Cara a cara con Satanás. Teresa Porqueras Matas
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En el hilo de la conversación mencionamos al famoso exorcista de la diócesis de Roma, Gabriele Amorth, fundador de la Asociación Internacional de Exorcistas. Le indico que estoy leyendo su libro Memorias de un exorcista y el padre me muestra al instante uno de los últimos títulos del italiano, ejemplar que se encontraba casualmente encima de su mesa. Opina que es demasiado exagerado y me sorprendo, pero aprovecho la oportunidad para preguntarle por qué Amorth es tan polémico y tan crítico con algunos aspectos del Nuevo Ritual Romano del Exorcismo, afirmando que es menos eficaz que la versión anterior, la que se venía utilizando desde el año 1614. Según Gallego, defender que una versión es más eficaz que otra es un craso error.
—Eso implicaría tratar el exorcismo de arte y el exorcista no es un artista, es una persona que conecta con la divinidad, que dota de sentimientos religiosos a las personas afectadas y procura que éstos los respeten. El exorcismo es un acto religioso, en nombre de la Iglesia y si después de realizarse yo observo que no es suficiente, les hago entrega de un pequeño librito para que se lo lean y mediten. ¡Mira!
Mientras leemos un fragmento del Evangelio 2016, el timbre de su teléfono móvil empieza a sonar insistente. Quizás alguien llama solicitando sus servicios.
El exorcista contesta y atiende. Desde mi posición soy incapaz de poder escuchar nada. Apenas se distingue el débil tono de la voz de un hombre.
—El psiquiatra —responde Gallego al teléfono.
Y a continuación exclama:
—¡Pero sabes cuánta gente tenemos aquí apuntada, hasta mediados de febrero!
—Dile que llame al teléfono los días laborables de diez a una o de cinco a siete de la tarde y que pida una visita conmigo. Sobre todo que mencione que viene de tu parte. Si hay alguna baja ya le avisaríamos.
Averiguo que quien acaba de llamar es alguien muy querido por él. Es el decano de la Facultad de Teología de Valencia del que guarda un gran recuerdo y estima. Me confirma que han hablado sobre un nuevo caso, un conocido de su interlocutor. Apesadumbrado, se lamenta de su lista de espera.
Mostrándome desde lejos la agenda, añade:
—¡Fíjate, estamos en diciembre y hasta mediados de febrero no hay ningún hueco disponible!
Le sabe mal no disponer de ningún hueco para poder atender al conocido de su amigo.
Tan solo un minuto después, el pequeño teléfono móvil del exorcista vuelve a sonar. Antes de contestar, me informa:
—Aquí llama una paisana tuya.
Con especial curiosidad que trato de disimular —lo que suele ser costoso en mi—, dedico toda mi atención a tratar de vislumbrar el objeto de la llamada. Apenas si puedo escuchar en la lejanía el timbre de voz de una mujer. La expectación me embarga durante toda la conversación y me pregunto insistentemente quién será, qué querrá y por qué habrá llamado.
El dominico responde a la señora con escuetas frases, a sabiendas que yo estoy frente a él en el despacho. Pero con todo, me puedo hacer una idea aproximada de que esa mujer quizás sea la protagonista de uno de aquellos casos difíciles de los que me ha hablado el exorcista.
Intuyo que la mujer le expresa que está pasando por unos momentos muy dolorosos:
—¿Cómo fue la cosa? ¿Mal?... ¡Déjate de tonterías!... Ya lo sé que son graves. ¡Ya lo sé, ya lo sé!... Tú adonde tienes que mirar es a Dios, y no a lo otro… Esos son medios que no... El ir a un sitio o al otro no... Si tú estás ahí muy bien atendida, tienes que seguir con él —sentencia el dominico.
Finaliza la comunicación telefónica y el exorcista me consulta con intriga:
—¿Has oído algo?
—No, padre, tan solo podía oír el timbre de voz. Parecía una mujer. ¿Es joven?
Le pido que me explique algo de este caso y se instaura un larguísimo silencio que al fin rompe.
—Permíteme que no te cuente detalles.
Entiendo perfectamente su deseo de guardar a buen recaudo cada historia, pero mi curiosidad es tan grande que trato por todos los medios de que me revele algo, por pequeño que sea. Así que no cejo en mi empeño.
—¿Es una chica, verdad?
—Sí.
—Pobrecita, lo debe de estar pasando mal.
—Sí.
—Si le ha llamado es porque debe de estar sufriendo.
—Ella estuvo viniendo aquí durante algún tiempo, ahora la lleva otro exorcista.
—¿Otro exorcista? ¿Quién?
—No te puedo dar su nombre.
—Pensaba que era usted el único en Cataluña, aparte de un exorcista que creo que está en Terrassa y se llama....
—El de Terrassa es mosén Ignasi Condal.
—Y en referencia a esta chica que ha llamado, ¿me puede decir si la están ayudando?
—Le están realizando exorcismos.
—¿Pero no acaba de mejorar, padre?
—No.
—Pero esto, claro, debe de ser lento ¿no, padre?
—Sí, y a veces no...
—¡Pero hay que insistir! ¡Insistir! ¿Usted qué piensa, padre...?
—Sí, pero...
—El caso de esta chica que acaba de llamar... ¿Se trata de una posesión o de una influencia demoníaca?
—Yo creo que se acerca más bien a posesión. La posesión es cuando el demonio está dentro de ti —puntualiza el exorcista.
—Y esa mujer debe de estar desesperada.
—Claro...
Pensando en el librito que el exorcista entrega, le pregunto:
—¿Pero ya reza las oraciones?
El dominico frunce el ceño.
Fray Gallego intenta con sutileza cambiar de tema, coge un pliego de papeles, mira