El adolescente y sus conductas de riesgo. Ramón Florenzano
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• La educación chilena, como en muchos otros países latinoamericanos, experimentó un crecimiento explosivo a lo largo de este siglo: desde ser un fenómeno de élites a comienzos de éste, se masificó alrededor de las décadas del 40 y 50, primero en el nivel primario, llegándose a muy altos porcentajes de población alfabetizada (en el 2001 el porcentaje de analfabetismo para el grupo de edad entre 15 a 29 es de un 1,09%) (Fuente: INE: Censo de Población y Vivienda 2002.), o en el secundario, en la década de los 60, y finalmente en el universitario y técnico, en la década de los noventa. La cobertura educacional para la enseñanza media aumentó de poco menos de un 50% en la década del setenta a un 87% en 2002. En términos generacionales, el grupo de edad juvenil presenta un mayor nivel de escolarización que las generaciones de sus padres y mucho más que la de sus abuelos, procesos ligados a la urbanización del país, así como a la expansión de la cobertura educacional de las últimas décadas. Esta expansión es también patente en el nivel superior: Chile terminó la década del 80 con 34 universidades y 53 institutos profesionales. En el 2001 las universidades habían aumentado a 63, los institutos a 51 y los centros de formación técnica a 112. En todo caso, la situación chilena se compara favorablemente con el resto de la región de las Américas. En cuanto a educación, los datos del Banco Mundial para 2001 muestran que el porcentaje de niños inscritos en el sistema primario en Chile fue de 99%, superior al promedio de América Latina (94%). El porcentaje de inscritos en el nivel secundario subió de 37% en 1970 a un 96% en el 2001, y aquél en la educación superior ascendió de 13 a 23%. Los porcentajes equivalentes en el nivel secundario para América Latina fueron de 28 y 66% para el año 97, y para el nivel terciario de 11 a 23%. En los EE.UU., el ascenso equivalente para la educación superior fue de 56 a 76%. (Fuente: MINEDUC: Estadística de la Educación 2002.)
A comienzos del siglo, para la mayoría de los chilenos la relación entre familia y trabajo era directa: se trabajaba directamente dentro del seno de la familia, o se pasaba de la familia al trabajo directamente, sin intermediaciones. En la medida que el sistema educacional se masificó, la escuela medió en forma cada vez más importante la transición entre familia y trabajo, transformándose en una instancia potenciadora a veces, y una barrera en otros casos, para la inserción laboral de los individuos. Este cambio se liga a la disminución de las ofertas laborales para los jóvenes: la tasa de desocupación juvenil ha sido creciente, a pesar de los avances de la expansión del sistema educacional antes descrito: los adolescentes en 1988 tenían un desempleo que equivalía a 2,1 veces la tasa nacional, índice que en 1996 aumentó a un 2,3, lo que evidenció una mayor desocupación relativa de los jóvenes. (Harald Beyer (autor) Estudios Públicos N° 71, 1998.)
Mucha de la frustración por esta falta de ajuste entre los sistemas laboral y educacional explican la sensación de "ausencia de futuro", como un autor colombiano ha denominado a la situación recién descrita, imperante entre muchos adolescentes y jóvenes(22). En especial, el proceso de ampliación de la educación superior ha llevado a una estratificación de las instituciones universitarias que tiene que ver tanto con el origen social de los alumnos, como con la calidad de la educación que se imparte en su interior. Una serie de estudios muestra con claridad la diferencia de origen social de los alumnos de las universidades según éstas sean consideradas de elite o de masa, públicas o privadas. La calidad de la educación brindada por las universidades así llamadas tradicionales se liga a un compromiso aún existente del profesorado, y con otros hechos como el tiempo de dedicación de los docentes, la presencia de profesores con estudios de posgrado y la existencia de investigación. En el nivel medio es donde se ha segregado en forma más intensa la calidad de la educación: la ventaja histórica de las universidades públicas tradicionales ha desaparecido en el caso de los liceos públicos, y hay una estratificación cada vez mayor en el sistema secundario de educación.
• Progresiva desideologización y secularización de la sociedad. Este fin de siglo ha presenciado el crepúsculo de las ideologías. Quizá el mismo entusiasmo con que hace cien años se pensaba que los sistemas filosóficos entonces en boga como el marxismo o el psicoanálisis podían explicar muchos fenómenos y carencias humanas, y abrían un nuevo cauce al ideal racionalista de los dos siglos que terminaban, se ha colocado hoy día en insistir en que no existen sistemas verdaderos, y que toda aspiración a un conjunto de principios y valores que guíen la vida de las personas es fútil. Esta actitud relativista de muchos intelectuales y líderes de opinión actuales impacta particularmente a los jóvenes. El adolescente, por razones que profundizaremos más adelante, tiende a buscar en forma activa un sentido para su vida. Por largo tiempo la religión y las ideologías proporcionaban un cauce al altruismo e idealismo juveniles. Hoy, al primar una actitud escéptica y desilusionada acerca de las posibilidades de la humanidad, el joven se siente, a veces, obligado a vivir en tiempo presente. Si no se le ofrece un futuro, sea laboral, sea en términos de una misión trascendental que acometer, el adolescente con cierta razón tiende a vivir en el "aquí y ahora", adoptando actitudes hedonistas o emotivistas con respecto a su propia vida. La ciencia positiva empírica, que por una parte aporta los avances tecnológicos y prácticos que impresionan e impactan a diario, no ofrece por otra un sistema de creencias que le permita despegarse de una actitud consumista en tiempo presente. Muchas de las conductas de riesgo que revisaremos después se pueden relacionar con esta falta de compromiso vital
Nuestra evidencia empírica con respecto a la religiosidad de los adolescentes proviene de estudios acerca de las características de los adolescentes escolarizados santiaguinos(23). En ese estudio, encontramos que, si bien la adscripción religiosa informada por los jóvenes es alta (el 88,3% de los jóvenes se describe como católico o perteneciente a otra religión cristiana), la observancia religiosa real es baja: solo el 19% dice ser muy religioso en el sentido de asistir semanalmente a un oficio religioso, como misa dominical u otro rito. En cuanto a adscripción ideológica, la tendencia mostrada por diversas encuestas es que el interés de los jóvenes por la política, el nivel de satisfacción y la percepción juvenil de la eficacia de la democracia han decaído notablemente en Chile(24). Un estudio del Instituto Nacional de la Juventud de Chile afirma: "Los jóvenes no se sienten incorporados a esta democracia que se institucionaliza como representativa, a la política que se profesionaliza (carrera que exige destrezas, dedicación exclusiva, estructura jerárquica de cargos y tareas y que deviene en acuerdos y negociaciones infinitas y lejanas)"(25).
• Inestabilidad de las estructuras familiares. Para la mayoría, la estructura social en la que se inserta la propia vida es la familia. Se nace en una familia, se forma una familia, se muere en familia. Para la mayoría, la familia es el marco de la propia biografía. La institución familiar también ha sufrido cambios y desafíos cada vez mayores a lo largo de esta centuria. Hace pocos días, el titular de un semanario internacional se preguntaba si estaba obsoleto el matrimonio(26). Se plantea el que no existe uno sino muchos tipos de familias. Las cifras de divorcios tienden a aumentar en muchas latitudes. En nuestro estudio sobre jóvenes santiaguinos, encontramos que el 20,6% de los adolescentes encuestados decían que sus padres estaban separados. En países del primer mundo estas cifras son mucho mayores: la tasa de divorcio (calculada como porcentaje sobre el total de matrimonios contraídos) para 1995, de acuerdo con el Informe Mundial de Desarrollo (op. cit) fue para Finlandia de 58%, para Dinamarca de 49%, para Suecia y para los Estados Unidos, de 48%. Esto se compara con un 17% para Polonia, un 11% para España, un 8% para Italia y un 4% para Portugal. Esta así llamada "crisis de la familia" en nuestra época también impacta poderosamente a los jóvenes. En nuestras encuestas, éstos señalan cómo uno de los elementos cruciales en el propio proyecto de vida es el poder formar una familia. A pesar de que muchos de ellos provienen de hogares con problemas, todos esperan poder superar éstos y no repetir los errores que piensan que cometieron sus padres. La despreocupación social por la familia, sea en términos de exigencias laborales que limitan el tiempo