajo, escribir sandeces en la arena del ciberespacio o hacer vídeos para atrapar adolescentes de hasta cuarenta años en nuestra red. Vigilamos lo que pasa en la tele para reflejarlo de inmediato en nuestra página, aunque este año acuñamos un par de frases que después adoptaron los medios. Esto se considera un gran logro, de ahí mi ascenso. Nos copiamos unos a otros por miedo a quedarnos “fuera” de un “dentro” que nosotros mismos hemos inventado. Ya nadie sabe quién gana con todo esto, quién tiene la culpa de qué, quién es la víctima, quién el verdugo. Produciendo abstracciones nos ganamos el plato concreto de comida. Yo no sé cómo no revienta el mundo.

      —¡Va a reventar! –me interrumpe Patiño, que por lo menos es de esos que no disimulan su regocijo ante la proximidad del fin de los tiempos. Los que vaticinan el apocalipsis lo hacen jubilosos, por eso nadie les cree.

      —El

Скачать книгу